Epílogo

1.2K 214 173
                                    


Nico abrió los ojos por enésima vez y el resultado fue el mismo. Alguien lo abrazaba estrepitosamente.

—Por Dios. Me diste tremendo susto.

—Will... —Nico parpadeó una vez más— ¿eres tú?

—Sí —La voz de Will sonaba aliviada y ahogada, aunque igual de cantarina que siempre—, aquí estoy.

—¿Dónde estamos? —Nico seguía parpadeando por encima del hombro de Will.

—En el hospital. Me permitieron venir a verte cuando despertaras. Querían que lo primero que vieses fuera una cara conocida.

Nico negó con la cabeza, curvando los dedos en la espalda de Will y clavando más el mentón en la curva de su cuello. En ese momento, el rubio supo que algo iba mal y la sonrisa que exhibía su rostro se esfumó.

—Es que no veo. Creí... creí que tan solo me faltaba acostumbrarme a la luz, pero... nada se aclara. ¿Por qué? —Su pecho subía y bajaba descontrolado—. ¿Qué sucede, Will?

Will no tenía una respuesta, pero dentro de poco entró el médico a cargo y después de unas cuantas pruebas la respuesta llegó de por sí sola. Las palabras fueron como una ráfaga de viento. Nico intentó capturarlas sin éxito. No tenían sentido, no tenían derecho. El doctor cumplió su papel de informante y luego se retiró, dándole su espacio a su paciente para digerir la información. Nico empezó a hiperventilar pero la mano de Will apretó la suya, recordándole que seguía a su lado.

Lo único que se le había quedado de todo lo que el doctor dijo fue la palabra ceguera.

—Nico. Nico. Tienes que calmarte. Todavía no estás fuera de peligro. Te van a hacer más exámenes y estarás en observación unos días. Alterarte solo te hará peor...

¿Pero cómo no alterarse? Nico quería gritar, berrear como un niño. Arañarse los ojos hasta hacerlos ver o sacárselos de sus cavidades orbitarias. Golpear su cabeza contra la pared hasta quedar inconsciente. No despertar jamás. La desesperación arañaba su pecho con garras de acero encendidas al rojo vivo. Su falta de visión parecía acorralarlo y arrastrarlo como si fuera una corriente, llenando de agua sus pulmones.

Pero Will seguía allí, apretando su mano. Siempre estaba allí cuando más lo necesitaba, como un sólido bote salvavidas que prevenía que Nico se consumiera en sí mismo por completo. Nico podía recordar cada ocasión con claridad, la misa de réquiem, los ravioles en la ventana, la noche de la discusión con Johnn Collins, el cementerio. La presencia de Will siempre lo había sacado de la oscuridad y calmado las corrientes turbulentas de sus emociones. Lo había visto en las peores condiciones posibles y a Nico le pareció tan de mal gusto de parte de la vida que le demostrara que aún no lo veía en la real peor condición.

—¿En serio quieres arruinarte la adolescencia con un ciego? —En ese momento, las lágrimas se habían condensado en sus ojos, pero no nublaban su visión. No había visión que nublar.

—Ciego o no, eres lo mejor que me ha pasado en la adolescencia y jamás me permitiría desperdiciarlo, ¿okay? Nico, eres capaz de escuchar bien. No te dejaré, menos ahora. Te seguiré a donde vayas, así sea el abismo más profundo o la oscuridad más intensa. Te seguiré al mismo Infierno si hace falta.

Nico no vio la expresión en su rostro al pronunciar esas palabras, no podía. Pero la inflexión de su voz denotaba solemnidad. Recordó su propia expresión cuando escribió algo parecido en la pared de su habitación y pudo imaginarla perfectamente en la cara de Will en ese momento.

Escurrió la mano fuera de la de Will. Luego la levantó junto a la otra y las condujo hacia adelante, vacilando, tanteando el aire hasta aterrizar sobre piel. Sus dedos se encontraron con una prominencia alargada a la que identificaron como una nariz y luego recorrieron el resto del terreno circundante, reconociendo ojos, cejas, mejillas, y por último, labios. Allí se detuvo, los pulgares contorneando suavemente los labios hasta encontrarse en el centro. Había cierta hinchazón en ellos y una pequeña costra en una esquina, pero los conocía. Había cerrado los ojos, esbozando una pequeña sonrisa en medio de sus lágrimas. Esta era definitivamente la forma del rostro de Will. Asentó el resto de sus palmas en su mandíbula, sujetándola con los dedos y acercándolo hacia sí lentamente.

—Nico... tu cara está...

—Shhh.

Asentó la frente sobre la de Will y sintió sus suaves rizos atrapados entre ambas frentes mientras sus lágrimas caían en gotas constantes desde su barbilla. Ya no eran de angustia, no completamente. Lo que reconoció como uno de los pulgares de Will acarició sus pómulos, limpiándole las lágrimas. Era un tacto cuidadoso que hacía lo posible por no presionar demasiado. A Nico no le importaba si tenía la cara hinchada, en ese momento todo dejó de importar. Estaba ocupado besando a Will, y el dolor que conllevaba el acto para ambos por la condición de sus rostros se volvió un ruido sordo y lejano. Nico se relajó y se dejó llevar. Con Will Solace, no tenía nada que perder, nada.

De repente, pudo ver. Vio a Will y su sonrisa, con un solo inciso torcido. Vio sus mails, esa manera tan peculiar, llena de educación, creatividad y franqueza, de escribir. Vio fuegos artificiales de todos los colores abriéndose en flores chisporroteantes en el cielo del 4 de julio y el dedo índice de su padre señalándolos. Y vio una noche en McDonald's, donde Will y él hablaban sobre Mythomagic. Y un partido de basquet donde Nico encestaba. Y escuchó la risa de Will, como el trinar de un canario encerrado en las cuerdas vocales de un hombre, aunque él en realidad no reía porque estaba muy ocupado besándolo.

Y se sintió feliz. Porque Will estaba con él después de todo. Porque tenía buenos recuerdos aún frescos en mente. Porque aunque le haya costado su vista, Will estaba bien y a su lado y su amor había sido más fuerte que todo.

—Encontraremos una solución, ya verás.

—Ya no puedo ver, Will.

—¡Agh! Tú me entiendes.

Nico sonrió, pese a que sintió la punzada amarga de la nueva realidad que corroería su mundo, manifestándose en cosas tan triviales como una simple expresión. Le creyó. No había momento en que Will hablara más en serio que cuando lloraba.

Aunque sabía que a partir de ese día su vida iba a cambiar para siempre, se permitió creerle, al menos mientras estuvieran besándose en aquella habitación de aquel hospital que Nico no podía identificar, mientras durase ese fugaz momento romántico. Hasta tener que enfrentar lo que vendría después.

E-mailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora