Capitulo 32

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  — ¿Qué? ¿Viniste con Mystikó? ¡Se suponía que ella sola tendría que haber venido! ¿Acaso no te das cuenta del riesgo que corren juntos estando en Japón? —gruñó el ojimiel.
—No creo que Reita siga--
— ¿Y tú qué sabes?
—Posiblemente más que tú. —sus miradas se encontraron, desafiantes.
— ¿Más que yo? —soltó una carcajada seca. — Sí, segurito. —le sonrió con sorna.
—Al menos sé que una Alysída no se debe usar con fines egoístas. —soltó el morocho.
— ¿Fines egoístas? —lo miró con furia.
— ¿Acaso tienes otra palabra que describa tales acciones?
— ¡Yo sólo estaba--!
—Asustado, tan, tan asustado como un pequeño niño que ha perdido la mano de su madre.
— ¿Cómo te atreves?
— ¿Cómo te atreviste tú? —ambos guardaron silencio, el pelinegro rodó los ojos y se revolvió el cabello. — volvamos al grano, no creo que Reita se dé cuenta de lo que posiblemente esté sucediendo, hay un humano que pese a que no es útil de la forma en que quisiera, lo es reprimiendo de algún modo la esencia de Mystikó.
—Ah... ¿Ese chico con quien salió en la revista? —preguntó.
—Ese mismo.
— ¿Cómo era que se llamaba? —Se llevó las manos a la sien— ¿Adam? —El pelinegro asintió— ¿De verdad están juntos?
—Se podría decir...
— ¿Se podría decir?
—Es que... Mystikó lo conoció hace no mucho, pero sólo quería una amistad, alguien que pudiera medianamente comprenderla, aparte de mí, pero... Adam no sólo quiere una amistad con ella, Mystikó le dio una oportunidad, lleva desde entonces intentando sentir algo por él y olvidar a aquel que perdió por nuestra culpa.
— ¿Nuestra? ¿No querrás decir, MI culpa?
—Nuestra. También fue por mi culpa que ella... al no poder protegerla de un demonio como tú, al no haberme dado cuenta de la Alysída que poseías...
—Podrá ser la culpa de quien sea, pero no la tuya...
— ¡Por favor! ¡Qué fácil te resulta! ¡Y cómo no! ¡Siendo lo que eres, te resulta de lo más normal provocar desgracias en los seres humanos!
— ¡Cómo te atreves a hablarme así! Sabes perfectamente quién soy y aun así---
—Tú también sabes quién soy —se levantó con rudeza— tampoco te conviene hablarme de esa forma —se giró hacia la puerta— una cosa más —añadió, el castaño lo miró con intriga y enojo mezclados— MANTENTE BIEN ALEJADO DE MYSTIKÓ, DEMONIO. —y sin darle tiempo al castaño de responder, salió del estudio.

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—Sí... sí... ¡Te lo agradezco tanto! —Exclamó la pelinegra mientras sostenía su móvil cerca de su oreja— Sí, sí, te deberé una, de verdad de lo agradezco... Sí, sé que de todas formas tengo que presentarme, pero... tal vez... sólo tal vez, así evite verlo... Sí, entonces, así quedamos, muchísimas gracias, Oni. —terminó su llamada, justo en ese momento el rubio cobrizo entró a su habitación, él la miro con cierta elocuencia. — ¿Sucede algo?
—Sólo admiraba lo bella que eres, así, al natural, sin ser la cantante tan aclamada por tantas personas, debo ser muy afortunado al tenerse sólo para mí ¿No crees? —La pelinegra iba a decir algo, pero el joven le impidió hablar colocándole el dedo índice sobre los labios— No digas nada, sé lo que vas a decir y sabes lo que yo voy a decir. —la menor bajó la mirada, él le sonrió, retiró el dedo de los labios y la besó profundamente, sintió ese casi imperceptible rechazo que la joven mostraba cada que la besaba, y como siempre, lo ignoró, paseó sus manos por la espalda de le pelinegra provocando que esta se encogiese, ella no quería aquel contacto, lo sabía y sabía a qué se debía: a ese recuerdo que siempre acompañaba a Mystikó, ese recuerdo para el cual todas las canciones eran dedicadas.
—Adam... —escuchó decir a la joven, se separó, sonriendo paciente.
—Lo siento. —se limitó a decir, observó a la pelinegra y apreció esa expresión afligida que la menor tenía impresa en el rostro.
—No, yo lo siento... siento no ser capaz de quererte de la forma en que desearías, de la forma en la que yo deseo quererte... pero...
—No puedes obligarte a sentir anda por nadie.
—Lo mejor sería termi---
—No. —la interrumpió, con un tono un poco desesperado pero apacible. — No lo digas, con el pasar del tiempo... yo... tú... —sintió las manos cálidas y delgadas sostener su rostro.
—Yo no quiero lastimarte... —le sonrió con agradecimiento.
—Yo sería el único que me lastimaría, al aferrarme a algo que simplemente no puedo tener...
—Adam... —la besó de nuevo, cálido.
—Está bien... Mystikó.

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Corrió por el pasillo apenas las puertas del elevador se abrieron, había recibido la noticia de que Mystikó había vuelto y que tenía que reportarse, seguramente el primer lugar al que tendría que ir sería a la empresa de los Takashima, seguramente tendría que hablar con Shima...

