Johnny sostenía un celular en la mano y no era el suyo. Su madre lo había dejado olvidado la noche anterior tras el altercado con su padre, así que podía estar un noventa por ciento seguro de que volvería por su cuenta o enviaría a algún delegado en su nombre para recogerlo esa tarde.Era difícil inferir qué rumbo tomarían las cosas a partir de ahora. La discusión de la noche pasada había sido diferente a las demás, en el sentido más sombrío.
Johnny tuvo que meterse en la habitación de Emily y abrazarla hasta que el silencio reinó en planta baja y ella consiguió quedarse dormida. Luego había bajado para tomar un vaso de agua y encontró a su padre sentado en el sillón, mirando fijamente la pantalla en blanco de la TV y rodeado de botellas de cerveza. Johnny había pasado a su lado para dirigirse a la cocina, y el hombre no mostró más reacción que una mirada furtiva que le heló la sangre. ¿Aquello que ardía en sus ojos era odio, asco, resentimiento, o algo parecido? Lo último que había vislumbrado del hombre antes de precipitarse escaleras arriba fue su mano estirándose hacia una de las botellas a medio tomar y devolverla vacía segundos después.
Johnny durmió en el cuarto de Emily y después de tantas horas, incluidas las que la niña estuvo en el instituto, seguía allí. Ahora ella jugaba con una Barbie al otro lado de la mesita sobre cuyo borde Johnny apoyaba su pierna enyesada. Atravesaban uno de esos momentos en los que resultaba difícil dilucidar quién necesitaba el apoyo de quién.
Johnny desbloqueó el celular de su madre tras el agudo sonido de un mensaje de WhatsApp. El estómago se le hizo un nudo. Alguien agendado como «Amor» decía: «Iré por el celular en media hora. Camille está conmigo. Nos llevaremos a los niños con nosotros y ya no tendrás que preocuparte más por nada».
El puño de la mano sana de Johnny se apretó hasta que el dolor de sus uñas clavadas en su palma apaciguó en algo su indignación. ¿Cómo se atrevían a ser tan cínicos? Abrió la foto de perfil del hombre al máximo zoom y escrutó su rostro con ojos críticos. ¿Dónde había visto antes esa nariz, esa manera de tocar la boca, esa expresión de superioridad en los ojos? Sentía que tenía la respuesta en la punta de la lengua y no podía dar con ella.
—¿Jackie, estás bien? —le preguntó Emily, observándolo con inquietud.
—Perfecto. —Johnny fingió su mejor sonrisa mientras por debajo de la mesa su pulgar pulsaba «enviar». A ver cómo reaccionaban al «Jódete 🖕🏼» que logró tipear como respuesta.
—¿Podrías jugar conmigo? —pidió Emily—. Por favor, ¿sí? Por faaa.
—Claro, enana. —Johnny guardó el celular en su bolsillo y se señaló la pierna enyesada con el mentón—. Pero las muñecas tendrán que venir a mí, lo cual no sería nada nuevo, la verdad.
—¡No importa! —Emily acercó tres muñecos más a la mesita, su sonrisa desapareció en cuanto llegó—. Mis amigas dicen que ya estoy muy grande para jugar con muñecas...
Johnny tomó a la muñeca rubia y la zarandeó en el aire mientras fingía voz de niña.
—Tus amigas no saben lo que se pierden, nena. —Hizo que la muñeca se sacudiera el pelo, así a lo diva—. Soy mucho más interesante que los pendejitos culicagados de nueve años.
Emily rió.
—¡Basta! Así no es ella. —Se la quitó con un empujón y a cambio le entregó un muñeco castaño que estaba mucho mejor que el Ken—. Usa este. Juguemos a la familia.

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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...