Miércoles 13/04/2016, Olympe Café.

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Antes de salir de casa, Johnny se arregló un poco más de lo normal. Como vestimenta escogió una camisa manga larga a cuadros azules y blancos sobre una camiseta gris oscura y su pantalón favorito, de aquel color negro que se aseguraba de definir cada curva muscular existente en sus piernas. Consiguió mantener su tupé rubio platino con la cantidad adecuada de spray fijador y se perfumó estratégicamente, primero en ciertas secciones de piel desnuda, y luego por encima de la ropa. Solo una vez que se hubo asegurado de estar perfecto, tanto por de frente como por de espaldas, lanzó un guiño coqueto al espejo y abandonó su habitación, haciendo su mejor imitación del moonwalk.

Johnny sabía que era atractivo. Acreedor a un alargado cuerpo de nadador, carnosos labios rosados y ojos celestes grisáceos, era un buen partido tanto para hombres como mujeres; lo cual a él le venía de perlas. Claro, no podía competir contra Harold Pane (ese tipo parecía una mezcla entre escultura griega, Francisco Lachowski y Leonardo DiCaprio en sus días dorados) pero, con lo que tenía le bastaba para levantar cuantas conquistas deseara.

Nico di Angelo había sido una de ellas.

Habiendo bajado los últimos escalones en puntillas, se escabulló hacia la entrada y giró lentamente el pestillo de la puerta principal. Sus padres estaban en la cocina. El olor a vino tinto y coqueteo vomitivo invadía toda la planta baja.

En su tiempo, enamorar a Nico había sido tan fácil como enamorarse de él. Johnny podía comprender a Will Solace. Ese pequeño enclenque de ondas azabaches sobre los ojos y personalidad impredecible resultó ser una trampa de ratón para Johnny. Fue una atracción voraz y lacónica. En su tiempo...

—¿Vas a salir, Jackie? —preguntó la voz chillona de Emily desde atrás—. Papá y mamá se enojarán. Ya es de noche.

Johnny de giró hacia su hermanita, con el dedo índice posado sobre los labios. Con la otra mano deslizó un Hershey's fuera del bolsillo de su pantalón. Era su infalible as bajo la manga. Trucos efectivos para chantajear hermanitas menores, por Johnny Collins.

—No si no se enteran —susurró mientras agitaba la barrita en el aire, sujetándola apenas con las puntas de sus dedos índice y pulgar.

La niña de ocho observó el balanceo del chocolate con ansiedad culpable. Intentó arranchárselo de golpe, pero Johnny fue más rápido y lo levantó por encima de su cabeza. La niña gruñó en frustración. Sus brazos estirados hacia arriba llegaban apenas hasta un poco más arriba de la cintura de su hermano. Estúpido gigantón.

—Jackie ha pasado estudiando en su habitación tooodo el día —aseguró solemne y en voz baja, mientras se separaba de su hermano y reacomodaba su ropa.

Johnny entrecerró los ojos. Su brazo se mantuvo intacto.

—Es un estudiante taaan aplicado, que me dijo que les dijera que no se molestaran en llamarlo a cenar. ¡Ya quisiera yo ser como él!

El rubio platinado chitó a su hermanita entre risas antes de dar unos golpecitos sobre su cabeza y depositar su soborno en sus manos.

—Esa es mi chica. Cúbreme bien y cuando regrese tendrás otro.

Tomó el metro hasta Olympe Café, una cafetería de estilo parisino que se había inaugurado en la ciudad hace un par de semanas. El negocio ostentaba su éxito con todas las mesas, tanto interiores como exteriores ocupadas, y meseros corriendo de aquí para allá con bandejas humeantes de café y bollería francesa. En una de las mesas exteriores, una muchacha de vestido negro y gafas oscuras tomaba una taza humeante de té, levantando el meñique. Se volvió «disimuladamente» hacia Johnny y rozó la punta de su nariz con su dedo índice. Él se acercó, rodando los ojos.

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