Enroscó con desesperación el castaño cabello entre sus dedos, mordió su labio inferior mientras intentaba reprimir un fuerte gemido ahogándolo en su garganta, su cuerpo se retorcía con delicia al sentir la lengua del mayor juguetear en su intimidad.
Se detuvo al dejar de escuchar la voz de la joven saliendo en forma de gemidos, jadeos y suspiros de su boca, comenzó a ascender repartiendo besos en el vientre y entre el paso entre los senos jóvenes. Sus manos recorrieron con lentitud la piel, arañándola suavemente dejando marcas rojizas que solo tardaron unos cuantos segundos en desvanecerse.
-No ahogues tu voz- jadeó, susurrando en el oído de la menor, mordió la clavícula de la joven mientras sus manos masajeaban con hábiles el pecho de Mystikó- Gime, fuerte, vuélveme loco con tus gemidos- demandó, mientras continuaba besando, mordiendo y acariciando el cuerpo bajo el suyo.
De un jalón hizo quedar al mayor debajo de ella, colocándose sobre la excitación del castaño, rozando con fuerza sus sexos, se inclinó besando el firme torso, mordiendo con suavidad la piel vulnerable. Buscó el borde de la ropa interior del mayor y con suma lentitud, que resultó una tortura para ambos, comenzó a bajarlo rozando el miembro erecto provocativamente... lo hizo desaparecer en las profundidades de su boca, gimiendo y haciendo gemir al más grande.
-B-Basta...-gimió, apartando a la joven y atrayéndola hacia sí, la despojó con necesidad de su ropa interior, besó el cuello dejando la marca de un chupetón en el mismo, las marcas de la primera vez se habían borrado así que no escatimaría en volver a marcar la piel, porque algo salvaje dentro de él quería que todos vieran que él poseía a Mystikó, que él la hacía gritar de placer, perder sus sentidos entre el placer que él le provocaba, quería que todos los que la veían con ojos deseosos vieran que ella le pertenecía a él, al menos dentro de aquel cuarto de motel.
Apenas se había movido para colocar a la pelinegra debajo de él, ella lo había empujado de nuevo obligándolo a que se recostara en el colchón, mientras ella se encargaba de descender sobre el miembro del mayor, con exquisita lentitud, abrazando la hombría de él con su feminidad, mirándolo con deseo, gimiendo como el mayor había exigido, moviéndose, subiendo y bajando con lentitud volviendo loco al castaño. Embestida tras embestida que a ambos complacían, besando con pasión y dominio los labios del otro, marcando placenteramente la piel con las uñas, aferrándose al cuerpo ajeno, sintiendo y escuchando los choques de la piel caliente, deseosa y excitada.
Solamente existía el placer que se brindaban mutuamente, antes de ese encuentro solo había existido otro, solo una vez, una vez que bastó para que uno se convirtiera en la droga del otro, para que el cuerpo del otro fuera su necesidad, una necesidad meramente carnal pero que los dejaba completamente satisfechos, para que la voz del otro se convirtiera en un canto que los envolvió por completo cautivándoles.
Gimió con fuerza cuando el orgasmo lo golpeó al tiempo que las paredes de la chica lo apretaban cuando ella misma llegó al clímax, cuando ambos alcanzaron su límite en lo que refiere a placer, sellaron aquella satisfacción dominando y explorando la boca del otro, mordiendo levemente el labio ajeno.
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Entró en su habitación, exhausta, Yutaka no era precisamente de poca resistencia y tampoco demasiado tolerante a la hora de dejarla descansar un poco. Se tiró sobre su cama sin fuerzas y su cabello aún húmedo, por la ducha que había tomado en el cuarto del albergue, humedeció las finas sábanas que cubrían el colchón, sonrió para sí misma al recordar cuán fácil había resultado seducir al mayor... tal vez esa facilidad se debía a que el más grande la había deseado y había guardado ese mismo deseo encerrándolo muy dentro de sí, porque si ella hubiera visto aquel deseo reflejado en el rostro del mayor hacia mucho que lo habría hecho caer ante ella, porque ella también lo había deseado desde poco después que le conoció. Y las semanas pasaron, entre la Universidad, la oficina y el albergue, pasaron más rápido de lo que podrían haber notado.
