Johnny y Emily se negaron a probar la malteada de chocolate y los sándwiches de mermelada y mantequilla de maní que el hombre rubio canoso les ofreció. Si tomaron asiento en su pretencioso sofá fue solo debido al agotamiento que vinieron arrastrando desde la que hasta hacía apenas algunos minutos fue su casa y a la insistencia de su madre. Los retuvieron en la espaciosa sala de estar por lo que parecieron horas, en una conversación que tuvo tres etapas: silencio incómodo, confesiones desvergonzadas y silencio tensional.Lo que ambos adultos hablaron fue destinado para ellos pero Johnny no les prestó atención, sus labios se movían mudos, los gestos de sus manos se disolvían en el aire como el humo.
La cabeza de Johnny estaba muy ocupada visualizando anhelos fervientes. Aferrarse la mano Emily y fugarse de allí, hacia donde los quisiera llevar el incongruente destino. Regresar donde John Collins para atizarle el puñetazo que se merecía por haber intentado herir a su hermanita. Quizá recoger algo de dinero y comprarle Hersheys.
Pero cuando su concentración volvió a la realidad presente, continuó allí sentado, sin moverse un ápice. Emily se agarraba con fuerza a su camiseta, como si fuera lo único seguro y real para ella en esa habitación.
Ojalá tuviera las suficientes pelotas para actuar cuando es necesario y llevar sus anhelos más allá de sus pensamientos. A veces sí las tenía, y vaya que le habían servido. Pero Johnny no podía andar por ahí cometiendo imprudencias, menos del tipo escandalosas. No estando con Emily en juego ni bajo el techo de ese desconocido, a quien los ojos le brillaban con astucia mientras analizaba a los vástagos presentes como ratas de laboratorio. Necesitaba una estrategia.
A decir verdad, Johnny se sentía bastante patético, hundido en un sofá con un yeso en la pierna izquierda y las malditas muletas que se tentaba a usar para azotar la sonrisa arrogante del rostro del dueño de casa. Tuvo que conformarse con hacerlo en un plano imaginario.
El hombre le dijo a Johnny que podía instalarse en el dormitorio de su hijo y a Emily que tendría que dormir con ellos en la cama matrimonial hasta que pudieran acomodarle una habitación. La pequeña hizo un gesto de pavor al pensar que dormiría junto a un desconocido. Buscó ayuda en su madre, pero ella se mantuvo cabizbaja y callada todo el tiempo. Johnny le apretó la mano a su hermanita, sonriéndole de lado. Sabía lo que eso significaba para Emily: me ingeniaré algo para salvarte. Ella se quedó visiblemente más tranquila. Johnny jamás le fallaba.
El hombre levantó la voz hacia las escaleras, formando un bozal con las manos.
—¡Harold, ven aquí!
Entonces todo calzó para Johnny. Ese hombre... el amante de su madre, era el padre de Harold Pane. De allí que se le hiciera tan familiar. Howard Pane. Ese nombre había flotado en la conversación cuando no estaba prestando atención.
El muchacho interpelado bajó arrastrando los pies y se sentó con movimientos tensos en el sofá más alejado a la ex-familia Collins posible. Solo levantó los ojos para lanzarles miradas asesinas a sus nuevos hermanastros.
Johnny ya estaba acostumbrado a ellas. En el instituto, las reputaciones de ambos eran las más altas. Ambas tan falsas como altas, y bastante chocantes. Técnicamente, Harold estaba por encima de Johnny. Era el mariscal de campo, un prodigio del fútbol americano y el orgullo de la institución. Además era tan guapo como solo podrían ser los dioses. Johnny sabía que era muy guapo, pero su belleza no podía competir con la de Harold. El único talento de Johnny era su ingenio para utilizar todos sus atributos a su favor y conseguir sus propósitos, que básicamente eran mujeres y en menor cantidad hombres con quienes disfrutar de una noche de placer de acuerdo correlativo. En ese sentido social y de relaciones interpersonales satisfactorias, Johnny superaba a Harold. Johnny podía no ser amigo de todo el mundo, pero todo el mundo lo respetaba porque se había ganado su respeto. Harold era más bien de los que no saben esforzarse para conseguir algo. Todas sus relaciones interpersonales superfluas, todas sustentadas en el miedo al poder de su apellido. Además, Johnny también tenía la ventaja de su agudeza para detectar gays, lesbianas, bis, trans, entre otros miembros de la grande y bella comunidad LGBT+ como un radar. Incluso tenía sus sospechas con el mismo Harold Pane.
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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...