Se estaba dando un espectáculo en el patio principal de la academia Berkeley. Los estudiantes se amontonaban en torno a los protagonistas de dicho alboroto, luchando a empujones y codazos por conseguir un lugar entre el gentío que los mantuviera lo suficientemente alejados como para no salir perjudicados pero lo suficientemente cerca como para tener una vista clara de los hechos. Muchos de ellos grababan vídeos mientras que otros tomaban fotos con sus celulares.Algunos incluso apostaban. Y eran apuestas injustas y crueles, porque el gran espectáculo consistía en que Harold Pane estaba a punto de darle la paliza del año a Will Solace.
—Eres un puto marico, marica. Pensé que por lo menos tendrías algo de hombría y no saldrías como un bebé llorón a chismearle al director.
Will parecía calmado, demasiado para lo que estaba a punto de ocurrirle. Y es que sin contar la emoción que presentaba en clases de Biología o Anatomía o la intimidad que había aprendido a demostrar ante Nico di Angelo, Will siempre lucía sereno, aunque no lo estuviera. Tenía una capacidad increíble para ocultar sus inquietudes, y no bajo una alfombra de indiferencia u hosquedad, sino con una capa de cálida circunspección.
—Yo solo hice lo que debía hacer. Tú robaste algo que me pertenecía y luego lo difundiste por las redes sociales sin mi consentimiento.
Los nudillos de Harold se hicieron blancos mientras que los estudiantes de alrededor se callaban por terror a la reacción del mariscal de campo, la cual era impredecible. Cuando finalmente habló, lo hizo con tanta rabia que su saliva cayó en la cara de Will.
—¡Por tu culpa me suspendieron! ¡Y me prohibieron de jugar en el torneo de esta temporada! ¡¿Tienes idea de lo que eso significa?!
—Eso era lo que merecías —respondió Will, impasible. Claro que no tenía idea, Harold jamás le dio a nadie ese privilegio. Quizá, en un mundo alternativo donde ellos dos hubieran tomado otras actitudes, serían amigos íntimos y jamás hubieran tenido que pasar por nada de esto. Pero ninguno siquiera tanteó esa posibilidad porque estaban demasiado inmersos en lo que se habían hecho el uno al otro—. Si querías evitarlo, debiste evitar robarme mi agenda íntima y sobre todo hacerla pública. Esta es la consecuencia de tus acciones.
En teoría, esa debía ser la manera correcta de proceder. Pero «lo correcto» entra en discusión cuando se trata de salvarte tu propio pellejo. A Will le gustaba sermonear, aunque no lo aceptara. Creía que podía hacer ver a las personas sus errores morales para que aprendan de ellos constructivamente. Y en este caso, tenía todo el derecho de dejar en claro la verdad. Lastimosamente, decirle las verdades en la cara a alguien fúrico e inestable constituye un riesgo supremo.
—¡Puto marica de mierda! —Harold se lanzó sobre Will y entonces comenzó el fin. El desenlace inminente de una historia que comenzó mal y estaba destinada a terminar de la misma manera.
Will levantó los brazos para cubrir su cara, pero no intentó defenderse. Al parecer era el único que no se daba cuenta de que si no reaccionaba rápido su nobleza le costaría caro.
Los puños de Harold iban y venían por doquier. Will se dobló sobre su ombligo, y en su visión aparecieron manchas oscuras y puntos de colores. Recibió golpe tras golpe, uno más fuerte que otro, pero sin saber de donde provenían porque mantenía los ojos cerrados y su mente estaba aturdida. Uno de los golpes robó el aire de sus pulmones y antes de que pudiera recuperarlo, el codo de Harold se clavó como una estaca en su columna vertebral, agrietando su equilibrio. Will se derrumbó. El suelo lo recibió con pequeñas piedras que se clavaron en sus palmas y rodillas y recibió un puntapié en el abdomen. Will se derrumbó en posición fetal mientras Harold preparaba el siguiente golpe.
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Es curiosa la manera en que juegan los azares del destino. Dos personas peculiares entre los demás y afines entre sí pueden convivir en un mismo espacio por una hora cada semana y ser ignorantes de la existencia del otro. Hasta que existe una ruptur...