Amargura II

1.9K 243 30
                                    

Andy se empieza a masticar el labio inferior e Ian le golpea el hombro. Nada llamativo, solo lo mira de reojo, a lo que Andrés responde con un resoplido y un revoleo de ojos.

—No es la gran cosa.

Susurra Andy.

—No dije nada.

Ian se levanta para alcanzar la barra y pedirse otro trago. Lo sigo con la mirada todo el trayecto, cómo se balancea de un lado al otro cuando camina con esa gracia que solo él tiene. Se sienta a mi lado y noto la pequeña desviación de su nariz, estoy segura de que estuvo rota alguna vez. Ian se muerde el labio inferior y se gira hacia mí, como si estuviera por ladrarme de nuevo por mirarlo, pero una llama azul aparece entre la gente corriendo y tirando de lo que parece ser mi amiga. Acapara toda mi atención. Cuando Ian nota mis ojos se gira para ver a sus espaldas.

—¿Qué hiciste ahora?

Pregunta con la mirada en los dos hombres que están detrás de los dos, buscándolos. Teo, nervioso, se gira por todos lados, como intentando encontrar una salida de emergencia.

—No pienso ayudarte.

Dice Andrés resignado. Con Ian suspiran al unísono, como si Teo fuera un hijo que se portó mal. Están acostumbrados a esto. Debe ser abrumador tener de amigo a alguien como él. Cuando veo el tamaño de los tipos que están encarando hacia nosotros, espero alguna reacción. Andrés se limita a jugar con su vaso e Ian se mira las uñas como si fuera algo de todos los días que un par de orangutanes vengan a la carga directo a matar a tu amigo que tiene más tintura en la cabeza que carne.

Estrellita azul hoy va a morir.

—Es que... estaban molestando a Cora.

Dice nervioso y lo siguiente pasa muy rápido. Teo se agacha llevándose a Cora al suelo, creo que van a gatear ambos por debajo de la mesa para esconderse y resguardarse en los pies de Andrés e Ian, pero detienen a Cora justo en el momento que flexiona las rodillas. ¿Qué le pasa a este tipo? Me levanto de la silla para decirle algo a su cara de mono, Andrés me interrumpe revoleando un vaso de vidrio. De vidrio. Veo en cámara lenta cómo gira en el aire y va esparciendo líquido por todos lados. Contemplo las gotas amarillentas que se sostienen en el aire como el vidrio de mi sueño y un nudo en la garganta me dificulta el habla. Como si estuviera coordinado o como si tuvieran telepatía, Ian salta por encima de la mesa, se apoya con una mano e impulsa todo su cuerpo con rodillas flexionadas. A él también lo veo volando junto al vaso. El vaso impacta contra la cara de uno de los hombres y el puño de Ian contra otro.

Deben tener muchas de estas peleas por cómo se manejan, sin apuros, ni nervios. Actuando como si fuera un trámite que tienen que resolver, algo de todas las noches. Ian gira la cabeza y ve cuando caigo de nuevo sentada en mi silla. Nuestra mirada conecta en un segundo en donde él guiña el ojo y con una sonrisa reparte otro golpe. Una sonrisa, una verdadera, no lo que sea que intentó disimular minutos atrás. Devuelvo el gesto levantando mi vaso a modo de brindis.

La realización me confunde.

El tiempo se detiene, los gritos se aplacan, la gente se empieza a acumular a nuestro alrededor, pero no dejo de mirar al chico de pelo platinado y no dejo de pensar en su sonrisa. Es la primera vez que sonríe en la noche, es la primera vez que lo veo sintiendo algo, como si pelear fuera lo único que pudiera hacer bombear su adrenalina, como si lo extremo fuera su aliado y sus emociones contenidas emergieran solo con violencia. Ian disfruta la violencia, Hüter también la disfrutaba.

Ian se mueve como él, con esos movimientos pesados pero elegantes. Se siente como él. Cuando lo veo levantar el puño en el aire, lo veo como hace años atrás, con miedo pero con admiración. Los mismos ojos de luna, el mismo rubio platinado, la misma sonrisa de apalancamiento. Ian es igual que Hüter porque Ian es Hüter. Mi Hüter. Siempre fueron la misma persona.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora