Capitulo 42.

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  Yutaka no tardó mucho en notar que Mystikó ardía en fiebre pero estaba aferrada al cuaderno, abrazándolo con fuerza, se dio cuenta de que era su cuaderno, y que la pelinegra seguía llorando. Miró a los lados con cierta desesperación e impotencia, gruñó irritado, pasó un brazo por debajo de las rodillas de la menor, la sostuvo de la cintura y la cargó, dejando el rostro de la joven en su pecho, temía que aunque estuviera inconsciente notara los acelerados latidos de su corazón.

Caminó con rapidez hasta donde tenía estacionada su camioneta, abrió la puerta trasera y colocó a Mystikó en el amplio asiento, con cuidado de no ponerla de forma incorrecta o que pudiera lastimarse. Se dirigió con rapidez a su puesto y arrancó.

Cuando llegó a su edificio, se apresuró a tomar a Mystikó entre sus brazos y llevarla consigo hasta su departamento, el corazón le latía frenético. Cuando abrió la puerta de su vivienda, la mujer salió de la cocina sonriéndole levemente, gesto que desapareció al ver a su hijo empapado y con una chica, igualmente empapada, inconsciente en brazos.

—Por dios, Yukkun, quién es y qué pasó —preguntó preocupada la mujer.
—Se llama Mystikó Takashima y se desmayó —dijo presuroso mientras pasaba a un lado de su madre, se adentró en su habitación y sin dudarlo un solo segundo la colocó sobre su cama, la piel de la menor ardía, se volvió hacia su madre, quien yacía en el umbral de la puerta— Está ardiendo en fiebre —su madre se acercó con rapidez, puso una mano sobre la frente de la menor y corroboró lo que decía su hijo, él la miraba con desesperación y preocupación— ¿Qué hacemos?
—Lo común —respondió, con una expresión un tanto sorprendida por la expresión de aflicción que estaba impresa en el rostro del castaño, continuó— voy por hielo y un trapo, espera aquí.
—Ya voy yo por ello, por favor, quítale esa ropa mojada y ponle algo mío, si no se pondrá peor —su madre asintió mientras él salía de la habitación, escuchó sus fuertes pasos en el pasillo y luego ruidos estrepitosos— Veamos... —se acercó al closet del mayor, sacó una camisa de manga corta blanca y unas bermudas, se volvió hacia la joven, quien tiritaba de frío, le sacó la blusa y le puso la camiseta, notó que le llegaba a medio muslo, aprovechó eso para evitar mirar de más mientras le sacaba los vaqueros y le colocaba la bermuda.
— ¿Puedo entrar? —ella emitió un sonido afirmativo y el castaño recorrió la puerta tradicional y entró con un traste, dentro un trapo grueso con hielos, puso la bandeja en un mueble justo al lado de la cama, torció las esquinas del trapo y comenzó a pasarlo por la frente de la pelinegra— ¿Crees que esto sea suficiente? —preguntó, mientras se sentaba en la cama sin dejar de realizar su labor, su madre tomó el edredón y cubrió con este a la menor.
—Necesitaremos un poco de medicina, no creo que sea tan grave como para ir a un hospital —le hizo una seña con la mano para indicarle que le dejara a ella el trabajo, Yutaka le entregó el trapo con hielos.
—Ah, dejé las cosas en la camioneta y justo compré de eso... ¿Cuidarías de ella, por favor? —su madre asintió, no sin antes mirarlo de reojo, observó cierto esfuerzo en su hijo por separarse de la chica que ardía en fiebre.
—Anda, ve, entre más pronto mejor —el castaño pareció salir de su ensoñación, asintió y salió de la habitación, la mujer continuó pasando los hielos por la frente de la menor— Mystikó Takashima ¿Eh? He escuchado ese nombre en algún sitio... bueno, no importa, lo que importa es quién eres realmente ¿Por qué mi Yukkun está tan preocupado por ti? —La joven se removió un poco, abrió ligeramente la boca y respiró por ella— Jamás lo había visto preocuparse así por una mujer que... —recordó algo ¡Claro! Era la chica que había defendido con uñas y dientes a su hijo en aquel juicio hace dos años ¡Claro! La supuesta víctima... — Santo cielo... —exclamó por lo bajo. No tardó demasiado en escuchar los presurosos pasos del castaño, lo escuchó vaciar las comprar en la mesa, revolverlas y finalmente caminar hacia la habitación, con un vaso lleno de agua y una caja de pastillas en mano, la menor estaba recobrando la consciencia.
— ¿Son éstas, cierto? —la mujer dejó por un momento el hielo, tomó la cajetilla y sacó un par de tabletas y se las puso en la boca a la menor, tomó el vaso lleno de agua que su hijo le ofrecía e hizo que la pelinegra bebiera a sorbos, se aseguró de que se tragara las pastillas, le dio un poco más de líquido y le devolvió el vaso casi vacío a su hijo, suspiró— con eso debería estar bien, pero hay que continuar con esto —tomó el trapo con hielos de la bandeja, Yutaka se lo arrebató y se sentó a un costado de la joven, su madre se levantó.
—Voy a hacer algo de sopa para cuando despierte, pero Yukkun —lo llamó, el apenas asintió con la cabeza— ¿No deberías llamar a alguien de su familia? —el castaño detuvo su labor, pestañeó unas cuantas veces.
—Lo había olvidado —dijo.
—Bueno, pues hazlo —demandó la mujer.
—Claro.
—Oye, Yukkun.
— ¿Sí?
— ¿La amas, cierto? —Soltó, el castaño se paralizó y miró fijamente al frente, con el entrecejo fruncido— ¿Verdad?
—Llamaré a alguien de su familia —continuó con su labor, sintiendo su propio pulso hasta en la puntas de los dedos. La mujer suspiró sonriendo, sin que su hijo se diera cuenta, se dio vuelta y se dirigió hacia la cocina. — ¿Que si te amo? —Preguntó amargamente, como si la pelinegra pudiera escucharle— ¿Qué clase de pregunta es esa? —la menor se removió levemente de su sitio.

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