Viernes 22 de abril del 2016.
Perséfone tocó la puerta de la habitación de su hijastro con los nudillos, vacilante. El muchachillo no le concedió ninguna señal, así que perdió el refreno y la abrió de par en par.
La habitación se encontraba en tinieblas, aunque el sol brillara fuerte esa tarde. Habían prendas de ropa, cuadernos y papeles esparcidos por doquier. Nico se hallaba hecho un ovillo en la única esquina libre de su cama, con la frente apoyada en sus rodillas. Mantenía los ojos cerrados y en sus mejillas se evidenciaban vestigios de lágrimas secas.
Perséfone abrió las cortinas y la luz del sol le dio de lleno a su hijastro, quien exteriorizó un gruñido animal y un torrente de palabrotas antes de cubrirse la cabeza con una almohada.
—Levántate ya. Tienes una llamada.
—No la tomaré —respondió Nico con voz ronca y ahogada por la almohada—. Déjame solo.
Perséfone se cruzó de brazos, el teléfono colgando de su mano.
—No me moveré de aquí hasta que cojas el maldito teléfono. Arthur necesita que alguien con dos manos le cambie el pañal. Y se está paseando por toda la casa esparciendo el olor.
Ese era el pasatiempo favorito del bebé, al parecer. Cuando le preguntaran de más grande, Arthur tendría que decir: molaba perfumando mi casa con mis porquerías de bebé.
Las trabajosas respiraciones de Nico fueron lo único que se escuchó en minutos. Apretaba algo entre sus brazos, Perséfone atisbó una porción de tela amarilla entre sus dedos, que estaban extrañamente hinchados y morados.
—Sabes que odio hablar por teléfono, ahora menos...
—Ese no es mi problema —lo cortó Perséfone—. Yo solo vine a entregarte el teléfono porque este hombre no dejaba de insistir. Vamos, tómalo.
¿Hombre? Si es que era posible sentir una menor apetencia de contestar de la que ya tenía, Nico la experimentó. Perséfone le arranchó la almohada y la aventó con fuerza, estrellándola contra la pared. El muchachillo ni se inmutó.
—Si no lo haces, te arrepentirás. —Perséfone agitó el teléfono cerca de su cara.
Ningún movimiento.
—Le diré a tu padre que faltaste al colegio hoy.
Nico abrió los ojos y sus pupilas se giraron hacia ella antes de entrecerrarlos.
—No te atreverías...
Las ceja arqueada de Perséfone espetó «Pruébame». Nico soltó otro torrente de palabrotas mientras se incorporaba en la cama. Tomó el teléfono inalámbrico de mala gana y le enseñó el dedo medio a la espalda de su madrastra mientras ella salía de su habitación.
—¿Quién eres y qué quieres? —Nico gruñó al teléfono.
—Soy John Collins y... por favor, no cuelgues...
—No iba a colgar. Iba colocar el micrófono del teléfono junto al parlante para dejarlo sordo con la retroalimentación acústica antes.
—Solo escúchame...
—¿Por qué debería hacerlo? Usted me reventó una botella de cerveza en la nuca y me dejó empapado y a mi merced en una noche de lluvia. —Nico tenía los puños apretados. Sus dedos chillaban en protesta, resentidos por el maltrato adicional.
En realidad no le importaba nada de eso, pero si a ese hombre aún le quedaba una pizca de remordimiento quería exprimirla al máximo. Por su culpa Johnny se había ido. Suya y de esa otra mujer que se hacía llamar madre.
—Yo te escuché a ti —argumentó Johnn—. Tus palabras me llegaron.
—Pues ya era hora, ¿no? Digo, fueron enviadas hace mucho.
—No debí haber dicho lo que te dije ni hecho lo que te hice —admitió el hombre, pasando por alto el humor afilado del muchacho—. Te pido disculpas, aunque dudo que las aceptes, y estás en tu derecho. Admito que me dejé llevar, en parte por el alcohol, pero después de nuestro encuentro, me di tiempo de sobriedad para reflexionar. He llegado a comprender muchas cosas, entre ellas lo equivocado que estuve con mis... con respecto a Johnny y a Emily.
Las lágrimas nuevas se deslizaron por los vestigios de las viejas en las mejillas de Nico. Se negó a hablar, porque sabía que su voz fallaría y se rehusaba a que ese hombre fuera testigo de su debilidad por Johnny.
—Tenías razón en todo. No entendía por qué mi esposa me había sido infiel y me desquité con todos, en especial con ellos. No podía verlos sin verla a ella viéndome la cara de imbécil desde que nos casamos. Los aborrecí tanto como aborrecía lo que me habían hecho y me engañé a mí mismo, asegurándome que eso era justificable. Utilicé el alcohol y mi amargura como un escudo, creyendo ser la víctima en esta historia. Pero... lo que me dijiste me hizo abrir los ojos. Necesitaba esas verdades a la cara. Fui un monstruo y... e-en realidad no quería alejar lo único bueno que resultó de todo ese engaño de matrimonio. Fue...
—Pero lo hizo.
Nico escuchó al hombre tragar saliva y dejar escapar un gemido lastimero ahogado.
—Me reivindiqué. Los busqué...
—¡Ellos están lejos ahora! —le gritó Nico— ¡los buscó demasiado tarde!
—Me arrepiento, muchacho, solo quería que supieras eso. Estoy realmente arrepentido...
Tonterías.
Nico dejó caer el teléfono dentro del vaso con agua que reposaba en su velador. El aparato hizo cortocircuito y las palabras de Johnn Collins se apagaron.
N/A: Escribir esto me hizo mal, tengo un nudo en la garganta. Lo hice para demostrar que Johnn Collins tiene corazón y no es tan hijo de puta como todos pensaban. Solo es otra víctima más de los malos impulsos. Recuerden que todos, en algún momento de nuestras vidas, lo somos. Hacemos cosas desagradables de las cuales nos arrepentimos. Las malas experiencias nos impulsan a actuar de la misma manera. En fin, yo creo en el arrepentimiento. Creo en la humanidad. Creo que todos tenemos un corazón sensible, así sea muy, muy, muy en el fondo. De ahora en adelante, Johnn Collins no volverá a tomar otra cerveza. También va a recordar por siempre lo que hizo y hacer lo posible por no cometer otra vez ese mismo error.
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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...