Capitulo. 5.

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Sucumbiendo ante el capricho, porque no concebía llamarlo de otra forma, de una adolescente, profundizaba el beso, tomando control, rozando con dominio los labios de la menor como si fuera un objeto que poseía solamente él, poco a poco comenzó a descender repartiendo besos en la comisura de los labios rosados, el mentón y finalmente, al tiempo que arrancaba la mascada y el collar, marcaba el cuello con mordidas suaves y bruscas que hacían gemir suavemente a la menor quien se mantenía tirando del oscuro cabello.

—Entonces...—suspiró mientras hacia un poco más para atrás su cabeza— ¿Intestabas huir faltando a clase?— maldijo por lo bajo al sentir como el mayor detenía su labor.
— ¿Disculpa? — miró a la pelinegra con cierta curiosidad y confusión mezcladas.
—No te hagas el tonto, hoy, un profesor no fue a clase por lo que estuvimos dos horas sin hacer nada ¿Me vas a decir que no fuiste tú?
—No, no fui yo—declaró el mayor.
-— ¿No mientes? Entonces... ¿No me vas a dar clase este año?— el mayor resopló ante la pregunta de la joven mientras la dejaba en el asiento del copiloto.
—Fue Takanori Matsumoto el que faltó a la clase— aclaró Yutaka, Mystikó lo miró con desaprobación.
—He oído que él es muy puntual y responsable.
—Y lo es, pero por más responsable y puntual que una persona sea no se pueden evitar los contratiempos.
—Y ¿Se puede saber de qué clase de contratiempo se trata?
—Hubo un error en la impresión de los boletos para su próxima presentación y tuvo que ir a arreglarlo— la menor asintió comprendiendo.
—Claro, olvidaba que Takanori Matsumoto es una de los vocalistas más afamados de Japón...
—Sí, bueno, ahora en marcha, que llegaremos tarde— dijo, Mystikó sonrió con sorna.
—Si eso pasa, no será culpa mía
— ¿No? Por favor—rodó los ojos y sin dejar que la menor respondiera, salió del estacionamiento.

En el transcurso, Mystikó recogió del suelo del automóvil la mascada y el collar gótico que el mayor había arrancado de su cuello para crear nuevas marcas, sonrió al ver la expresión de resentimiento de Yutaka cuando éste miro de soslayo los objetos que volvía a colocar en su garganta.

—No respondiste a mi pregunta— recordó la menor.
— ¿Pregunta? ¿Qué pregunta?— la miró de soslayo sin dejar de prestar atención a la avenida.
— ¿No vas a darme clases este ciclo escolar?— cuestionó, el mayor negó con la cabeza.
—Qué más quisiera yo que no darte clase este ciclo escolar— y extraño brillo apareció en la mirada de la menor. —Pero sí, te daré clases, dos veces a la semana, con periodos de tres horas...— alzó las cejas con sorpresa.
—Vaya, eso sí que compensa los días restantes.
—No, no lo hace, va a ser una tortura— el edificio donde trabajaba comenzaba a elevarse ante sus vista.
— ¿Por qué sería una tortura? — faltaban dos cuadras para llegar a su destino. La camioneta se introdujo a la tenue luz neón que iluminaba el estacionamiento, el mayor retiró la llave apagando el automóvil, aún sin responder a la pregunta que la pelinegra le había planteado, cuando iba a abrir la puerta para salir sintió como la fina mano de Mystikó sostenía su brazo con fuerza— No has respondido— el mayor alejó su mano de la manija de la puerta y se reacomodo en su asiento, tomando con delicadeza la mano que sostenía su brazo.
— ¿Acaso crees...?—besó los nudillos de la mano ajena— ¿Acaso crees que... no eres demasiada tentación? — Lamió sensualmente los dedos que parecían de marfil provocando un escalofrío que recorrió por completo a la joven, para luego apartarse bruscamente, con una expresión sombría— y que por eso mismo me detesto tanto.
— ¿Perdón? — levantó una ceja indicando confusión.
—Debo ser un ser repugnante con tan solo pensar en ti como una mujer y no como mi alumna o... como la hermana menor de mi mejor amigo...—la menor iba a protestar pero el castaño en un abrir y cerrar de ojos había salido del interior del automóvil y había comenzado una caminata hacia el elevador.

