Nico estaba fuera de la casa de los Collins, caminando en círculos en el jardín delantero. Había recibido la noticia hace unas horas, gracias a consejería estudiantil. Johnny no había ido al colegio, ni tampoco contestó sus mensajes o sus llamadas cuando intentó preguntarle la razón.
Nico no pudo quitarse la desagradable sensación de que algo malo le había sucedido hasta que le confirmaron que así fue. Entonces la sensación empeoró. Se suponía que su padre y él tendrían que ir a retirar el regalo de Will en una hora, pero Nico no podía moverse de allí; no hasta verlo.
El rugido del motor del auto al estacionarse hizo que levantara la cabeza del pasto. Nico observó cómo todas las puertas se abrían, a excepción de una. El señor Collins salió desde el asiento de conductor, su esposa desde el de copiloto, y Emily desde atrás. Luego los tres se reunieron frente a la puerta restante para que, mientras la pequeña la abría, los otros dos ayudaran al miembro faltante de la familia a ponerse en pie. Johnny surgió demacrado, con un cabestrillo en el brazo izquierdo, una bota de yeso por el mismo lado y algunos raspones a lo largo de su piel.
—TÚ, IMBÉCIL —rugió mientras lo tomaba por la camisa, apartando a sus padres. En lugar de alzarlo de ella, tuvo que halarlo hacia abajo, porque el rubio platinado le llevaba evidente ventaja en estatura—. ¡¿QUÉ MIERDAS PASARON POR TU CABEZA PARA QUE TE LANZARAS POR LA PUTA VENTANA DEL SEGUNDO PISO?!
—A mí también me alegra verte, Angelito —respondió Johnny, con voz forzada—. Pero te agradecería que tuvieras más cuidado. Acabo de llegar del hospital con una luxación de hombro y una fractura en el tobillo.
El señor Collins puso sus manos sobre los hombros de Nico y ejerció presión a modo de advertencia. Emily y la señora Collins ayudaron a Johnny a acomodarse con las muletas y posteriormente a caminar con ellas. De no haberlo visto con ellas, Nico habría podido jurar que ese no era él. El Johnny Collins que conocía nunca perdía el estilo ni el humor. Ese chico rengo y adolorido estaba lejos de sonreír.
Una vez que consiguieron adentrarse en la casa, Nico notó la tensión entre los dos padres. No se dirigían la palabra, apenas se miraban. Lo único que los conectaba era la obligación de atender a su hijo. Acomodaron el sofá a su gusto, hicieron que tomara unas pastillas, encendieron la TV y luego cada uno tomó un rumbo distinto. Emily se quedó junto a su hermano todo el tiempo. Parecía tan afectada que Nico no le dijo que quería estar a solas con él.
Johnny le explicó lo que había ocurrido realmente. No había saltado por la ventana como le comunicaron en el colegio, sino que se había dejado caer cuando intentaba trepar hasta su habitación por el exterior.
—Tuve que hacerlo ¿sí? —dijo—. Fue lo único que se me ocurrió para calmar a mi padre.
—Creí que iba a matarnos. Nunca lo había visto así. —Emily abrazó a su hermano, con lágrimas en las esquinas de sus ojos—. Pero Jackie me asustó más. Pensé que me había quedado sin hermano.
Toda su familia estaba acostumbrada a decirle Jackie o Jack, aunque ese no fuera su nombre. Lo hacían por las iniciales de su nombre completo. John Anthony Collins Keen.
—No fue para tanto, enana —señaló Johnny—. Las probabilidades de muerte eran escasas, si no nulas. Si no lo hubiera hecho, quién sabe cómo estaríamos ahora.
Nico hizo una mueca. Esencialmente, el señor Collins tenía sus razones para haberse salido de sus casillas. Su esposa le había visto la cara de idiota desde hacía cuatro meses, en su propia casa. Según Johnny solo esperarían hasta su recuperación para firmar el divorcio.
—Creo que uno nunca termina de conocer a las personas —murmuró Johnny—. Me habría jugado la cabeza a que mamá era incapaz de hacer algo así. Ahora siento que la veo y no sé quién es.
—¿Estás enfadado con ella?
Johnny sacudió levemente la cabeza. Aunque ya había tomado pastillas, el dolor le estaba sacando gotas de sudor de la frente y muecas.
—En estas situaciones, no vale enfadarse. Tendría que enfadarme con papá también, por ser tan intenso y descuidado. Con el hombre que enamoró a mamá, por haberla arrastrado a lo que hizo. Conmigo mismo, por no haber estado allí mientras sucedía. Con la vida, por destruir a mi familia.
—¿Conmigo también?
Johnny esbozó una sonrisa que contenía una chispa de su habitual faceta.
—Sí, por haberme ocultado que le escribes a tu rubiecito platónico a diario por e-mail.
—¿Y conmigo? —preguntó Emily.
—No —respondió Johnny—, tú serías la única absuelta. Aunque podría estar sopesándolo...
—Eres mi héroe —dijo Emily.
—... Pero, pensándolo mejor, no lo haré. —Johnny la despeinó con cariño—. Ve a bañarte. Deja que los LGBT's hablemos en privado.
Emily no necesitó que se lo repitiera.
—Ella te adora —comentó Nico.
—Lo sé. —Johnny intentó fanfarronear, pero no le salió—. Hay algo que nuestros padres conversaron conmigo y ella todavía ignora.
—¿Qué?
—Papá echó a mamá de la casa. Fingirán que eso no ha sucedido hasta que me quiten esta cosa. —Señaló su pierna inmovilizada, que ahora tenía la firma de Nico—. Mamá esperará hasta que Emily se duerma para irse. Luego, cuando yo ya esté bien, Emily y yo tendremos que mudarnos con ella fuera de la ciudad.
—¡¿Qué?! —La garganta de Nico se hizo un nudo ardiente—. No puedes irte... yo...
—Tendrás a Will —le recordó Johnny.
Inesperadamente, Nico lo abrazó. Fue un reflejo inevitable.
—También te quiero a ti.
—Nunca creí que viviría para escuchar eso.
—No me tientes a romperte la otra pierna.
—¡Ese es el Nico que conozco! —exclamó Johnny. Nico lo miró hacia arriba— ¿Sabes que estás haciendo un drama innecesario, verdad? Aún nos quedan algunos meses y podemos seguir en contacto. —Nico asintió, aunque supo que no sería lo mismo—. Eso sí, quiero que me prometas una cosa...
En realidad fueron varias, todas relacionadas con Will. Nico las aceptó, aunque se sintió confundido, porque durante todo el resto del día solo pudo pensar en Johnny. Intentó visualizar su vida sin él, y se encontró al borde de las lágrimas. No sintió la emoción que esperaba cuando retiró el regalo de Will con su padre, porque para hacerlo tuvo que dejarlo.
Al cerrar los ojos para dormir no pudo evitar preguntarse si de verdad habría logrado superar a Johnny Collins, y si lo que sentía por Will Solace no sería solo un ilusión en un intento desesperado por llenar el vacío que le había dejado.
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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...