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Caminaban juntos por el estacionamiento de la Universidad, estando separados por una distancia pertinente que no hiciera evidente lo que pasaba dentro del aquel cuarto del motel, su andar era tranquilo y despreocupado pero siempre estaba el miedo en el mayor de ser descubiertos, así que había algo de nerviosismo en los pasos del castaño, algo que sólo alguien que estuviera en una situación similar entendería, sí, disfrutaba la compañía de la joven, más que eso de hecho pero... tenía miedo, porque hasta ese momento su vida podía llamarse perfecta.
- ¿Escuchaste eso?- la voz de la joven, esa voz cálida e intensa, fluida y dorada como la miel, lo sacó de sus pensamientos.
- ¿El qué?- miró con extrañeza a la menor, que parecía buscar algo con la mirada mientras seguían caminando acercándose cada vez más a la camioneta del mayor.
-Era... como un chillido, como un cachorro- siguió buscando con la mirada algo, intentando descifrar de donde venía aquel sonido.
-No escuché nada- admitió.
-Pues claro que no, fue muy bajo y tú estabas perdido en tus pensamientos...- y el sonido del que la joven hablaba se escuchó, ésta vez con más fuerza que la primera vez- ¡Ahí! ¿Escuchaste?- asintió, uniéndose también a la búsqueda que Mystikó había comenzado con la mirada.
-Definitivamente ha sido el lamento de un cachorro ¿Pero aquí? ¿En la Universidad? Traer mascotas acá está prohibido- Mystikó lo miró con incredulidad, como si no creyera lo que el mayor estaba diciendo.
-Posiblemente no está exactamente de turismo con su amo- Yutaka la miró con atención- posiblemente, le abandonaron aquí pensando que nadie lo encontraría y moriría o que alguien de buen corazón se apiadaría de él y le daría un techo bajo el cual vivir- el chillido se escuchó de nuevo, más cerca a medida que seguían caminando, ésta vez fue más prolongado, lo suficiente como para que ambos pudieran identificar el lugar del cual venía.
-Es por ahí- señaló, entre apresurado y sorprendido, Mystikó no dudó un segundo en tomar de la mano al mayor arrastrándolo con ella hacia el cachorro. Ése acto hizo que el mayor se estremeciera, pero no como con las caricias que la menor le daba con un objetivo sino como algo... más tierno.
- ¡Es allí! ¡Allí está!- soltó al mayor que no se dio cuenta en qué momento había sostenido de la mano mientras se acercaba apresurada a la caja dentro de la cual el pequeño canino lloraba- Hola, pequeño- le saludó, con cierta ternura en el tono de voz- ¿Estás solo? ¿Te dejaron aquí?- le tomó entre los brazos, acariciando las aterciopeladas orejitas- ¿Quieres cargarlo? - cuando la pelinegra se volteó y le mostró al pequeño perro que tenía entre los brazos disfrutando de las caricias que la joven le daba pudo ver el pelaje caoba del animal, asintió con una suave sonrisa dibujada en los labios y tomó con cuidado a la criatura entre sus fuertes brazos, acariciando el hocico con ternura, Mystikó se inclinó, acercándose a él más de lo necesario, para seguir acariciando al cachorro que parecía feliz ante el tacto de los dos, Yutaka observó la sonrisa en los finos labios y la ternura e inocencia que los ojos artificiales de la menor reflejaban, verla así, tan natural, tan relajada, tan hermosa hizo que algo dentro de él se estremeciera, algo que golpeó su pecho como una ola choca contra una roca en el mar, una sensación del todo agradable pero que le asustó a tal grado que quiso correr, correr y no quedarse a descubrir lo que esa sensación era realmente, o peor aún, que esa sensación creciera y se volviera intensa.
Quiso correr, dejar a la joven con el pequeño canino, subir a su camioneta, empacar sus cosas e irse lejos olvidándose de que alguna vez tuvo algo que ver con una chica de 17 años, seguir su vida normalmente en algún sintió donde ella jamás pudiera volver a tentarlo o a siquiera recordarle lo que alguna vez hicieron dentro de un cuarto, apartados de la mirada de todos, encerrados en un mundo de placer que ellos habían creado, pero no pudo siquiera dar un paso hacia atrás para alejarse de la joven, se quedo contemplando la expresión de la misma, la belleza infinita e inocente y casi divina que emanaba de Mystikó.
Nota: ¡Déjenme sus comentarios!profin TG llego a Brasil
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Kowareta
FanfictionNadie sabía... y nadie debió saberlo. Debía guardárselo para sí. Era la hermana menor de su mejor amigo. Era el mejor amigo de su hermano mayor. Había algo que ninguno de los dos sabía. Era un secreto... como su nombre.