La pelinegra bajó con tranquilidad del automóvil junto con su mochila, acomodando una última vez el collar y la mascada en su cuello mientras se colgaba la mochila de un hombro, resopló apartando algunos mechones de cabello de su rostro y apretó el paso para subir junto con Yutaka al lugar donde a partir de ese día comenzaría a trabajar, sonrió con ilusión dejando de lado el asunto con Yutaka, cuando entró a la cabina metálica le sonrió ampliamente al mayor quien la miro pestañeando.

Amó su trabajo, no era demasiado demandante y Yutaka se empeñaba en dejarle en claro que su trabajo era ridículo puesto que según él no necesitaba ningún asistente. Claro, Yutaka, claro, como no pierdes las cosas en cada esquina...

Observaba al mayor revolver con desesperación las carpetas de su escritorio, de los estantes y de las repisas, mientras contenía la risa. Yutaka parecía de verdad agobiado y no dejaba de despeinar su oscuro cabello.

— ¿Dónde lo dejé? Recuerda, Yutaka, recuerda ¿Dónde lo pusiste?— se cuestionaba con euforia, Mystikó apenas si podía contener la risa, al notarlo el mayor la miró con resentimiento— tú siempre andas detrás de mí ¿Viste donde dejé el demo?
—Tal vez— sonrió, divertida y burlona.
—Lo sabes ¿Dónde está?— la joven resopló, sonriendo, dejó de ocultar su mano detrás de la espalda y la extendió hacia el mayor mientras sostenía la caja del demo, el mayor la arrebató con prisa y alivio— ¿Por qué no me dijiste que tú la tenías?
—No la tenía, la encontré, de verdad que necesitas a un asistente detrás de ti todo el tiempo— rió por lo bajo y rió con más fuerza al notar la mueca que tenía el mayor en el rostro— Oh, vamos, no te enfades con cosas tan simples— le sonrió con amabilidad— bueno, tengo que ordenar esos papeles ¿Cierto?— señaló el escritorio del mayor, donde las carpetas ahora estaban desordenadas, se acercó colocándose del otro lado de la oficina antes de que el mayor pudiese decir algo, se acercó más de lo necesario al mayor que se quedó mirando a la joven como perplejo, sus cuerpos rozaron con sutileza, Yutaka tragó saliva mientras sentía los roces provocados por la más chica y se sorprendió a sí mismo respondiendo a esos roces.

Para Mystikó resultaba divertido aquello, pero para Yutaka era algo más, era una tortura, casi como un castigo por un crimen que sabía bien, había cometido. Porque acostarse con una joven de 17 años era un delito, bajo el consentimiento o no de la misma, era un delito y si alguien lo descubría... simplemente eso sería su fin.

Como si no tuviera suficiente en el trabajo, también en las clases Mystikó le provocaba, de una manera casi imperceptible pero que solo él podía entender, porque los mensajes, las miradas eran sólo para él, solo para él.

Se repetía a sí mismo que no debía de dejar que la situación siguiera como estaba, que debía rechazar cada una de la insinuaciones que la menor le hacía, que debía tener más control sobre sí mismo, más determinación, mantener la relación con la pelinegra como desde que la había conocido, fría y cortante. Pero aquello resultaba imposible, una vez que los dos estaban dentro de la camioneta, con los vidrios arriba como siempre permanecían, la temperatura subía sin que ninguno pudiera evitarlo, como una droga que ansiaba consumir, aferrándola con fuerza hacia su cuerpo, como imanes, no podía evitar corresponder a los besos de la joven, se deleitaba al tenerla cerca, sentir la piel caliente, los movimientos imitando el acto sexual... simplemente, por más que su cabeza, su raciocinio le gritara que la alejara, que la apartara lo más lejos que podía de él, simplemente su instinto dominaba y la acercaba más a él, disfrutando del descarado placer que Mystikó le ofrecía.

En esos momentos, ninguno de los dos podía imaginar lo que vendría después.

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