Capitulo 30.

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  Corrió, tan rápido como sus piernas le permitían, había dejado su automóvil en el estacionamiento al ver que no tenía suficiente tiempo para hacer uso de este. Sus ojos se centraban en una única silueta, aquel personaje alto con el cabello de un negro tan espeso como el de la joven. Corrió tan rápido que sintió sus piernas arder, escuchaba sus jadeos y latidos retumbar en sus oídos.

— ¡Shiroyama! —gritó, el morocho se encogió al escuchar el grito, se volvió y lo miró con cierto temor.
— ¿Puede decirme, Yutaka, por qué me ha gritado en el oído? —el castaño no se había dado cuenta de que había alcanzado al pelinegro, que presionaba el hombro del mismo con mucha fuerza y que, en efecto, le había gritado en el oído. El castaño lo soltó de inmediato y dio un paso hacia atrás.
—Lo... ¡Lo siento! No me di cuenta...
—Sí, como sea... —se dio media vuelta y siguió caminando. Sintió la presión nuevamente siendo ejercida en su hombro.
—Espera, Shiroyama, por favor —el pelinegro sabía de qué se trataba esa actitud del castaño. Rodó los ojos antes de voltear.
— ¿Qué se le ofrece? —preguntó, en un intento por parecer cortés.
—Ella... Mystikó...
—Si va a volverme a hacer la misma pregunta que antes, lo siento, no puedo decirle dónde está...
—¬No es eso... —bajó la mirada.
— ¿Entonces?
—Sólo quiero saber algo —el pelinegro asintió. — ¿Cómo está?
— ¿A qué se refiere?
— ¿Se encuentra bien?
—De salud y todo eso, sí, perfectamente. Si me disculpa, Yutaka, debo irme, mi vuelo saldrá pronto y necesito...
—Una cosa más. —añadió el castaño.
—Diga.
—Ella... ¿Es feliz? —la pregunta tomó por sorpresa al morocho, lo miró con aquellos ojos grisáceos mientras Yutaka apretaba los puños y mandíbula, tragó en seco.
—Eso es algo que sólo ella podría responder, Yutaka, ahora, si eso es todo, me retiro —se giró, comenzó a caminar un poco apresurado hacia la avenida, cuando diviso un taxi le hizo la parada al mismo.

Cuando estaba de camino al aeropuerto la imagen de Yutaka invadió su mente, aunque él en ningún momento había tenido algún contacto cercano con el castaño, aquella expresión le afligía, porque aún después de tanto tiempo seguía sintiéndose culpable por aquella noche que no pudo evitar la tragedia. Le afligía porque sabía muy bien que él podía ser la salvación de Yutaka, porque sabía que él tenía todas las respuestas que el castaño necesitaba pero se negaba a hablar.

No podía imaginarse si quiera cómo se sentiría Mystikó si viera aquella expresión impresa en el rostro de aquel al que tanto amaba.

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Regresó a su oficina, resignado y cansado mentalmente. Miró a su alrededor, todo permanecía quieto y vacío, se le había hecho costumbre siempre observar su entorno, notando lo simple e insignificantes que todo le parecía sin la pelinegra alrededor.

Habían pasado dos años. Dos años sin saber nada de la menor aparte de lo que el mundo del espectáculo decía, había tenido grandes éxitos, sus conciertos eran sin duda espectaculares, pero hasta ese momento, no había vuelto una sola vez a Japón, al contrario de Yuu, quien visitaba a Shima cada seis meses, pero se quedaba sólo un par de días y eso era decir mucho. En un par de ocasiones lo había alcanzado, pero Yuu siempre se excusa, excusas verdaderas, para evitar responder o decirle algo de la joven. Esa última vez el morocho había hablado bastante, nunca había cruzado más de dos palabras o frases con él.

Mystikó estaba bien, eso es lo que había dicho el pelinegro, y eso era lo que decían los medios porque ¿Cómo no iba a estar bien una novata en el mundo de la música si había tenido tanto éxito, superando cualquier expectativa? Pero ¿Era feliz?

