Vacio

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Ian se tambalea borracho sin decir una palabra después de mi reacción en el auto que lo dejó con la mirada triste. O algo parecido a eso. No está esperando a que lo siga, pero cuando lo veo intentando recuperar las llaves de su casa, grito frustrada, sola, dentro de mi auto y me bajo para seguirlo. Él se gira levemente y me nota detrás de él. Consigue abrir la puerta de su casa y cuando entra a oscuras, golpea algo que cae al suelo y explota. Prendemos la luz de la entrada y vemos el jarrón esparcido por el suelo con flores y agua por todos lados. La madre de Ian aparece enseguida en pijama y cara desorbitada, nos mira a ambos y suspira cansada frotándose los ojos.

—¿Qué hacés?— Pregunta de mala manera. Ian la mira con sus ojos muertos y su expresión de nada y la esquiva sin dar explicaciones. —¡¿Vas a decirme qué te pasó en la cara por lo menos?!

Ian no se inmuta, sigue subiendo las enormes escaleras que dan a su piso y en el camino responde sin nada en su voz.

—Como si ahora te importara lo que me pasa en la cara.

Ella suspira y se cruza de brazos mirando el desastre del suelo.

—Está borracho.

Le explico preguntándome si tengo que irme o no.

—Sí. No me sorprende. ¿Qué le pasó en la cara?

Me pregunta ahora a mí. Debe ser por la hora o algo así, pero a diferencia de la primera vez, no me trata con desagrado o distancia y no tengo que usar al ángel de Cora como excusa de buena influencia.

—¿Tengo que decírselo? ¿En serio?

Supongo que esta mujer debe saber que su hijo se golpea todos los fines de semana con cualquiera que tiene delante.

—No, ya lo sé. ¿Está bien?

—Le dieron dos puntos en el labio, pero nada grave, no para él.

Ella asiente y se voltea para encarar hacia la cocina.

—Voy a barrer esto.

Como me deja el paso libre dudo unos segundos y frustrada, pero decidida, subo las escaleras. Entro a la habitación iluminada en rojo y veo a Ian desplomado boca abajo sobre su cubrecama negro con los brazos extendidos. Me acerco dejando mi cartera sobre el escritorio que está cubierto de revistas de moda y apago el equipo, que supongo está sonando desde antes de que saliera.

Sentándome en la cama, empiezo a sacarle las zapatillas que cuelgan de sus pies del borde.

—Vení.

Termino con su calzado y después de sacarme el mío gateo por encima del colchón y me acuesto a su lado usando uno de sus brazos como almohada. Él no me mira, su cabeza apunta hacia la pared.

—¿Qué fue eso?

—¿Qué?

Suspiro y miro hacia la pared también estirándome y ocupando todo el espacio que puedo.

—Tu mamá estaba preocupada ¿Siempre la tratás así o estás enojado por nosotros?

—No me enojaría nunca con vos, ni por nosotros B, ya lo sabés.

—¿Entonces?

—Para mi vieja ya es tarde, es tarde para que se preocupe por mí.

Me giro y meto mi mano por debajo de su remera para acariciarle la espalda mientras él sigue casi muerto. Cuando está callado y distante, aturdido por el mundo, tan melancólico, se vuelve difícil darse cuenta de su estado. Tiene esa cara de enojado todo el tiempo pero normalmente eso siempre resulta ser una fachada. Nadie se enoja con el mundo sin que el mundo le haya hecho algo antes.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora