Capitulo 37.

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  Observó cómo los dedos del castaño se aproximaban a su rostro y le acariciaban la mejilla con delicadeza y ternura, pero no sintió la calidez del tacto, de hecho, no sintió nada. Su vista se nubló por las lágrimas que rápidamente se acumularon en sus ojos.

Lo sabía. Lo sabía.

Cerró los ojos y dejó que las gotas saladas se deslizaran deliberadamente por su rostro. Abrió los ojos y observó a un Yutaka intangible, inexpresivo, con su profunda e inmutable mirada castaña.

Lo sabía. Sabía que ese tacto del que tanto había dependido se le había arrebatado, que ella misma se había despojado de esas caricias, y que ahora sufría por eso. Lo sabía.

Sintió un estremecimiento, como aire gélido entrando por cada poro de su cuerpo. Abrió los ojos y no vio más al mayor, ni había lágrimas en sus ojos, vio el cristal esmerilado que tenía a unos metros de distancia, no sintió esa 'nada' sino que se estremeció con la frialdad del escritorio de mármol contra su piel. No estaba sola, un par de miradas castañas la contemplaban con cierto desdén y de inmediato se incorporó. Se había quedado dormida sobre su escritorio mientras escribía la letra de alguna canción. Contempló los rostros irritados de Kizumi y Masaki, se estremeció, apartó la mirada y la dirigió a la hoja de papel que contenía el fruto de su labor, dobló pulcramente la hoja y la guardó dentro de una pequeña carpeta de anillos.

Masaki se aproximó, con un objeto cuadrado en la mano y lo colocó frente a Mystikó, sobre el escritorio. Mystikó lo miró y se sorprendió un poco al ver que era el último álbum que había sacado: 'Himitsu' (su nombre artístico en cursivas con hermosos ornamentos) y 'Secret' (en un elegante tono vino) reinaban en la cubierta, donde ella tenía el índice sobre sus labios para enfatizar el título.

—Fírmalo —ordenó la castaña. La pelinegra la miró a los ojos, extrañada— ¿Qué esperas? Fírmalo, no tengo todo tu tiempo, llevamos esperando bastante a que te despertaras.
—Espera —dijo la menor, Kizumi chasqueó la lengua.
—Vamos, no es tan difícil ¿O es que ni siquiera puedes hacer esto bien? —dijo con desdén la ojimiel, Mystikó la observó unos momentos conteniendo un amarga carcajada que exigía salir.
— ¿Que no puedo hacer nada bien? —Se burló— No me hagas reír, Kizumi, en primer lugar ¿Por qué querrían ustedes dos un autógrafo? —observó que Kizumi también tenía en la mano uno de los productos de 'Himitsu'.
—Yo no. —Masaki se llevó una mano a la cintura.
—Yo menos. —Kizumi se acomodó unos cuantos mechones de cabello detrás de la oreja. La pelinegra guardó la carpeta en su bolsa, junto con otros objetos.
—Entonces no veo por qué tendría que firmar.
—Pero mi novio es un fan y le prometí que le conseguiría un autógrafo, después de todo, eres mi hermana —Masaki sonrió con sorna.
—Igual mis amigos, así que... —Kizumi dejó también el disco frente a ella— anda y firma. —esta vez Mystikó no pudo contener la risa, rió a carcajadas, delicadas pero intensas, se sentía de maravilla al ver las expresiones de las castañas, se sentía de cierta forma superior a ellas, como si pudiera hacer que comieran de su mano. Cuando logró tranquilizarse tomó su abrigo y se pasó la correa de la bolsa por el hombro, caminó hacia la puerta.
—Bueno, chicas, suerte en conseguir esos autógrafos, seguro que Himitsu es una artista muy ocupada y cotizada, así que, repito: ¡Suerte! —abrió la puerta y la cerró detrás de sí, continuaba riéndose aun cuando entró en la cabina metálica y marcó el primer piso.

Kizumi y Masaki estuvieron todo el día insoportables.

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Vio a lo lejos a la menor, se acercaba a un automóvil gris con una enorme sonrisa en los labios, su corazón dio un vuelco de pura emoción al verla sonreír de nuevo, sin que Adam estuviera con ella, todos esos días que la había visto a distancia no la había visto una sola vez sonreír de esa forma, de hecho, le había parecido verla incluso triste, incómoda con estar en ese lugar. Se quedó observando la perfecta figura caminar relajada, por un instante pareció que ni siquiera se iba a mover de donde estaba, pero reaccionó a tiempo, corrió hacia el automóvil y justo en el momento en que la pelinegra iba a poner la llave en el contacto, se colocó frente a la ventana del piloto.

