Para cuando Will alcanzó la puerta principal, jadeaba y sudaba. Dio igual que la distancia que la separaba del salón no superase los diez metros, o que su cuerpo se mantuviese en buena forma. Los jadeos y sudores no siempre se originan por el cansancio, a veces provienen de energías contrarias, o de energías opuestas entre sí inmersas en una batalla invencible.La intemperie lo recibió con uno de esos soles deslumbrantes que obligan a uno a levantar un brazo a la altura de la frente para protegerse la vista. Will hizo un esfuerzo por recuperar parte del aliento mientras oteaba el terreno en busca de Nico, improvisando un visor con sus manos. Mentiría si dijera que no estaba inquieto. También si dijera que parte de esa inquietud no tenía el nombre de emoción. Es lo que sucede cuando alguien no habituado a hacer algo es empujado a hacerlo. La emoción y el miedo pueden danzar en el interior de uno de las formas más interesantes.
—Comenzaba a creer que te habían atrapado —murmuró alguien, tan súbitamente, que Will saltó como un automóvil cuando atraviesa un bache—. Por Dios, realmente jamás de los jamases has hecho algo así, ¿verdad?
Will sintió cómo el rubor se proliferaba por sus mejillas. Tosió y se rascó la nuca mientras asentaba la espalda en la pared en la que estaba asentado Nico, cediendo no más de una pulgada de separación entre ambos. Nico conservaba los párpados cerrados, pero sus labios formaron una sonrisa al sentirlo allí. Impulsivamente, Will buscó sujetar su mano, y se sorprendió gratamente al no encontrar ningún tipo de resistencia en Nico; mas bien, le devolvió el apretón. Will pudo haber extendido ese momento durante toda una eternidad.
Nico también. Estar cerca de Will le era como inyectarse dicha en estado puro, al punto de la euforia. Al mismo tiempo, era calma. Esa apacibilidad de cuando se recibe un poco de calor cuando se tiene frío o un poco de frío cuando se tiene calor. La calma placentera de recibir lo que se necesita y quedarse conforme, porque se es consciente de que no podría ser mejor de otra manera. A Nico tan solo se le ocurría comparar ese sentimiento con el concepto que su padre le había dado del Cielo en tiempos lejanos. «Allí nada puede hacerte daño, no hay dolores ni angustias, solo dicha y paz. Estás realizado y no necesitas más.»
Will era el Cielo de Nico.
Y Nico era el Cielo de Will.Y el pensamiento que ambos compartieron al mismo tiempo sin percatarse:
«No quiero que termine.»
Porque eran conscientes de que la fugacidad y lo finito son la naturaleza de la humanidad. Y se negaban a aceptar que aquello que sentían el uno por el otro se dotase de dichas características, como si fuera un sentimiento más del montón, de los que cambian y se desechan. Ellos querían que eso que sentían el uno por el otro fuera sobrehumano. Podían sentir la diferencia, la infinidad borboteando como un manantial de cada segundo en que estaban juntos.
Una de las cosas más importantes que habían aprendido el uno sobre el otro era la autenticidad. Se habían redescubierto a sí mismos ante la presencia de otro corazón de oro que les mostró la naturaleza del propio. Will, el chico que solo ponía sus esperanzas en sus estudios, se dio cuenta de que tenía más esperanzas que nadie en el amor. Nico, el chico de pocas palabras, se dio cuenta de que en realidad amaba extenderse con ellas, solo que a través del medio escrito.
Les gustaba pensar en lo que escribían como una proyección de sus almas, destacando la belleza de las cosas que en otras vistas no son bellas o destacables, aunque muchos fuera de su línea tomarían ese rasgo a la burla.
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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...