Nico hacía el ridículo sentado en solitario en una mesa para dos, intensificando su ridiculez con la postura deprimente que había adoptado. Apenas mantenía abiertos los párpados y apoyaba la mejilla izquierda encima de sus pálidas manos, que se situaban la una sobre la otra sobre la mesa con los codos extendidos hacia los costados.Comenzaba a considerar seriamente llevar a la acción la idea que desde hacía algunos minutos rotaba entre sus pensamientos. Hacer una visita al Parque de Juegos para mandar a la mierda al montón de mocosos del demonio que desconocían el significado de la consideración ajena. Cada una de sus risas y chillidos percutían en su cabeza como mazazos sobre un gong, siendo la resonancia resultante, en este caso, un dolor agudo y voraginoso.
Aunque tuvo hambre desde que llegó al local treinta minutos atrás, había rechazado a las dos meseras que se acercaron a tomar su pedido, argumentando que esperaba a alguien. La primera se había limitado a reactivar su radar de potenciales clientes dadores de propinas jugosas. La segunda le sonrió compasivamente, diciéndole: «No te preocupes, las chicas se demoran siglos en arreglarse». A lo que Nico rebatió: «Primero no es una chica, y segundo, no es una cita».
Resopló en el momento en que le nacía un estornudo, por poco atragantándose con su propia mucosidad, que en lugar de salir propulsada al exterior como es debido, se introdujo por la vía errónea.
Los niveles de tolerancia de Nico se agotaban. ¿Por qué demonios Will se tardaba tanto?
A las ocho menos diez, aceptó que no vendría. Caminó cabizbajo hacia la salida y la noche lo recibió con ráfagas heladas. Como todo hombre precavido, había ido con su chaqueta negra un par de tallas más grande, que interceptó la mayor parte de ellas, manteniendo su cuerpo tibio a excepción de su cara y sus dedos expuestos a la intemperie.
—¿Nico? —Alguien lo retuvo media acera más adelante, asentando las manos en sus hombros. Nico levantó la cabeza para enfrentar a esa persona, molesto—. ¡Lo siento tanto! Vine corriendo. Creí que ya no te encontraría.
Entonces pulso de Nico experimentó un cambio brusco. Nunca antes había visto la cara ni escuchado la voz de Will Solace tan de cerca. Tampoco era algo que hubiera ansiado, pero en ese momento fue injustamente sorprendido por sus propias emociones reactivas. Nico ni si quiera estaba seguro de qué era lo que Will le hacía sentir, solo sabía que era algo que no sentía comúnmente con los demás.
Vestía con una sudadera color beige y una bufanda naranja, además de unos jeans holgados, todos en buen estado. Llevaba el cabello rubio revuelto y enmarañado, como si ni si quiera se hubiera molestado en pasarse los dedos antes de salir de casa. Las pestañas, rizadas y rubias resaltaban dentro de su rostro de facciones amplias, bronceado y pecoso en la sección central. Tenía una voz fluida que, aunque tendía a precipitarse, abarcaba el completo de las palabras al pronunciarlas y ejercía un efecto apacible incluso ante un oído sensible como el de Nico.
En todo caso, nada de eso lo salvó de que Nico lo empujara hacia atrás, reprochándolo con una mirada intensa y oscura como la noche más allá de las farolas de luz.
—¿Por qué me dejaste plantado por una hora?
Will se sonrojó, aunque era difícil saberlo con certeza porque el frío de por sí le enrojecía las mejillas y las puntas de las orejas.
—Tuve un percance en casa. Tu último mail, mis hermanas... agh. ¿No leíste mi respuesta, verdad? —Sacudió la cabeza—. No importa. Hoy no hablemos de eso. —Suspiró y le ofreció una cándida sonrisa—. Perdóname ¿sí? Para recompensarte yo invito.
El pedido estaba hecho cinco minutos después. Coincidentemente, la mesera que antes intentó reconfortar a Nico lo tomó. Antes de alejarse, les lanzó a ambos una mirada cómplice que, o no fue recibida, o no fue tomada en cuenta.
