Yutaka buscó con la mirada a la menor, entre las escasas personas que estaban en la amplia estancia, no estaba en el lugar de los testigos, ni tampoco en el de la víctima. Sólo encontró al castaño que tenía un aire relajado, como si todo fuera sobre ruedas.
El juez tomó asiento en su respectivo lugar, mientras todos guardaban silencio y hacían la acostumbrada reverencia. Justo un segundo antes de que el juez tomara el mallete y diera inicio a la sesión, las puertas dobles se abrieron y sus ojos se iluminaron, la joven tenía el cabello levemente revuelto y el rostro pálido, jadeaba de cansancio, sosteniendo un paquete amarillo en una de sus manos.
—Disculpe... —inhaló profundamente y luego expulsó el aire.
—Usted es la señorita Mystikó ¿Cierto? —la voz robusta y firme del hombre que estaba en el magistrado inundó la estancia.
—Así es —la voz de la joven tenía la misma firmeza que la del juez— lamento llegar tan tarde, pero ha surgido un imprevisto —su voz se tornó apagada y su mirada se ensombreció por un instante. El juez soltó un suspiró.
—Pase y tome su respectivo lugar —la menor caminó a través de la sala, con pasos entre titubeantes y seguros, tomó asiento en el lugar de la víctima, colocó el sobre sobre el estilizado escritorio, no había abogado, porque para ella no había delito.
Comenzó el juicio, Masaki fue la primera en pasar a dar su versión de la historia, Mystikó tuvo que poner aprueba todo su autocontrol para no levantarse de su asiento y estrangularla, luego fue Shima, miró con rencor al más alto, con asco, se sorprendió cuando este no dijo nada en contra de Yutaka, llamaron a Yuu, pero él no estaba en el recinto, Nozomi y Takanori fueron interrogados igualmente, la única que se empeñó en incriminar al castaño fue Masaki, no creyó que pudiera llegar a odiar a alguien a ese nivel.
Al fin la llamaron, ella se levantó con rapidez y ese aire de determinación y autoridad comenzaron a emanar de ella como un aroma destilante, el ojimiel se estremeció a la vez que se emocionaba. Yutaka notó que la menor en ningún momento le había dirigido la mirada.
— ¿Podría contarnos, con todo respeto, lo ocurrido? —preguntó el juez ¿Qué caso tenía preguntárselo? Si de todos modos tendría que hacerlo.
—Lo contaré todo, tal como fue, absolutamente todo. —miró al juez de tal forma que pudo jurar ver cómo el mismo se estremecía ante esa mirada purpúrea, que parecía más algo mágico que humano. — Las fotos que Masaki les entregó ¿De qué fecha son? Hace un mes, si no me equivoco —lanzó una mirada asesina a la castaña— para ese entonces yo ya había cumplido la mayoría de edad, sé que puede sonar que me apresuré al tomar la decisión de intentar algo con alguien mayor que yo, pero ya tenía la libertad de decidir lo que quería hacer con mi vida.
—Sin embargo, los testigos aseguran que usted ya se había relacionado de esa forma cuando aún tenía 17 años.
— ¿Hay pruebas de eso?
—No. —se limitó a decir.
—Permiso para tomar la palabra, juez —Mystikó odió un poco más a la mayor.
—Permiso concedido.
—Mi hermana...
— ¡Hermana! —Mystikó rió cínicamente.
—Señorita, por favor. —se dirigió a la pelinegra— Puede continuar, señorita Masaki.
— Como iba diciendo, mi hermana llegaba a casa con marcas en el cuello muy a menudo y...
— ¿Y qué? ¿Acaso Yutaka es el único hombre sobre la faz de la Tierra? Esas marcas pudieron haber sido provocadas por cualquiera de mi edad ¿Qué prueba eso?
—Pues que...
—La señorita Mystikó tiene razón, eso no prueba nada, a menos, claro, que tenga evidencia de lo que está diciendo, Masaki. —la castaña titubeó.
—No, no las tengo, disculpe. —a continuación las palabras de Mystikó golpearían muy fuerte a todos los presentes, principalmente a los mayores.
—Entonces, decía, soy mayor de edad, puedo relacionarme con quien se me dé la gana y yo soy responsable de ello, además... ¿Quiénes son ustedes para juzgarnos a Yutaka y a mí? —su mirada se volvió siniestra.
— ¿Qué quiere decir, Mystikó? —había cierto nerviosismo en la voz del juez, la pelinegra se dio media vuelta, tomó el sobre, lo abrió y sacó su contenido, múltiples fotografías, las sostuvo entre sus manos, se giró hacia el juez, sonriendo.
—A esto —le entregó algunas fotografías al juez, se dirigió hacia el jurado y repartió las restantes. — ¿Acaso... no son usted con una chica tan joven como yo? —El silencio permanecía sólo siendo interrumpido por la menor— ¿Acaso no son los del jurado quienes están con chicas como yo, incluso, peor, más jóvenes? ¿Acaso no son todos ustedes mucho mayores que Yutaka?
