Capitulo 28

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  Era tarde, el cielo había sido salpicado por tonos violáceos y azulados, estaba atardeciendo, se escucharon pasos subir las escaleras metálicas, pasos apresurados y juguetones, se escucharon risas que resonaron en la casi vacía estancia, ya no sólo se escucharon un par de pasos, otra persona comenzó a subir los escalones.

— ¡De prisa, Yutaka! —los ojos claros observaron el atardecer, luego se volvieron hacia el castaño que sonreía con cariño. — ¡Te lo vas a perder!
—Sí, sí, ya voy —la joven corrió hacia el barandal y se recargó en él, el castaño no tardó en alcanzarla, echaron un vistazo a su alrededor, sólo dos parejas más estaban allí, con el mismo propósito que ellos: contemplar el atardecer con esa persona tan especial, desde lo alto de la torre de Tokio. Abrazó a la pelinegra por la cintura, el calor del otro invadió el cuerpo ajeno.

Admiraron por unos minutos el atardecer, al sol ponerse con lentitud, sus labios sonreían, sus expresiones eran de calma pura. Sus miradas se encontraron, la joven le acarició la mejilla al mayor, se elevó un poco colocándose de puntillas, el mayor se agachó y la besó.

'No fue un beso como cualquiera, fue uno de esos donde dejas de usar los labios y das espacio al corazón, uno de esos donde quisieras que el mundo se detuviera para morir ahí.' [—Edwin Vergara.]

Crearon un escudo para ambos, un escudo que era construido por los brazos que rodeaban sus cuerpos, se estrecharon con cariño, la menor recargó su cabeza en el firme pecho del mayor mientras sentía los dedos de Yutaka juguetear con su cabello.

Sin duda, no necesitaban nada más que la compañía del otro, de sentir el calor del cuerpo del ser amado, de escuchar el palpitar de su corazón sincronizarse con el del otro y comenzar a ejecutar la conocida, amada y única melodía que ya ambos conocían tan bien. Sus labios volvieron a unirse con cariño, con anhelo, y aunque el escenario fuera de lo más común y trivial, resultaba perfecto, porque aquella acción lo realizaban todas las parejas, y eso eran ellos, una pareja, que quería disfrutar de su amor tanto como pudieran. Se inundaron del aquel dulce y placentero contacto.

'La trascendencia de un beso no se mide por su pasión, soltura o duración. Sino, por su implicancia y rastros imborrables que deja en el tiempo. Un beso sólo llega a convertirse en una sensación placentera si puede revivirse en su forma originaria a cada instante, aun cuando los años hayan desgastado el cuerpo, los recuerdos y los labios.' [—William Osorio Nicolás.]

—Te amo, Yutaka. —susurró, con prisa, lentamente.
—Te amo, Mystikó. —respondió el castaño. — Te amo.

Aquella última frase produjo un eco, vacíos y repetitivos, que se expandió por toda la estancia, borrándolo todo, los brazos se soltaron, Mystikó miró a Yutaka con preocupación mientras extendía su brazo e intentaba sostenerse del mayor, fue inútil, todo desapareció.

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Sus ojos se abrieron con lentitud, su cuerpo estaba cubierto por una ligera capa de sudor pero su respiración era normal y su pulso constante. Levantó su cabeza, que reposaba sobre su brazo a la vez que este mismo reposaba sobre el soporte del sillón individual, y observó su alrededor.

Qué vacía le resultó aquella habitación, su mano colgaba del soporte, páginas estaban dispersadas en el suelo, hojas que contenían las letras que había escrito junto con el pelinegro. Dirigió su triste mirada hacia la lámpara de noche que había a un costado y la apagó, se levantó de su asiento, pasó de largo las hojas en el suelo, caminó, procurando no pisar las páginas, se dirigió hacia su armario y lo abrió, dentro había un par de conjuntos protegidos por un plástico grueso, tomó uno y lo contempló.

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Se deshizo del plástico que protegía el conjunto, acarició la tela de una blusa holgada, las mangas eran anchas pero se reducían en el antebrazo, era de color blanco con figurillas en los bordes en color negro, el pantalón, de un tono beige claro, acariciaba las prendas con las yemas de los dedos como si temiera que se rompieran con el más mínimo roce, porque esas prendas eran tan valiosas para ella, esas ropas vestía esa tarde, en la torre de Tokio, junto a Yutaka. Poco a poco su cuerpo fue cayendo al suelo mientras revivía los recuerdos de aquel sueño, recargada en la pared las lágrimas tomaron libre albedrío fluyendo abundantes. Sus hombros se remecieron y sus uñas rasgaron la pálida piel. Sollozó, anhelaba tanto volver a Japón, anhelaba tanto poder volver a abrazar y besar al castaño, hacerle el amor...

Alguien golpeó la puerta de la habitación, sin que respondiera sabía de quién se trataba y sabía que esa persona entraría antes de que le diera el paso. La perilla giró y la puerta dio paso al morocho, quien la buscó con la mirada en la habitación, encontrándola contraída contra la pared, observó los arañazos de los brazos, se agachó hacia ella y la ayudó a levantarse.

— ¿Cómo te encuentras? —preguntó, sin mucho entusiasmo.
—Como podría estar...
—Te tengo una buena noticia.
— ¿Qué cosa? —para ella nada podía ser bueno, a esas alturas.
—Hay que pender el televisor.
—Yuu... no...
—Vamos, no es tan malo —el mayor tomó el control remoto y prendió el aparato, cambió de canal y en la pantalla se mostró el vídeo de 'Niwaka Ame'— Mira, es todo un éxito. — la menor dirigió su mirada hacia el televisor y observó su imagen en diferentes escenarios, sonrió con suavidad.
—Jamás hubiera creído que haría algo como eso...
—Ya ves, con Yuu Shiroyama todo es posible —dijo, con cierto entusiasmo, la menor lo miró con cariño.
—Sí, supongo.
—Además... —la menor lo observó con curiosidad— es una forma de desahogue ¿No? Para evitar que hagas de esos arañazos en los brazos algo más grave —la menor se encogió, se abrazó a sí misma, intentando torpemente ocultar las heridas de los brazos que quedaban perfectamente expuestos por la holgada musculosa blanca que llevaba puesta¬. —Tranquila, no soy quién para juzgarte por eso, pero realmente me gustaría que no tuvieras que hacerlo... —la menor bajó la mirada, luego la levantó para mirar la pantalla del televisor de nuevo.
—Yuu... —el mayor hizo un sonido de asentimiento— ¿Crees... que Yutaka lo vea? ¿Qué la letra llegue a él?
—Mystikó... no lo sé, pero espero que sí, podría servirle como explicación...
—No, huir... no hay explicación válida para huir...
—Mystikó...
— ¿Por qué? —una vez más se quebró, el mayor guardó silencio— ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué! —la menor sollozó, se desplomó en el suelo, golpeando la alfombra, el morocho se apresuró a sostenerla, la abrazó con fuerza mientras la joven lloraba desgarradoramente. — Quiero verlo... —él mismo comenzó a llorar, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas ¿Qué era lo que le habían hecho? ¿A qué la habían condenado?— Quiero verlo...
—Sí... —su propia voz sonó temblorosa— Lo sé... 

KowaretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora