Capitulo 33.

15 1 0
                                    

  Parpadeó un par de veces para aclarar su borrosa vista y el escenario que se extendía frente a su vista le quitó el aliento.

Era como un precipicio, con un enorme pedazo de roca sobresaliendo en pico, una figura delgada y armoniosa estaba caminando hacia el límite, la figura estaba prácticamente desnuda, sus ropas blancas estaban completamente desgarradas que apenas si la cubrían, los tirones de tela estaban manchados con algo carmesí. De la espalda de aquel ser sobresalían un par de alas cuyo plumaje era de un color blanco con reflejos purpúreos, pero el plumaje era surcado parcialmente por manchas del mismo tono que las de la tela desgarrada. Y algo goteaba de aquel par de majestuosas figuras, la figura avanzaba con pasos lentos hacia el límite, en cada paso varios pares de plumas se desprendían de las alas, plumas que parecían haber sido sumergidas en la sangre tiñendo las mismas de ese tono burdeos característico. Parecía errante, un ser que no sabía a dónde pertenecía, a dónde debía dirigirse. El cabello negro con leves bucles caía por la espalda y hombros, haciéndole imposible ver si la sangre provenía de alguna herida en esa zona.

Su corazón se paralizó por un momento cuando la figura no se detuvo una vez haber llegado al límite, dio un paso más y como si fuera un susurro logró escucharle decir: 'Libertas'. Esa palabra resonó de tal forma en su mente que casi pudo sentir todo lo que aquella figura sentía. Tanto anhelo, un anhelo exagerado y doloroso.

El ser alado desapareció de su vista tan rápido como la gravedad le hizo caer por el precipicio.

Gritó con fuerza mientras abría sus ojos de una sola vez y se incorporaba sobre su cama, la respiración de la pelinegra era acelerada al igual que su ritmo cardíaco. Sintió su musculosa blanca pegársele a la piel, estaba bañada en sudor frío, algunos mechones de cabello se le habían pegado a las mejillas por la humedad. Se llevó una mano al pecho y frotó suavemente el mismo, como intentando tranquilizarse a sí misma, miró a su alrededor y encontró la misma habitación de hotel que había rentado, los mismos objetos, ni una sola presencia allí, sin ningún precipicio ni ser alado sangrante.

La puerta de su habitación se abrió con lentitud y el rostro del pelinegro apareció tímido detrás de la gruesa hoja de madera.

— ¿Estás bien? —se adentró en la habitación de la menor cerrando la puerta sigilosamente. — ¿Tuviste una pesadilla?
—Sí... —el morocho se sentó junto a ella— pero se sintió tan real, el viento, la humedad del ambiente... los olores... —el mayor le levantó el rostro y la miró fijamente a los ojos.

Haciendo uso de sus dones logró ver lo que Mystikó recordaba de la pesadilla y se estremeció con aquellas imágenes que él podía ver a través de los ojos purpúreos de la joven. Sintió sus latidos un poco más rápidos y su respiración un poco irregular, se aclaró la garganta con fuerza. Parpadeó varias veces antes de volver a ver el rostro agitado de la pelinegra.

— ¿Estás bien? ¿Quisieras que me quedara? —Mystikó asintió con lentitud, el mayor sonrió con cariño, rodeó la cama y se introdujo entre las sábanas, rodeó a la menor con sus fuertes brazos. — ¿Así está bien? ¿Vas a dormir? Aún hay tiempo, son apenas las 2 de la mañana. —La joven se acurrucó entre los brazos del mayor— Duerme. —cerró los ojos y volvió a introducirse en el mundo de Morfeo sin demasiado esfuerzo con esa sensación de protección que el morocho le inspiraba.

.
.
.

Llamó al ascensor, las puertas metálicas no tardaron en abrirse y mostrar lo considerablemente concurrida que estaba la cabina metálica, vio su reloj y asumió que no tenía de otra que ingresar así estuviera o no lleno el ascensor.

Llevaba puesta unas gafas anchas oscuras, su cabello ondulante estaba elegantemente recogido en una coleta italiana dejando algunos bucles enmarcando su rostro, sus labios eran recubiertos por un brillo de un tono rosa pálido y los lóbulos de sus orejas estaban adornados por un par de zarcillos de oro blanco. Su ropa era ligera y elegante, cómoda y agradable a la vista, una blusa drapeada blanca que dejaba sus hombros expuestos, un pantalón chino gris, y, por supuesto, unos cómodos botines bajos de cordones, su calzado favorito.

Se colocó en una de las esquinas de la cabina mientras suspiraba con cierta indiferencia a su alrededor. Uno, dos pisos, el ascensor se detuvo, las puertas se abrieron y el castaño entró en la cabina. Sintió su corazón dar un vuelco, de emoción o de nervios, quién sabe y tampoco es que le importara mucho descubrir de qué sentimiento se trataba. Agradeció haberse acostumbrado a usar el tipo de gafas que llevaba puestas pues eso hizo que el mayor no pareciera reconocerla. Cerró los ojos con fuerza mientras suspiraba silenciosamente y cerraba los puños con fuerza y nerviosismo. El ascensor volvió a ponerse en movimiento, sintió una calidez conocida colocarse a un costado de ella, lo miró de reojo admirando ese perfil que ella tanto amaba, cada rasgo del mayor le resultaba hermoso y perfecto. Uno, dos pisos, de nuevo, el ascensor se detuvo, pero esta vez las puertas metálicas no se abrieron, se detuvo de una forma demasiado brusca haciendo que todos en el interior chocaran unos con los otros o haciendo que incluso estuvieran a punto de caer, de este último grupo Mystikó fue integrante, su cuerpo se estremeció hacia su izquierda, chocando con el firme cuerpo del mayor, aun teniendo ese apoyo sus pies se resbalaron estando a punto de caer, las gafas cayeron al suelo y el cristal se estrelló, sintió una mano sostenerla por la cintura con fuerza, una mano que le era más que familiar, la sangre recorrió su cuerpo a un ritmo acelerado y una leve corriente eléctrica recorrió su columna, instintivamente volteó su rostro para ver al mayor, al hacerlo sus narices casi se rozaron, sino fuera por la deferencia de altura.

El castaño la miró con sorpresa, ella le imitó, pero en la mirada de la menor había un toque de tristeza y arrepentimiento que no había en la del mayor. Sus miradas se conectaron por primera vez en casi dos años y medio, sus respiraciones se mezclaron por la cercanía que había entre sus rostros. Los dedos que la sostenían se tensaron y la acercaron un poco más a él.

—Mystikó... —susurró, titubeante, Yutaka.

"Ellos llevaban en el alma el amor que se confiesa en la mirada, llevan en la boca palabras que piden ser liberadas; bajo el pecho van cargando un 'Boom' que arde; y se buscan en el silencio de la noche, pero no logran encontrarse, son ellos; los que ya se aman." [—Fabiola Corrales, En un solo carácter.] 

KowaretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora