Capitulo 34.

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  —Mystikó... —susurró, titubeante, Yutaka.

Ambos se perdieron por completo en la mirada del otro, reviviendo recuerdos inmutables que habían atesorado como lo más valioso que tenían. No fueron conscientes de cuándo fue que las demás personas comenzaban a acomodarse y a preguntarse entre sí "¿Te encuentras bien?" sino hasta que alguien colocó una mano en el hombro izquierdo de la pelinegra, sacándolos a ambos de su ensimismamiento, Yutaka apenas pudo reprimir el impulso de apartar aquella mano ajena que tocaba a la menor. Mystikó se volvió hacia la persona y se incorporó lentamente, sintió más presión en su cintura, como si el castaño se negara a soltarla, pero luego, los dedos se relajaron y dejó que se apartara. Una mujer castaña con elegantes ojos rasgados negros la observaba con cierta preocupación.

— ¿Señorita Mystikó, se encuentra usted bien? —preguntó la castaña sin apartar la mano del hombro ajeno. Yutaka se relajó cuando vio que quien tocaba a la joven era una mujer.
—Sí, pero ¿Cómo es que sabes mi nombre? —quiso saber, extrañada.
—Ah —sonrió—, me llamo Hikawa Shiroki, soy su nueva secretaria —anunció, le tendió la mano a la pelinegra, esta última, aun temblando por el reciente e inesperado encuentro, la estrecho sin demasiadas ganas, algo dentro de la cabina tintineo.

"Lamentamos los inconvenientes, en un momento el mecanismo se pondrá en marcha de nuevo"

La joven se agachó, recogió las gafas rotas, suspiró con cierto desánimo, al volverse a incorporar aprovechó para moverse unas personas más adelante, quedando justo frente a las puertas metálicas, miró de reojo al castaño y notó que este no le quitaba la mirada de encima. Su pulso volvió a acelerarse, apretó las gafas rotas entre sus dedos. La cabina metálica volvió a funcionar y a ascender.

Apenas las puertas se abrieron en el piso en el cual debía bajar, la pelinegra salió del ascensor, caminando con rapidez hacia la oficina que le habían asignado, se sintió liberada, si no mal recordaba, la oficina del castaño era en el siguiente piso. Suspiró mientras ralentizaba su paso, cuando sintió una mano fuerte sostenerla del brazo.

—Espera —era la voz del mayor, cerró los ojos—, tenemos que hablar. —con lentitud se volvió hacia él.
—No, no tenemos nada de qué hablar, Yutaka, por favor, suélteme. —dijo, removiendo su brazo del agarre del mayor, con esto, su brazo se elevó hasta la altura de sus rostros por el mismo agarre.
— ¿Que no tenemos de qué hablar? ¿Estás hablando en serio, Mystikó? —se estremeció cuando escuchó su nombre ser pronunciado por esa voz de nuevo.
—Completamente, tengo cosas que hacer, hágame el favor de soltarme, por favor, Yutaka —su mirada casi rogaba.
— ¡No! —Gruñó— Sí que tenemos cosas de las que hablar, demasiadas, diría yo —sintió un poco más de fuerza en el agarre, miró sus botines, agachando la cabeza, sintiéndose acorralada.
— ¿Hay algún probl--? —había comenzado a decir Shiroki, pero su voz fue ahogada por un japonés hablado con un leve acento extranjero.
— ¿Acaso no te ha dicho que la sueltes? —Adam se acercó presuroso, tomó el brazo de Yutaka y lo apartó del de la pelinegra, ella lo miró con sorpresa, no sabía si agradecerle o no que hubiera apartado a Yutaka, no sabía si decir gracias o gritarle por haberle arrebatado aquel contacto.
—Adam... —murmuró la menor, el rubio cobrizo le sonrió con gentileza.
— ¿Te encuentras bien? ¿Te ha hecho daño? —Preguntó, preocupado, y antes de dejar que la pelinegra respondiera revisó el brazo que había tenido sujeto el castaño— Sólo te ha irritado la piel, nada grave, me alegro. —sonrió con alivio.
— ¿Quién eres? —Yutaka tenía apretada la mandíbula y los puños al ver la cercanía con la que el recién llegado le hablaba a Mystikó, el rubio cobrizo le dedicó una mirada sombría.
— ¿Disculpa? ¿Dijiste algo? —comenzó a decir, la menor se apresuró a tirar de su camisa.
—No importa, vámonos, Adam —dijo, con cierta timidez. El extranjero la volteó a ver, ella le dedicó una pequeña sonrisa, él sonrió con amplitud. Los ojos de Yutaka se abrieron como platos al reconocerlo, era él, el que había salido junto con Mystikó en la portada de aquella revista extrajera... en la que los medios afirmaban que ellos...
—Como digas. —el castaño observó como él le tomaba de la mano y juntos caminaban hacia la oficina de la pelinegra, contempló el casi imperceptible movimiento de cabeza que la menor hizo, como queriendo mirarlo de reojo. Su mirada se desvió en las manos tomadas, los dedos que... no estaban entrelazados ¡Sus manos no estaban entrelazadas! Aquello resultaba un alivio, pero aquel contacto seguía pareciéndole funesto e increíblemente doloroso.

