Nico caminó entre las grandes rocas que conformaban el paisaje con los ojos achinados por causa del sol y la mano ahuecada sobre la frente, en busca de Charlie. No se le ocurría por qué la chica querría citarlo en un lugar como aquel, donde la árida naturaleza era todo lo que conformaba el paisaje en millas a la redonda. Se imaginaba que los lugares para citarse serían más del tipo públicos, como los centros comerciales o las cafeterías, o por último algún bar-restaurante. Aide levantó una ceja en cuanto Nico le indicó la dirección, pero no se negó a llevarlo. No se lo pidió a su padre porque últimamente pasaba muy ausente, más de lo usual, y eso le preocupaba. Especialmente porque no se trataba solo de su padre, sino de Perséfone y Arthur. A Nico podía no agradarle su madrastra pero le tenía un cariño especial al bebé. Era una de las escasas personas con las que se sentía a gusto y completamente viable a ser auténtico.La encontró bastante adentrada en el sector, sentada con las piernas cruzadas entre sí encima de una roca enorme sobre la cual cabrían dos o tres personas. No parecía importarle en lo más mínimo asolearse ni sudar frente al calor. Nico no compartía el sentimiento.
—¿Por qué me citaste aquí? —preguntó.
—Necesitaba un lugar tranquilo —respondió Charlie, regresando a verlo con suave una sonrisa en los labios pintados de rosa. Convenientemente, vestía un overol holgado de jean con parte baja tipo pantalón y una blusa blanca con un estampado de una frase de la que se leía solo "Boy ule". Dada la condición de Charlie, se imaginaba que no era precisamente un dicho amigable hacia los chicos.
—Pues pasaste por alto los turistas —refunfuñó Nico.
—Hay mucho espacio aquí —replicó Charlie— sólo tenemos que buscar dónde asentarnos.
—Pues todo lo que vamos a encontrar son rocas y más rocas.
—¿Has venido antes?
Nico arrugó la nariz.
—No soy gran fanático de las excursiones.
—Pero viniste hoy. —Charlie sonrió, lo cual dejó al descubierto un distintivo blanco en contraste con la piel tostada de su cara—. Esta ciudad está llena de historia. Deberías instruirte un poco. ¿Sabes qué son los petroglifos?
Enfurruñado y apoyándose de espaldas en una de las rocas, Nico negó con la cabeza.
—Siempre pensé que eran una especie de roca.
—En realidad son dibujos ancestrales tallados en roca. Como los que ves aquí. —Charlie hizo una seña a su alrededor con aires de guía de museos.
Nico expiró por la nariz.
—¿Podemos ir al punto?
Charlie se puso recta, sujetándose los zapatos deportivos con las manos.
—Okay. Will necesita apoyo. Especialmente el tuyo. Eres a quien tiene más oportunidad de hacer caso.
—¿Por qué?
Charlie se sonrojó.
—Porque todos los demás le hemos fallado alguna vez. Después de que le fallas a alguien —suspiró, realizando un gesto de impotencia con las manos— es difícil que vuelva a confiar en ti.
Nico decidió no preguntar cómo le había fallado. Seguramente aquello bullía constantemente en la mente de Charlie, como un recordatorio del error que no debía volver a cometer. Suficiente tormento tendría ella sola.
«Somos nuestro propio demonio y hacemos de este mundo nuestro propio infierno.» Nico recordó de la clase de literatura, una frase de Oscar Wilde. Aunque Nico no se consideraba un lector sí se interesaba por las frases de algunos autores, como Wilde. Consideraba que tenía frases bastante realistas y crudas, como deben ser, como la misma vida es.

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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...