Para la clase de Anatomía era un milagro o el comienzo del Apocalipsis. Para Will, un bochorno, pero a fin, divertido. Hasta Mr Peterson sobrerreaccionó, quedándose con la boca entreabierta por más de cuarto segundos seguidos antes de parpadear y carraspear. Era como si de repente, Troye Sivan se hubiera declarado heterosexual.
Will Solace, el brillante futuro médico y orgulloso actual empollón de clase, se había quedado en blanco cuando el maestro le hizo una pregunta. Todos observaron atentos mientras cavilaba durante unos segundos, y ante una contención de aire general, negó con la cabeza, en señal de no saber la respuesta. El salón entero estalló en exclamaciones de asombro y comentarios hiperbólicos. Le metieron cizaña al asunto: «Cuenta la leyenda que Will Solace no respondió a una pregunta de Anatomía...»
A Will no le quedó de otra que seguirle el juego a sus compañeros. Después de todo, tenía en claro que solo un necio intenta nadar en contra de la corriente. En el fondo se sentía abochornando, sí, pero su rostro denotaba serenidad y para corroborarla, compuso múltiples sonrisas y codeos cómplices. Fue precisamente su actitud lo que condujo a que el pequeño alboroto se apagase rápido. Fue el chorro de agua que cayó sobre la llama.
No prestar atención en clases no formaba parte de su plan, claro que no. Pero, una vez leído y respondido el mail de Aide, Will había estado tan pendiente de la posible contestación y al mismo tiempo esforzándose tanto porque no lo pillaran revisando el celular, que todo lo demás pasó a un segundo plano.
No había recibido nada. No recibió nada después. Afortunadamente, tampoco cargó en su conciencia con una mala calificación, pues el Mr Peterson le cedió una oportunidad a futuro, ya que era la primera vez que no respondía.
Will arribó en su casa con la batería de su celular al cuarenta por ciento. Había pasado casi todo el santo día a la expectativa, solo consiguiendo agotarse y exasperarse. Dejó los deportivos en el baúl de zapatos y caminó en medias y cabizbajo hacia su habitación.
—¿Will? ¿Ya llegaste, cariño? —La voz de su mamá viajó desde la cocina hasta sus oídos.
Will se detuvo a media escalera.
—Sí, mamá —gritó en respuesta.
Samantha Solace asomó a los pies de la escalera en ocho segundos. Le hizo señas a su hijo para que bajara hasta donde ella.
—Esta mañana vino una muchacha y te dejó esto —comunicó, entregándole un papel doblado a la mitad y algo arrugado—. Me dijo que era la hermanastra de Nico y que no permitiera que nadie más que tú lo leyera. Prácticamente tuve que sacárselo de las manos a Danuska y metérmelo en el dobladillo del delantal. —Se dio un par de palmaditas en la cintura, explicándose gestualmente—. No te preocupes, lo salvé a tiempo.
Will leyó el escrito en la privacidad de su habitación, recostado boca arriba en su cama. No podía considerarlo una carta porque el papel no era más grande que una tarjeta de identificación y solo contenía lo siguiente:
No sabía lo de tu agenda.
Lo siento.
~A.Will arrugó el papel en su puño y expulsó un suspiro de mejillas infladas mientras dejaba caer ambos brazos horizontales a sus costados. No ponía en dudas la veracidad de las palabras de la hermana de Nico. Ya era bastante difícil que pudiera haber conseguido su agenda si ni siquiera asistía al colegio ni conocía a nadie de allí más que a Nico. Guiarse por la mención del Señor Sol no corroboraba nada, pues Will nunca había escrito sobre su peluche en su agenda. Además, no imaginaba cuanto debió costarle pedirle disculpas por escrito, tomándose las molestias de dejarle el mensaje en su casa y directamente en las manos de su madre, identificándose y permitiendo que le viera el rostro. Comprendió que la había acusado a base de conclusiones aceleradas y poco fundamentadas.
Apretó los ojos y el puño que comprimía al papel tembló por el aumento significativo de presión. Por muy masoquista que suene, hubiera preferido que fuera Aide quien tuviese su agenda y no quedarse con la inquietud de que la pudiera tener alguien más, escondido en las sombras del anonimato como un felino, esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre una presa segura.
Cuando volvió a abrir los ojos encontró los arcos rojos y hendidos de sus uñas en el pulpejo de su mano. Entonces su celular emitió un sonido dulce y fugaz y el nombre de Nico se iluminó en la pantalla.
Es hermoso cuando a una persona agobiada le roban una sonrisa, gradualmente, arrancándole a pedacitos la angustia y reemplazándola con alegría palabra a palabra.
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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...