En la noche, no había alma viva más que la suya que visitase este lugar. Aunque no fuera domingo, los encargados de limpieza habrían terminado ya su jornada laboral diaria. El resto de habitantes de la ciudad debería estar bien resguardado en su casa, preparándose para empezar un nuevo día de trabajo o estudio el día siguiente, o, si eran más subversivos, en la de un entusiasta que está a reventar de música, hormonas y alcohol.Ellos se lo perdían.
Nico sabía que estaba en el lugar correcto.
No en casa, no en una fiesta, no en las calles, ni en un lugar concurrido, ni en uno clausurado por cuatro paredes.
Estaba tendido boca arriba sobre una alfombra de césped, donde el único ruido era el viento en contacto con los árboles y el único baile era el de las ramas y las hojas. Allí, viendo la pantalla del cielo salpicada de estrellas moribundas, y una luna que jugaba a las escondidas con las nubes.
En efecto, también habían lápidas, monumentos y epitafios en los alrededores. Todos contenían una historia enterrada, una historia que solo un conjunto de personas que Nico probablemente nunca conocería. Eran obras de arte conectadas al aquí y al más allá. Restos de muertos en medio de una comunidad natural de vivos. La luna, tan sabia como era, vertía su luz sobre todos por igual.
Además, allí entre todos aquellos versos, historias y memorias, se encontraba su mamá. Más específicamente, enterrada por debajo de donde yacía tendido. Nico le estaría dando algo así como un abrazo a la inversa. Esa idea resultaba reconfortante.
Llenó al máximo sus pulmones de aire para después largar un suspiro.
Cualquier cosa que las películas dijeran sobre los cementerios eran patrañas.
Nico se sentía en paz.
Al menos en ese preciso momento.Hacía unas horas, cuando merodeó por el bar de su padre para hurtar una de sus valiosas botellas, no sentía una micra de paz. Como no sabía nada sobre licores o marcas, escogió la del nombre que más le llamó la atención: Snake Venom. Otorgar un nombre con base en algo particularmente peligroso hace que personas como Nico estiren las manos y digan «yo quieroooo». Al parecer era simplemente una cerveza, solo que con un contenido alcohólico notablemente superior a las demás.
«Genial» había pensado Nico, y ni siquiera sabía si estaba siendo sarcástico o no. Esta sería su primera vez bebiendo alcohol, porque siempre lo odió, pero ahora quería hacerlo.
En aquellos momentos, Nico se sentía tan ahogado en sí mismo. Estaba dispuesto a hacer cosas que normalmente no haría, a ver si eso le ayudaba a patalear hasta la superficie del líquido espeso que lo había atrapado.
Así que se tomó las molestias de dejar la botella fuera de la puerta de su casa, volver a subir las escaleras hasta su habitación y escabullirse por la ventana hasta aterrizar en el jardín y correr a recuperarla, por el mero hecho de sentir algo de adrenalina extra.
El primer bocado se lo mandó en el metro. Como esperaba, el sabor era espantoso. Sin embargo, Nico se resistió al impulso de escupirlo y tragó, arrugando la cara como un bulldog para después gemir y toser. Repitió el proceso hasta que perdió la cuenta. Algunas personas en la cabina lo miraron con inquietud pero ninguna le dijo nada. El sabor nunca dejó de ser horrible, pero en algún momento sus papilas gustativas se entumecieron y terminó acostumbrándose al escozor en su garganta.
ESTÁS LEYENDO
Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...