capitulo 13.

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  —Nada.

Una simple palabra que aún resonaba en eco dentro de sus oídos, un eco fuerte e incesante.

Aun después de semanas, aún después de lo sucedido, esa palabra había causado destrozos irreparables en su persona. No le importaban las manos tocándola, los sedantes que la mantenían quieta, el asco incontenible cuando rostros desconocidos se acercaban a ella sonriéndole lascivamente tampoco importaba, nada podía importarle más que aquella destructiva palabra.

'Nada'.

En absoluto nada, la dureza con la que esas dos sílabas se habían pronunciado, los labios rígidos y la mirada llena de decisión, resentimiento y desprecio había destrozado las pequeñas pero valiosas esperanzas de que él sintiera algo por ella, algo que fuera más que mero deseo carnal. Las esperanzas, frágiles y diminutas, de que él hubiera visto algo a través del traslucido purpúreo de su iris, de que hubiera comprendido que las lágrimas le escocían los ojos y que eso se veía perfectamente reflejado en lo rojizo de su esclerótica.


'Nada'.

Eso era lo que ahora le importaba. Nada. Los mismo que él sentía por ella era lo que su vida ahora le importaba.

Aún sedada, aun siendo mantenida en algo parecido al estado vegetativo su mente repetía una sola palabra y sus labios susurraban el mismo nombre una y otra vez, como llamándolo, anhelando que apareciera tras esa puerta de madera desgastada, le musitara que todo estaba bien, que la quería y que la iba a proteger.

Pero aquel al que llamaba simplemente no aparecía tras esa puerta. Pero ella continuaba musitando aquel nombre incansablemente:

—Yutaka...

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—Sin duda ha sido una estrategia excelente para ellos pero nos ha quitado mucho tiempo... investigaciones echadas a la basura...
— ¿A qué se refiere?— dijo el más alto, aquel con facciones finas y labios carnosos.
—A que no la sacaron del país, aún hay esperanza de que podamos rescatarla, a ella y todas las que podamos...
— ¿Cómo sabe que no la sacaron del país?
—Porque hubo una operación, arrestamos tratantes de blancas que pretendían sacar a las jóvenes de Japón pero... entre ellas no estaba su hermana, Joven Takashima, a veces recurren a esa técnica... sólo cuando las jóvenes tienen algún rasgo particular como la Heterocromia, ojos de un color muy peculiar.
—O génesis de Alexandria...
—Exactamente— afirmó el comandante— escuche— le puso una mano sobre el hombro— aún hay posibilidades de que ella vuelva a su hogar...
—El hecho de que no me lo asegure sólo me provoca más preocupación— refutó el de los ojos color miel.
—Lo siento, pero así es esto, a veces los tratantes les inyectan demasiado sedante o droga y... no creo que sea necesario que le diga lo que sucede. —argumentó el de uniforme.
—Lo sé... le agradezco su incondicional ayuda, comandante. — estrecharon las manos y uno salió de la oficina, observó a su amigo levantar la cabeza con rapidez en cuanto cerró la puerta.
— ¿Qué tal fue?— Yutaka tenía unas ojeras terribles.
—Ni bien ni mal, digamos que intermedio— se sentó a un costado del castaño.
— ¿Eso qué quiere decir?
—Me dijeron que no la habían sacado del país, que aún había posibilidades de que volviera con nosotros pero su tono... me hace pensar que esas posibilidades son casi nulas...
—Shima yo...
— ¿Vas a disculparte de nuevo?— le sonrió con sutileza, le palmeó la espalda. — No tienes la culpa, Yukkun, tú cumpliste con lo tuyo en todo momento...
—Pero es que... yo...
—Tampoco tienes la culpa de que tu familia provenga de donde proviene... quiero creer que todo va a estar bien... Bueno ¿Qué te parece una buena lasaña? Conozco un lugar que ¡Dioses! — el castaño oscuro rió por lo bajo.
—Claro, por qué no. — ambos se levantaron y salieron de la estación de policías, con pequeñas sonrisas dibujadas en los labios, sonreían, pero no porque estuvieran felices.

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Aquel tormento seguía, incesante, su cuerpo comenzaba a perder peso, su piel se había tornado más amarillenta de lo normal, alrededor de sus ojos podía notar las ojeras, sus labios estaban resecos y se sentía sucia, se daba asco.
Afuera, se podían oír sonidos extraños, como golpes, gritos, órdenes, puertas abriéndose y cerrándose de nuevo, gritos de las demás aprisionadas, disparos.
Pudo escuchar pasos acercándose y comenzó a contarlos.
Uno... dos... tres... cuatro... cinco... seis... siente... la puerta se abrió. Y su corazón se detuvo.
Ahí estaba, aquel al que tanto había llamado, estaba frente a sus ojos, sangrante.

— ¡Aléjate de ella!— gritó, fúrico. Ignorando sus abundantes heridas, dio dos grandes zancadas y golpeó brutalmente al hombre que hacía unos minutos abusaba de ella. Uno de los hombres cuyo rostro ella reconocía, era el que la mantenía sedada, entró en la habitación con pistola en mano.
—Yutaka...— su intención era gritar, pero la voz apenas de si salió. Yutaka se dio la vuelta, con un movimiento que ella no alcanzo a seguir golpeó al hombre con la pistola, más llegaron, golpes, algunas gotas de sangre le salpicaron la cara, uno se le acercó, dispuesto a llevársela de aquel lugar, si podían conservar a alguna, esa una iba a ser ella porque ¿Dónde se encuentra a alguien con Génesis de Alexandria? Pero en ese momento, Yutaka explotó, como una bestia hambrienta comenzó a golpear a todos los que se interponían en su camino, gritando como un león defendiendo a su cría, emitiendo sonidos guturales demasiado macabros.

Las lágrimas fluyeron cuando su cuerpo frío y tieso hizo contraste con la calidez y suavidad del mayor cuando este la cubrió y la llevó en brazos. Si hubiera podido, justo ahí lo hubiera besado, lo hubiera abrazado y le hubiera dicho lo mucho que lo quería, lo mucho que lo amaba, pero uso todas sus fuerzas para decirle algo que contradijera su respuesta. Irónica, como siempre, así Yutaka la quería, de esa forma Yutaka la amaba.

—...Vaya forma de demostrar que No te importo...— musitó, antes de que sus ojos de cerraran pudo ver la sonrisa del castaño llevándola a ella entre sus brazos.

¿Continuará? ¡Déjenme sus valioso comentarios!   

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