—Mystikó —de inmediato sintió la tensión emanando del cuerpo de ella. No lo miró. — ¿Por qué huyes de mí?
—Yo no huyo, Yutaka. —se limitó a decir.
—Claro que lo haces, desde que llegaste, hace semanas, no hemos tenido una sola charla decente.
—Y eso ha sido demasiado —dijo— no deberíamos haber cruzado una sola palabra, Yutaka, retírese, tengo prisa. —metió la llave en el contacto.
—No, sal, tenemos que hablar y no me iré de aquí hasta que eso ocurra, puedo ponerme frente al auto si eso hará las cosas más fáciles.
—No se complique la vida, Yutaka.
—No me la compliques tú, sal, hablemos. —no era una sugerencia, era una orden, como la que Masaki le había dado hace minutos en su oficina, sólo que esto era diferente e importante. Mystikó quitó la llave del contacto, puso la mano en la manija de la puerta, Yutaka se apartó cuando la menor hizo ademán de querer salir. Sus miradas se encontraron, intensas y anhelantes como siempre habían sido. Ambos podían sentir el pulso en las puntas de los dedos. La pelinegra soltó un largo suspiro.
— ¿Y bien? —dijo la menor, impaciente.
— ¿Por qué te fuiste de esa forma? ¿Cuál es el propósito de todo esto? —fue directo.
—Se lo dije ese mismo día ¿No lo recuerda?
—No me hables de usted, no somos desconocidos. "Sé feliz" ¿Esa patética frase? ¿Ése es el por qué?
— ¿Patética? Sí, supongo que para un adulto como usted es patética, pero para esa adolescente no lo era en absoluto.
—Sabes que yo nunca te consideré una mera adolescente.
—Lo sé. —se mordió el labio inferior.
— ¿Entonces? No has respondido ¿Por qué te fuiste de esa forma? ¿Sin siquiera ofrecerme una explicación? —la menor tragó saliva. — bien, te doy la oportunidad de explicarte, ahora mismo. —la pelinegra quería desaparecer, en realidad no quería recordar la razón de su partida, no quería recordar que...
—Yo... —comenzó, sintió el llanto en la garganta, carraspeó y miró a Yutaka, aunque no lo miraba a él en realidad— la noche anterior al juicio... estuve... —hacía demasiadas pausas, apretó los puños y lo soltó. — Estuve con otro hombre, por eso no podía verle siquiera, no me sentía con el derecho. —aquello fue como un cubo de agua fría.
— ¿Qué estás diciendo?
—Que le engañé, Yutaka, le engañé y que aún no puedo dirigirle la mirada por el arrepentimiento que---
— ¿Me engañaste? ¿Te acostaste con otro hombre? —Mystikó apretó más los puños, no pienses, no mires, no pierdas valor.
—Exactamente.
— ¿Y me lo dices así? ¿Sin más? —La voz del castaño era como veneno— ¿Tan poca cosa fui para ti? ¿Fue un simple juego? —no se extrañaba de que Yutaka lo interpretara de aquella manera. — ¿Eso fue para ti? ¿Sólo eso? ¿No pudiste esperar, sino que buscaste las sábanas de otro hombre? —la menor no podía hablar, no tenía derecho, no lo mires, no pierdas valor, no flaquees.
—Yo...
— ¡Calla! ¡Esto es humillante! —Ladró— ¡Humillante hasta el tuétano! No digas una palabra más —su mirada era flameante, no lo mires, no digas nada, no vaciles. — si no quieres que... ¡Maldita sea! ¡Me pasé todo este tiempo esperando por una explicación, aferrándome a esa relación, a cada beso, caricia, palabra y todo para esto! ¡Para descubrir que eres... que eres...! —las últimas palabras salieron como un susurro. Yutaka se dio la vuelta, arrancó su camioneta y salió de la vista de la menor. Las lágrimas surcaron el rostro pálido, en un ataque de violencia Mystikó se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se colocó de nuevo en el interior del automóvil. Puso la llave en el contacto.

—Mon Dieu... —era una expresión que había adoptado durante su estancia en Francia— Ha terminado... realmente ha terminado... —dijo, afligida, dejando que las lágrimas se deslizaran incluso hasta su cuello.  

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