"Sé feliz, Yutaka."

Eso era lo último que había escuchado de esa exquisita voz que tanto amaba. Pero ¿Ella lo sería? ¿Ella era feliz? Quería saberlo, el hecho de que fuese tan reconocida no hacía de la felicidad un hecho. Anhelaba ver esa sonrisa de nuevo, quería verla sonreír.

Alguien tocó la puerta.

—Adelante.

Su secretaria entró, con una caja en la mano.

—Esto le llegó, señor Yutaka. —dejó la caja en el escritorio del castaño.
—Gracias, puedes retirarte, Hikari —sí, era la misma mujer con la que había intentado 'olvidar' a Mystikó aquella vez que la pelinegra la había dicho por primera vez 'Te amo' y también la causante de la casi invisible cicatriz que había en su mejilla izquierda. La mujer hizo ademan de querer decir algo pero desistió inmediatamente, hizo la respectiva reverencia y salió de la estancia.

El castaño abrió la caja, con cierta impaciencia de por medio, cuando observó el conjunto de revistas que había dentro recordó qué eran, las sacó y fue pasando una a una, observando con atención las portadas, cuando llegó a la última, sintió que su corazón se detenía.

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La portada de esa última revista tenía impresa la sonrisa que tanto anhelaba ver, el rostro de la pelinegra se notaba radiante, su cabello volvía a ser negro con algunos efectos en magenta. Ese no era el problema, no, en absoluto ¿Cómo esa sonrisa podía ser el problema? El problema era que en esa imagen no sólo aparecía la expresión amada, sino alguien más, un extranjero, bastante apuesto, de facciones finas y cabello reluciente, se podía apreciar al dúo reír muy cercanos, como si aquello resultara completamente natural. Peor aún, estaba impreso en letras grandes y llamativas: "¡Un amor como ningún otro! ¡El encuentro de dos almas gemelas! Dos grandes artistas, dos grandes talentos, un par de bellas almas destinadas al éxito se encuentran ¿Será este el inicio de una historia sin fin?"

Mentira. Los medios siempre usan todo para sacar provecho, no podía creer aquello, no quería creerlo, los medios se equivocan... Mystikó no podía, no podía... espera ¿Por qué no podía? ¿Acaso él era el único que se aferraba a todos aquellos recuerdos? ¿A aquella relación rota? Mil pensamientos y escenarios se arremolinaban en su mente, estremeciendo su corazón.

Dejó a un lado el conjunto que ahora resultaba indeseable, abrió uno de los cajones de su escritorio, observó unos momentos, largos y lentos, la única y preciada fotografía que tenía con Mystikó. Se les veía tan feliz, como si nada en el mundo pudiera opacar tan hermosas sonrisas, como si nada en el mundo pudiera separarlos, pero resultó que su relación era ridículamente frágil. Hizo a un lado la fotografía con delicadeza, tomó entre sus manos una libreta de pasta dura y la sacó, tomó su pluma fuente, pasó las hojas de opalina ya ocupadas hasta llegar a una nueva, limpia, y comenzó a trazar caracteres armando una frase, como las que ocupaban las demás páginas:

"A veces no sé qué es el caos. A veces no sé diferenciar entre lo que pienso y lo que vivo. Siento que muchos recuerdos se bifurcan en trivialidades y se desvanecen en fantasmas que quizás nunca viví; transmutan, tal vez, en recuerdos modificados y ajustados a traumas o viajes de mi loca imaginación infantil. Posiblemente del caos sea yo la definición última..." [—Blaster.]

Observó lo escrito y dejó salir un suspiro pesado y fugaz, una lágrima se deslizó por su mejilla izquierda, a través de la cicatriz, pasando la comisura de sus labios. Otro más como lo que en el resto de las páginas estaba escrito, otro verso más, inspirado en su anhelo, en esos dos años vacíos y largos, en su desesperación, en su salvación, en sus recuerdos... en Mystikó. 

KowaretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora