Viernes 22/04/2016, No rompí mi promesa, ya ves

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En definitiva, Will Solace tenía que llevarse el premio a desplazar prioridades de Nico. Estando en su casa y habiendo hablado de lo ocurrido en casa de Johnn Collins, había olvidado por completo lo más importante, aquello a lo que había ido en primer lugar: hallar a Johnny.

¿Cuándo lo recordó? Cuando Charlie se le acercó en el pasillo de entrada del colegio al día siguiente y le comunicó que Johnny se estaba yendo de la ciudad. Nico despertó de su sueño de ignorancia y se sintió peor amigo que nunca. Y vaya que se había sentido un mal amigo antes.

—Espera... ¿qué?

Charlie le explicó a Nico que Johnny la había llamado, y que ella le había pedido a Will su número para decírselo, pero que Will le dijo que primero le preguntaría, así que optó por intentar contactarlo por su cuenta, insistiéndole a diario a la línea telefónica que Johnny había utilizado aquella vez para contactarla. Finalmente, esta mañana le había contestado una mujer con voz triste para comunicarle que Johnny estaba de camino al aeropuerto para quedarse a vivir en Wisconsin con sus abuelos.

Nico no había leído el correo de Will hasta ahora. Sí, sí, muy mal amigo y novio. Pero si aquello ocurrió apenas antes de que Charlie viniera al colegio...

—¿Crees que aún podemos alcanzarlo?

—Espera... ¿qué?

Al parecer, este sería el día de los Espera-puntos suspensivos-qués.

—Al aeropuerto —aclaró Nico; sabía que era una locura pedírselo a Charlie, a quien prácticamente no conocía, pero nada perdía con intentarlo—. Si nos vamos ahora...

La latina asintió lentamente con la cabeza.

—Tienes razón.

Tomó a Nico por la muñeca y ambos corrieron como desquiciados fuera del colegio. Por fortuna, ningún profesor los había visto llegar.

El padre de Nico le había dado una tarjeta de crédito para uso exclusivo en emergencias. Nico consideró a esto una emergencia. El taxista lo miró un poco ceñudo por su forma de pago, pero no se la rechazó. Llegaron al aeropuerto en doce minutos contados. Charlie salió disparada de manera que a Nico se le dificultó imitar.

—¡Corre más rápido, Di Angelo!

—¡No puedo, mierda!

Su quejumbroso interno iba diciendo cosas como: «Sufrí una conmoción cerebral leve anoche.» «Me palpitan los puñeteros dedos de las manos.» «Estoy resfriado». «Tengo las piernas más cortas que tú.» Incluso llegó al punto de pensar: «Deja de gritarme y mejor cárgame».

Charlie sujetó el cuello de la camiseta de Nico y lo arrastró consigo para equiparara su paso. Esquivaron a una señora con un bebé, un carrito con maletas hasta el tope y después a un reencuentro familiar. Llegaron hasta la salida de vuelos nacionales, faltos de aire. Sus ojos buscaron frenéticos entre la multitud. Eran demasiadas personas movilizándose al mismo tiempo en un espacio demasiado grande.

—¡Johnny! —gritó Nico, corriendo hacia la multitud y girándose en todas las direcciones, sin saber a cuál acudir —. ¡Johnny, soy yo!

Pero nadie le contestó. Ninguna de esas cientos de caras cambiantes se le hacía conocida. Nadie tenía ese inconfundible tupé rubio platino ni esa sonrisa de comercial de dentífrico blanqueador. Nadie hablaba con esa coquetería y perspicacia al mismo tiempo. Nadie en el maldito mundo era como Johnny.

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