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Al salir del trabajo, Yutaka estaba en la estancia del primer piso registrando algunos documentos con las recepcionistas, observó al extranjero salir del ascensor y salir del edificio, llevaba allí un buen tiempo y estaba seguro de que la pelinegra aún no se había retirado, levantó la vista al techo y agradeció internamente que el rubio cobrizo se hubiera ido antes, así, tal vez, podría hablar con la menor a solas. Terminó de firmar un documento, se lo entregó a la recepcionista y se sentó en uno de los sillones individuales que había en la estancia, esperó por unos cinco minutos hasta que del ascensor salió Mystikó, arreglándose un chaleco rockero de cuero. Ella no pareció percatarse de la presencia del castaño y si lo hizo, lo ignoró por completo. Se levantó de su cómodo asiento y la siguió a unos diez pasos de distancia hasta el estacionamiento. Notó que algo en ella había cambiado al verla caminar con calma, seguía siendo el mismo ritmo y elegancia pero había algo más... ¿Intenso? No sabría describirlo. Al llegar al amplio espacio el sol ya estaba bastante oculto, la pelinegra se acercó a un automóvil negro, bastante caro por lo que a la vista se alcanzaba a apreciar, la puerta del piloto se abrió y de ella salió el extranjero, el mayor maldijo por lo bajo. Observó cómo el rubio cobrizo rodeaba el auto y le abría la puerta a Mystikó, intercambiaron un par de sonrisas y luego ambos tomaron sus respectivos asientos, el auto arrancó y salió de la vista del castaño rápidamente. Sintió que aquella escena le resultaba familiar, sí, se parecía a cuando Mystikó había decidido irse de Japón sin dar ninguna explicación.

"Cuando el mundo se desmorona a tus pies, no queda más que subirte a los escombros y ver el sol amanecer en tus ojos." [—Mind of Brando.]

¿Qué estaba pasando? Por favor, que alguien fuera y se lo explicara. La pelinegra estaba haciendo todo lo posible para evitarlo, para evitar que hablaran o que siquiera cruzaran media palabra y ese extranjero no ayudaba para nada. Tenían una relación ¿De verdad? ¿Él era el único que aún continuaba aferrándose a esa pequeña esperanza de volver a estar juntos?

Suspiró con pesadez, caminó hacia su camioneta plateada, tomó asiento y arrancó con rapidez, se dirigió a la mansión de los Takashima, observó la misma por unos largos minutos y decidió irse de allí, no podía irrumpir en aquella vivienda así como así. Se dirigió a su casa, ese amplio departamento que aún conservaba por los recuerdos que el mismo contenía, tomó su mochila y bajó del auto, subió hasta su piso y entró, dentro, buscó su pluma fuente, sacó la libreta, la abrió en una hoja en blanco y comenzó a trazar con una caligrafía preciosa:

"No puede ser que después de tantos besos, aceptemos finalmente que estamos destinados a no ser." [—William Osorio Nicólas.]

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