El silencio reinó ¿Cuándo Mystikó había conseguido ese material? Ni siquiera Nozomi lo sabía.
—Era obvio que no iba a quedarme quieta en casa, esperando a que condenaran a alguien sólo por tener una relación con alguien más joven que él —se acercó al estrado— Déjelo libre, sino quiere que todo esto salga al público —el juez se precipitó a romper la primera foto, Mystikó se rió, una risa que resultó casi demoniaca— rómpalas, todas, si eso es lo que quiere, es obvio que no son las únicas copias... —volteó a ver a los del jurado y quiénes habían sido retratados infraganti en las fotografías, le rogaban con la mirada al juez que cediera a lo que la menor exigía— Yutaka parece un pan de Dios al lado de ustedes, casados y con descendencia en crecimiento... ¡Pobres de sus familias! ¡Cuán desafortunadas son! —la mirada de terror en los presentes y verdaderamente culpables creció, sonrió satisfecha— Así que... ¿Estamos? —La pelinegra deslizó sus manos hasta topar con el mallete— ¿No tiene algo que decidir?
—El acusado es inocente, caso cerrado —un sonido sordo invadió la estancia, la tensión se despejó un poco pero aún podía ser palpable, todos se levantaron de sus asientos, incluso Yutaka quien se dirigió hacia la menor, necesitaba al menos abrazarla con todas su fuerzas, Mystikó se apresuró a cruzar la estancia y salir de la misma.
Yutaka la observó alejarse apresurada, extrañado. Negó con la cabeza y la siguió, pero fue interrumpido algunas veces por Takanori y Nozomi, quienes expresaban su sincera felicidad por lo ocurrido, escuchó algunos susurros de lo sorprendente que habían sido las acciones de la pelinegra, se apresuró a alcanzarla.
.
.
.
Llegó a la salida del edificio, un auto se acercó hasta donde ella estaba, el chofer bajó y le abrió la puerta trasera, en el asiento aguardaba el pelinegro, este le sonrió con cariño y ella sintió cierto alivio ante ese gesto, dio un paso hacia el automóvil cuando la voz de aquel que tanto amaba la detuvo.
— ¡Mystikó! —se quedó paralizada, poco a poco se volvió, Yutaka corría hacia ella, sintió unas inmensas ganas de huir. El castaño llegó hasta ella, un metro de distancia los separaba. — ¿Por qué te fuiste tan rápido? Esperaba poder...
—No... —no hacía contacto visual con el mayor, apretaba sus manos con fuerza.
— ¿Qué pasa? —extendió su brazo para acariciar el de la menor, ella retrocedió. — Mystikó ¿Qué sucede? —tenía planeado elogiarla por su valentía dentro de la sala de juicio pero sabía que no era momento para eso. Le menor retrocedió un poco más, resultaba un martirio, porque ella quería sentir la calidez del mayor y él anhelaba poder estrecharla con todo el amor que sentía por ella, pero no permitiría que el buen Yutaka tocara algo tan sucio como era su ser.
—Quiero que seas feliz. —escuchó susurrar a la menor. — Muy feliz...
—Sí, lo sé, Mystikó, vamos a ser felices juntos, mucho...
—No... quiero que tú seas feliz —las palabras que salían de la boca de la menor no tenían ningún sentido para él. — Incluso si yo no soy la que te haga feliz.
— ¿De qué hablas?
—Hasta ahora todo lo malo que ha pasado ha sido por mi causa, ya no quiero que tú sufras más, que pases por cosas como éstas por mi culpa...
—No es tu culpa, Mystikó... —se acercó, la menor no se movió pero miró con anhelo y temor los dedos que se acercaban a su rostro.
—Sé feliz, Yutaka —se dio media vuelta y entró en el automóvil, cerrando la puerta ella misma mientras el chofer se dirigía a su puesto, miró fugazmente al castaño mientras subía el vidrio polarizado del automóvil, la expresión de confusión y dolor que tenía en ese momento Yutaka, no se borraría jamás de la memoria de la menor. — Adiós.
El auto arrancó, observó cómo se alejaba sin que pudiera hacer nada para detenerlo, buscó con la mirada a alguien, quien sea, que pudiera llevarlo, no tenía dinero, tomar un taxi no era un opción, entonces vio al rubio salir abrazando con un brazo a la pelirroja, corrió hacia ellos, le rogó a Takanori que... volvió su mirada hacia la avenida, era tarde, el auto negro se había perdido entre tantos más idénticos que había...
"Las peores despedidas son aquellas que no tuvieron una explicación..."
¿Continuará?
ESTÁS LEYENDO
Kowareta
FanfictionNadie sabía... y nadie debió saberlo. Debía guardárselo para sí. Era la hermana menor de su mejor amigo. Era el mejor amigo de su hermano mayor. Había algo que ninguno de los dos sabía. Era un secreto... como su nombre.