Durante los pasados meses se había hecho algunos cambios al edificio, se habían mudado algunas oficinas a otras estancias para poder hacerles espacio a las nuevas accionistas, había un par de oficinas conectadas que serían las de Masaki y Kizumi, y había otra, la cual sería de la mujer que tanto amaba. Las paredes eran de cristal esmerilado, así que a través de él se podían ver borrosas e irregulares siluetas del interior de la oficina, se dirigió primero a la oficina de su amigo, pero la secretaria le informó que Shima había salido.

— ¿Ha recibido alguna visita? —preguntó, impaciente. La mujer se quedó pensativa unos momentos.
—Sí, el señor Shiroyama vino a verlo, pero no se fue con él.
—Gracias. —se dio media vuelta y caminó hacia las nuevas oficinas, observó a Hikari acomodar algunas cosas en el escritorio que usaría la secretaria de la pelinegra. — ¿Ha llegado alguien? —preguntó con impaciencia.
—Sí, una joven recién llegó e ingresó a la oficina, —apenas escuchó aquello y se precipitó hacia la puerta que daba entrada a la estancia. — pero... ¡Señor Yutaka! —exclamó, el castaño la ignoró y cerró la puerta detrás de sí.

Cuando miró hacia el escritorio se encontró con una chica de cabello plateado con matices morados, se extrañó, el recordaba que Mystikó en ese tiempo tenía el cabello negro con efectos magentas, pero podía ser que hubiese cambiado de nuevo su Look, la joven estaba de espaldas, mirando por la gran ventana que tenía la oficina, caminó hacia ella, la tomó del brazo y la giró con brusquedad. Las miradas se encontraron, miradas que expresaban total sorpresa. Al castaño le tomó unos momentos reponerse de la impresión.

— ¿Quién eres? —preguntó, apenas con aliento.
—Mi nombre es Oni, soy la apoderada temporal de la señorita Takashima. —respondió la joven, la cual tenía una voz melodiosa y un poco aguda.
—Con señorita Takashima ¿Te refieres a Mystikó? —la platinada asintió con la cabeza lentamente. — ¿Dónde está ella?
—Pues verá... —retrocedió un poco.
—No. —se apresuró a decir— Al igual que Yuu, no piensas decírmelo ¿Cierto? ¡Por qué se niegan! —gritó, fúrico, un grito que se expandió incluso fuera de la estancia.
—Porque ella me lo pidió, por algo estoy yo aquí y no ella ¿No cree? ¿Es usted Yutaka?
—Soy yo. —la joven sonrió.
—Ella tenía razón... es realmente lista. —el castaño la miró con cierto enfado.
— ¿A qué te refieres? —la chica lo observó con cierto temor. —No me lo dirás, ya sé. No te preocupes, ya me las apañaré para descubrirlo todo. —se giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta, al salir, nadie, ni Hikari, se le acercó, se notaba el mal humor que emanaba de él, y todos sabían que Yutaka se comportaba de una forma muy siniestra cuando estaba de ese humor. —Definitivamente, yo la voy a encontrar. —dijo, con la firmeza que Mystikó usó en el juicio, una firmeza y determinación atemorizantes. Llamó al ascensor, cuando las puertas metálicas se abrieron se introdujo rápidamente en la cabina metálica.

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Su mano izquierda impedía que cualquier sonido saliera de su boca. Lo que no pudo evitar fueron las escasas lágrimas que fluyeron de sus ojos y empaparon su mano y mejillas.

Allí, detrás de un muro, escondida de la vista de Yutaka, se acordó del tortuoso tiempo en que Yutaka había actuado como si no existiera, recordó que de esa misma forma se escondió varias veces antes de dirigirse a la camioneta del mayor.

Tal vez, pensó, ahora lo mejor sería que Yutaka actuara como aquella vez, como si ella no existiera, eso sin duda la destrozaría, pero al menos, ya no tendría razón para aferrarse a su recuerdo, a ese amor, a esa relación... ya no seguiría aferrándose a lo roto.

Pero sabía que eso no sería posible, el rostro de Yutaka, aquellos gritos que se escucharon en el interior de su futura oficina, lo decían todo, Yutaka anhelaba tanto estar con ella como ella anhelaba estar con él.

Secó sus lágrimas, inhaló y exhaló varias veces, cerró los ojos e intentó calmarse, caminó como solía hacerlo y se dirigió hacia la oficina que le habían asignado, saludó con una leve inclinación de cabeza a la mujer que ordenaba quién sabe qué en el escritorio de la secretaria y entró a la estancia.

La mirada castaña de Oni se topó con la purpúrea de Mystikó.

—Mystikó, Yutaka... él realmente...
—Calla, no quiero saber nada. —La platinada asintió nerviosa— Ya puedes irte, muchísimas gracias por tu ayuda —Oni le sonrió, Mystikó le devolvió la sonrisa.
—Claro, para eso estamos las amigas... ¿No quisieras que me quedara contigo un poco más?
—No es necesario, seguro tienes cosas que hacer, ya has sido de mucha ayuda. —Oni se inclinó bastante y salió de la estancia, Mystikó caminó con lentitud hacia la ventana, pasando sus dedos sobre el escritorio de mármol blanco. Miró los edificios que había alrededor, la fluida circulación de los automóviles. — Se supone que te dejé para que fueras feliz... entonces ¿Por qué vives de ésta forma?  

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