Capitulo 35.

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  Parpadeó un par de veces para aclarar su vista. Escuchó sus propios jadeos.
Eso era un sueño, sí, sólo era eso. La escena que estaba frente a ella no era real, una mera pesadilla.

Entonces, si sólo era eso ¿Por qué sentía el aroma a sangre tan penetrante, por qué invadía su olfato de aquella manera? ¿Por qué sentía como sus pies descalzos eran humedecidos por el charco carmesí que crecía poco a poco?

Dio un paso al frente, el pulso le retumbaba hasta en las puntas de los dedos. Se dejó caer de rodillas al no ser capaz de mantenerse de pie, titubeante, con las manos temblorosas, extendió los brazos hasta alcanzar el rostro de la mujer que yacía muerte frente a ella. Los rasgos tanto le resultaban desconocidos como le resultaban familiares. El cabello negro estaba humedecido por la sangre y los mechones se le pegaban al cuerpo. Los labios de la mujer estaban perdiendo poco a poco el color rojizo que tenían.

Sintió cada fibra de su cuerpo temblar, su vestido marrón siendo empapado por la sangre derramada, le acarició la mejilla y le apartó unos cuantos mechones de cabello del rostro, no tardó en caer en la cuenta de que esa mujer era aquella que aparecía continuamente en sus sueños, esa que recitaba una y otra vez: No lo olvides, porque en el momento en que lo olvides, todo se acaba. Por eso los rasgos le resultaban familiares, si bien, jamás la había visto en la vida real, pero sí dentro de sus sueños. No, no era sólo eso, los rasgos le resultaban familiares porque veía algo de ella en Yuu y, incluso, en sí misma. El tono de piel era idéntico al suyo, los labios, el superior ligeramente delgado y el inferior más carnoso eran casi iguales a los de Yuu, la nariz tenía casi las mismas proporciones que la suya propia, las cejas... Su cuerpo sólo reaccionó agitándose más, se miró las manos, horrorizándose al ver que las mismas estaban empapadas de sangre, los oídos le empezaron a zumbar con fuerza, lastimándola.

Comenzó a castañear, los labios le temblaban, las lágrimas escurrieron una tras otra por sus mejillas, empapándole el cuello. La ropa se le pegó a las piernas, apartó la mirada del rostro pálido en un intento por apartar esos rasgos tan maduros y familiares de su mente pero sólo logró encontrarse con algo aún peor, horroroso, su vista dio a parar en el costado de la mujer, de donde no paraba de brotar tanta sangre, una herida espantosa que le arrebató un agudo grito de la garganta, se apartó de un salto hacia atrás, cerró los ojos con fuerza y tiró del nacimiento de su cabello, repitiéndose desesperadamente que eso no era real, que sólo era un sueño, que no estaba frente a un cadáver real, hasta que ya no pudo soportar el dolor de los jalones.

Logró volver a la realidad, sus ojos se abrieron y su vista fue ligeramente lastimada por la luz de la habitación, estaba sudando y con la respiración agitada, no le extrañó, incluso estaba acostumbrándose a esos sueños tan... peculiares. Miró el reloj, que marcaba exactamente las 7 de la mañana, tomó su móvil y desactivó la alarma programada para diez minutos después. Se levantó sin demasiadas ganas de la cama, no porque aún tuviera sueño y la flojera reinara en ella esa mañana, sino porque aquella pesadilla la había dejado agotada, un cansancio mental que no sólo era provocado por esos sueños, no estaba haciendo las cosas como debería...

Salió de su habitación y caminó por el pasillo, se había mudado al departamento de Yuu por unos días, así que no tenía que preocuparse más por pasearse en los pasillos de un hotel con esa imagen mañanera, se pasó los dedos por el largo cabello negro intentando desenredar el mismo. Llegó a la cocina y lo primero que hizo fue prepararse un café bien cargado, tostó un par de panes y los sirvió en un plato, les vertió un poco de miel encima. Se sentó a desayunar, con la mirada perdida, tomando el café y comiendo el pan tostado mecánicamente. No notó cuándo el mayor entró en la habitación y la miró con sorpresa de verla ya desayunando, no dijo nada al respecto, se limitó a servirse un poco de café y a sacar unas galletas de chocolate de una charola de plástico, las colocó en un pequeño tazón y se sentó frente a la pelinegra, esta última inmersa en sus propios pensamientos.

