Lunes, 25/04/2016, Ahí estás agenda

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Sabía que algo extraño pasaba, pero no se le ocurría qué. Will sentía los ojos de todos en su espalda, por donde quiera que pasase. Cuando regresaba a ver, se hacían los desentendidos. En una que otra ocasión pudo captar unas risillas tontas. De igual manera miradas hostiles.

Había tratado de ignorarlo y continuar su día con normalidad. Pero las miradas, las risas y los cuchicheos no hacían más que empeorar conforme transcurría el tiempo. Will comenzó a sentirse inquieto más que incómodo. ¿Por qué no dejaban de mirar? ¿Tendría alguna obsenidad escrita en la espalda?

Levantó la mano enérgicamente. Miss Campbell detuvo su explicación sobre qué consistía la Metonimia para cederle la palabra.

—¿Puedo ir a miccionar, por favor?

—¿Qué? —La maestra arrugó el entrecejo.

Will sacudió la cabeza. Puñeteras miradas que lo ponían de nervios y hacían que se cruzaran sus cables. Ese era un término exclusivo para las clases de Biología y Anatomía.

—Pipí —aclaró— a hacer pipí.

La maestra lo dejó ir con un gesto flojo de manos. Will no ignoró que el curso estalló en carcajadas en cuanto lo dejó, y que ella los mandó a callarse golpeando su escritorio con el borrador.

El baño de varones estaba vacío, ninguna novedad. Will se examinó la cara en el espejo. No había nada raro. Ni un volcán en erupción, ni restos de baba, ni una mancha de lápiz labial. Su pelo estaba perfecto. Bueno, todo lo perfectos que puedan llegar a estar unos alborotados rizos rubios. Los palpó en busca de chicles, pero no tuvo suerte.

Se dio la vuelta. Su espalda estaba limpia. La tela de su playera celeste de «Miami beach» estaba planchada e impecable. Tampoco había chicles o manchas en su trasero, ni rasgaduras en sus pantalonetas militares.

Will abandonó el baño de varones frunciendo el ceño. Se sentía desconcertado y... preocupado. No tenía un buen presentimiento.

Mientras regresaba a su clase, se topó a un par de jugadores del equipo estrella de fútbol americano. En cuanto lo vieron, lo señalaron «disimuladamente» y estallaron en carcajadas contenidas por sus manos.

Will no lo soportó más.

—¿De qué se ríen? —preguntó, en voz alta y serena.

Los chicos parpadearon en su dirección. Estaba claro que no se habían esperado esa pregunta.

—¿Por qué se están riendo de mí? —Esta vez, la voz de Will flaqueó al final.

Demonios, debió controlarlo mejor. Normalmente podía controlarlo mejor, pero las cosas estaban demasiado puestas de cabeza para el alcance del control de Will. No obstante, el descuido fue a resultar benéfico, ya que, al parecer, su desesperación ablandó el corazón de uno de los jugadores.

—Hombre, deberías salir de aquí. Antes de que...

—¿Antes de qué?

En ese momento, Harold Pane caminó hacia ellos y rodeó sus hombros con sus brazos. A Will no le gustaba la manera en que lo miraba. Triunfal, malicioso, desafiante. Directo a los ojos. Dos orbes azul glacial que no parecían conocer la piedad.

—¿Qué haces por aquí, perdedor? ¿Se te perdió algo?

Will sintió que su corazón comenzaba a latir muy, pero muy rápido. Harold Pane nunca le hablaba. No se tomaba las molestias. Ni si quiera lo miraba. Las palabras que recibió de su boca eran sinónimas a Will metido en un problema gordo.

—Si es así, lo encontrarás en lo que resta del siguiente pasillo hasta la cafetería.

—¿Qué hiciste? —preguntó Will, tragando saliva, y junto con ella la retahíla de emociones que se alzaban en erupción por su garganta.

Harold se limitó a sonreír y dio media vuelta, llevándose consigo a los otros dos jugadores. El que le había pedido que huyera, regresó a verlo y lo miró con culpabilidad.

"Lo siento", susurró.

Will corrió hasta donde le había dicho Harold. En ese momento, recibió un mensaje de Whatsapp y las campanas que anunciaban el descanso sonaron como alarmas. Los alumnos salieron de sus cursos a trompicones. Will llegó cuando ya era demasiado tarde. Ellos ya lo habían visto. Era una pesadilla, la peor.

Se reían. A carcajadas sin contener. Lo señalaban sin disimular. Algunos lo despreciaban, y otros se asqueaban. Incluso había quienes lo miraban con lástima, pero no hacían más que eso y darle la espalda.

La agenda de Will estaba desperdigada por todos lados. Todos sus escritos. Todos sus secretos más íntimos de sus días más oscuros. Al aire. A la vista de todos. Tanto copias como originales. Resaltados. Reproducidos. Agrandados. Marcados con marcadores con comentarios como «ewww»,  «niñita», «marica», «puto» y «perdedor». Paredes enteras, taquillas empapeladas; en forma de volantes, gigantografias. ¿Qué persona enferma había gastado en hacer una gigantografia que hiciera a Will quedar en ridículo?

Will se precipitó a quitarlo todo, llenándose las uñas de sangre y mugre al raspar las paredes y atiborrándose los brazos de papeles. Los demás se reían de él.

Will encontró uno de los peores. Su último escrito, de la vez que se interesó por Nico. Alguien había escrito arriba con marcador rojo. «¿Ya te lo piraste, putita?» Y debajo «Pobre marginado, víctima de sueños húmedos».

Will lo arrancó y lo rompió en decenas de pedazos.

En lo alto, colgando desde en techo había una gigantografía al estilo montaje. En ella, la cara de Will estaba en lugar de la de Miley Cyrus en su vídeo de Wrecking Ball. 

Seguido de eso, lo rociaron con pintura de los colores de la bandera del orgullo gay. Will no pudo más. Retrocedió, abochornado, y corrió en dirección opuesta hasta más no poder, seguido por las risas que, por más que se alejaba, no cesaban de resonar en sus oídos.

¡No quiero a ningún marica en mi casa!

Will quería que se detuvieran.

Corrió hasta detrás de los edificios de estudio, se desplomó contra la pared y comenzó a sollozar, con las manos aferradas a los restos de su agenda y su frente posada en sus rodillas. El contenido del link al que lo llevaba el mensaje de Whatsapp solo lo hizo llorar más fuerte. Porque sus manos se habían encargado de retirar parte de sus pensamientos más íntimos de las paredes, pero todos seguían circulando en la web al alcance de todo el colegio.

Hoy era lunes, y dentro de una hora más de clases tendría Anatomía. Will no se movió de allí hasta que todas las clases del día terminaron.

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