—¿Todavía pides cajita feliz? —preguntó Will extrañado, juntando sus manos sobre la mesa. Tal como Nico lo veía, todos sus movimientos reflejaban la educación en ética y moral que él no recibió.
—Es por el juguete —explicó Nico, arqueando una poblada ceja negra—. ¿Tienes algún problema con eso?
—Este, no. —Will ladeó la cabeza—. ¿Pero sabes que los juguetes son para los niños, verdad?
—Soy un niño atrapado en el cuerpo de un adolescente —replicó Nico, y a continuación, estornudó. Will le cedió las servilletas, a las cuales Nico dio uso inmediato para sonarse la nariz. En sus siguientes palabras, su voz sonó ahogada, como la de alguien que habla aplastándose las narinas—. Además soy un coleccionista.
Will tuvo que taparse la boca para contener su risa.
—Coleccionar juguetes. ¿Es uno de tus hobbies? Siempre pensé que tenías más pinta de tipo rudo, ya sabes, oscuro.
—Y lo soy —afirmó Nico, arrugando la barbilla mientras inspiraba, asegurándose de mantener a raya los mocos— ¿Crees que un tipo rudo y oscuro no puede coleccionar juguetes? Pues lamento decepcionarte, *sol caliente.
Will sonrió, negando con la cabeza. Ese correo lo había hecho hace dos años, cuando sus hermanitas lo molestaban diciéndole que la pubertad le había sentado bien. Obviamente ese nombre no había sido su idea.
—Para nada *chico muerte, al contrario. Estoy más que satisfecho. Es más, quería pedirte, si no es mucha molestia, que me enseñaras a jugar Mythomagic. A diferencia de ti, soy un adolescente sin infancia que quiere saber qué se siente ser un niño.
Nico lo miró fijamente. La punta de su nariz estaba roja por la constante fricción con los pañuelos. Will lo encontró adorable.
—Estamos bromeando ¿verdad? Pedí la Cajita Feliz para molestarte. No juego Mythomagic hace años. Perdí las cartas.
—Pues yo no estaba bromeando —murmuró Will—, no del todo.
En ese momento, la mesera les dejó su orden. Un par de Cajitas Felices con manzanas en vez de papas y jugos de naranja en vez de sodas. Will no permitió que Nico agregara salsas. Nico, al principio reticente a obedecer al rubio, descubrió que aún así resultaba sabroso; quizá no tanto como lo usual, pero tampoco perdiendo lo suficiente.
A medida que comían, hablaron sobre Mythomagic. A Nico le brillaron los ojos mientras le explicaba a Will sobre sus cartas favoritas y sus poderes, y la gran cantidad de puntos que se lograba efectuando una táctica adecuada, y cómo alguna vez él había quedado campeón en un torneo local. Will se encontró escuchando todo con atención genuina. Los minutos transcurrieron a una velocidad caprichosa.
Decidieron dar por terminado su encuentro cuando Nico se quedó prácticamente afónico. Había hecho un pequeño montón de pañuelos húmedos y arrugados en forma de bolita sobre la mesa y tenía uno más en uso actual. Pero se sentía feliz. Había estado tan centrado en su conversación que su malestar se tornó momentáneamente imperceptible.
Quedaron en verse de nuevo. Esta vez, en el lugar que Will decidiera. También se prometieron que al menos se saludarían en clases de Biología.
Cuando Nico estuvo de vuelta en su casa, descubrió que había una hoja de una línea doblada dos veces dentro de su Cajita Feliz.
Recordó el mail de Sofia. La niña no mentía. Esta era la carta de Will, y... ¿una paracetamol?
La cara más externa de la carta tenía un escrito al apuro:
Eso te hará bien para el dolor de cabeza. En cuanto a la rinitis, te recomiendo una Zyrtec de 5 mg, aunque deberías consultarlo antes con tu médico.
Nico sonrió débilmente y la abrió.
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*Para los que no saben inglés, chico muerte y sol caliente son las traducciones de sus direcciones electrónicas.
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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...