Aún podía sentir el olor a sangre en el ambiente, penetrando en sus fosas nasales, las piernas empapadas de sangre al igual que sus manos, podía sentir el líquido tibio volviéndose frío a medida que pasaba más y más tiempo fuera del cuerpo humano, aún podía ver la herida mortal en el cuerpo de la mujer, aún podía ver la expresión inerte. Se estremeció.

— ¿Sucede algo, Mystikó? Últimamente has estado muy distraída y... —notó que la menor no lo estaba escuchando, veía su taza llena de café con la mirada caída, no tardó mucho en darse cuenta de que una vez más la pelinegra había tenido una pesadilla, aunque él no las llamaba de esa forma. Dejó su taza llena de café sobre la mesa y caminó hacia Mystikó sigilosamente, la tomó de la barbilla, mirándola fijamente a los ojos, viendo lo que ella vio, intentando comprender las imágenes.

Casi se va para atrás, eso no era una pesadilla, no lo era en lo más mínimo y aunque alguien le dijera que sí, no se lo creería nunca, jamás, aquello era una prolepsis, nada más que eso, sí, nada más ¿Nada más? ¡Por dios! Se olvidó de su café caliente sin terminar, de las galletas que aún no se había comido y corrió a su cuarto por su celular, tecleó algo y se llevó el móvil cerca de la oreja, él conocía perfectamente a esa mujer, la conocía mejor que nadie, porque si a Mystikó le resultaba familiar, para él era inconfundible, un terror intenso le subió hasta la garganta, formándole un nudo, porque esa mujer, de rasgos tan delicados como los de la pelinegra, porque esa mujer... 3... 4... 5... y antes de que el sexto timbre sonara, contestaron.

— ¿Yuu? —una voz madura y dorada, femenina.

Porque esa mujer era su madre.

— ¡Tienes que venir a Japón, ahora! —exclamó, más en una súplica que en una orden, como le hubiera gustado que sonara.

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Genial.

Ahora no era esa maldita pesadilla lo que la agobiaba, no, ahora era la reacción de Yuu, había salido corriendo apenas había mirado a través de ella. Mystikó sabía que el pelinegro poseía algún tipo de poder místico que de vez en cuando usaba para poder ver más claramente lo que a las personas les costaba decir o explicar, podía verse como algo bueno o malo, dependía de la perspectiva, pero sin duda era invadir la privacidad personal.

Estaba irritada, mucho.

No podía concentrarse del todo en los documentos que leía, comprendía las palabras y le resultaban vacías, bueno, tal vez porque de hecho lo eran. Se apresuró a terminar de revisar y firmar lo que debía de ser firmado, hubiera preferido mil veces que los Takashima no le dejaran ni un solo objeto en su testamento, no se los reprocharía en lo más mínimo, sabía y aceptaba a la perfección que ella no era su hija. Suspiró con pesadez cuando colocaba en una pequeña pila la última carpeta que debía revisar. Miró la hora, cuando se levantó y tomó su chaleco alguien tocó la puerta, dio el paso y el extranjero apareció con un linda sonrisa dibujada en los labios, Mystikó le devolvió la sonrisa, más a la fuerza que de gana.

Estaba irritada, mucho.

Dejó el chaleco sobre el respaldo de la silla de nuevo y se sentó en una de las orillas del escritorio, con cuidado.

—Adam. —dijo, seria.
—Dime. —respondió, sonriente pero, también, utilizando un tono serio.
—Tenemos que hablar. —anunció, el rubio cobrizo cerró los ojos con fuerza, sabiendo de qué quería hablar la joven, hacia días que él se había esforzado en evadir el tema y veía cómo ella se daba cuenta de esos esfuerzos y por ende no lo había tocado, pero aquella conversación era simplemente inminente, y los volvió a abrir, la miró fijamente.
—Lo sé. —en ningún momento perdió la suave sonrisa de los labios.  

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