Verdad

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Ian entra a mi casa haciendo una reverencia extraña, está nervioso, lo noto en sus gestos, que nunca son muchos.

—Tu chico es una estatua.

Comenta mi mamá por lo bajo como siempre, dando buenas vibras a todo el mundo.

Mi papá, en cambio, que tiene esta fascinación y amor platónico por Ian lo saluda con un apretón de manos y una palmada en la espalda que obligan a Ian a dar un paso hacia adelante para no caer.

—Querido...

Dice con una sonrisa y lo invita a seguirlo a la cocina donde abre dos cervezas, una para él y otra para Ian.

—Yo también quiero.

Digo cansada del machismo de mi casa. Para rematar, mi mamá me empuja tirando de mi mano.

—Vamos a terminar la ensalada.

Ian empina su porrón y me mira de reojo para sonreír cuando ve mi cara de fiera cuando escucho la última frase.

—Sé que las veces que viniste no tuvimos tiempo de charlar...

Mi papá empuja a Ian hacia el living y vuelvo a repetirme en mi cabeza que Ray tenía razón solo en una cosa y era que Ian le iba a caer bien a mi papá por ser rubio. Tanto es así que empiezo a dudar de si es facho a escondidas.

—¿Para qué lo trajiste?

Pregunta mi mamá cuando empiezo a cortar una cebolla.

—Porque lo vas a ver más seguido si tenés pensado encerrarme en casa. Papá quiere hablar con él.

—Bien.— Dice. —Los prefiero donde pueda verlos, no sería sorpresa que repitieras la misma historia de...

—Mamá, cerrá la boca.

—Solo digo que me alegra que tu padre esté al fin poniendo manos en el asunto porque estás fuera de control, no hay nada que...

Bla bla bla.

Me pregunto qué estará hablando mi papá con Ian, nunca hizo esto, nunca se interesó en nadie que viniera a visitar mi casa, nunca antes invitó a nadie a cenar, yo tampoco. Es más que obvio que mi papá por una razón desconocida adora a Ian, pero no entiendo por qué ahora tiene esas ganas de jugar a ser suegro.

—¡Mierda!

Grito enojada agarrándome el dedo con ambas manos. Mi mamá deja el repasador sobre la mesa e intenta ayudarme, pero como le tiene algo de fobia a la sangre ni bien ve mi mano empapada, salta y pega un grito.

Ian es el primero en entrar en la cocina.

—No pasa nada, me corté la uña.

Le digo.

—Quédate ahí. Déjame terminar la ensalada. No tenés que estar haciendo estas cosas.

Retira las partes ensangrentadas de la tabla de cortar, la limpia y se pone a terminar el trabajo sin siquiera chistar.

Me quedo contemplando su espalda y sus piernas largas mientras sus hombros se mueven a medida que corta la cebolla con la misma rapidez y delicadeza que borda flores en telas de seda. Mi mamá se queda a su lado y continúa con la lechuga, le incomoda el chico alto de fachada raída. Pero no le molesta que la ayude con su estúpida ensalada que siempre condimenta de más.

Cuando estamos todos en la mesa al silencio normal de siempre lo interrumpe mi papá con la fascinación por Ian.

—¿Cómo está tu mamá?

Pregunta sonriendo y a mí se me patina el tenedor de la mano.

—Bien.

Responde Ian incómodo, siendo portador de pocas palabras.

—¿Y tu papá?

Ian levanta los ojos de su plato para mirarme de forma sospechosa y vuelve a lo suyo.

—En silla de ruedas.

Mi papá se ríe haciendo rebotar su panza contra la mesa. Un momento.

—Qué tipo tu viejo, te voy a contar la vez que...

—¿Los conoces?

Preguntó sorprendida. Ahora entiendo por qué mi papá es tan amigable con Ian, no es porque es rubio y mi papá nazi, sino porque nuestros padres se conocen. Lo que no entiendo es por qué Ian no me lo dijo nunca. No es la gran cosa.

Recuerdo enseguida esa noche cuando mi papá habló con mi mamá de él y su "hermanito" y cómo Ian me negó tener alguno.

—Obvio... Vivían a la vuelta de la casa vieja ¿Te acordás? Al lado del baldío. —Trago saliva y los dos levantamos la vista para mirarnos mutuamente. —¿No me digas que no sabían?

Al fin, el momento que eventualmente iba a llegar, solo que evite pensar en ello por un buen tiempo. ¿Cómo no se me ocurrió que siendo vecinos, nuestros papás se podrían llegar a conocer?

Si Ian sabía, entonces quiere decir ¿Él sabe? ¿Sabe que yo sé? Yo palidezco y él aprieta la mandíbula con fuerza.

—Ah.

Es lo único que puedo pronunciar, los dos nos quedamos pasmados midiendo reacciones.

—Dios mío, qué despistados, el hermanito de Ian jugaba siempre en el baldío. Contale... ¿No te acordás cuando rompió tu ventana?

Sigue mi papá ignorando que desató un huracán. Él hace una seña y yo aprieto los cubiertos.

Ya entiendo por qué accedía a hablar con mi papá en privado sin que le importe dejarme sola cuando en cualquier otro contexto nunca se separaba de mí.

—Sí... Contame.

Le escupo a punto de doblar el tenedor con la mano.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora