Amor

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No sé dónde está mi auto, no sé cómo le voy a explicar a mi familia el golpe de mi cabeza. Aunque intente acomodarme el pelo, la banda sobresale perfectamente blanca por debajo, blanca, enorme, con una cinta celeste que la atraviesa. La madre de Andy me despide en la entrada del hospital y me cubro con la campera de Ian sobre los hombros mirando el cielo. Supongo que no me queda otra opción que caminar. Los zapatos me están matando pero, aún así, empiezo a andar con la cartera sobre el hombro. Mientras llegue a almorzar, nadie va a sospechar de mi visita en el hospital en casa, solo piensan que me quedé en lo de Ray una vez más.

Estoy llegando a la avenida cuando escucho las llantas de un auto a mis espaldas, el rechinido es violento, entiendo que la persona que estaba manejando lo estaba haciendo como un desaforado. Me giro sobre mis talones para ver el precioso último modelo híbrido de Ian estacionar a mi lado. La puerta del conductor se abre e Ian baja con la misma ropa de la noche anterior, tiene el pelo desarmado, los ojos cansados, pero esa seguridad se marca en cómo presiona sus labios juntos.

—¿A dónde mierda vas?

Me pregunta con los brazos cruzados sobre el pecho parando a unos centímetros de mi cuerpo, tan cerca que puedo sentir su tibieza en medio de la mañana fría. Es curioso, todo lo que siento de él es su frialdad, esta vez no la encuentro para nada.

—A mi casa.

Le digo en un tono monótono, no tengo ganas de sonar como si tuviera el control de todo, Ian ya se dio cuenta de que no tuve el control de una mierda anoche.

—¿Pensaste que no te iba a llevar?

—No estabas.

—Tenía que dejar a Ro en su casa.

Asiento con la cabeza y me subo mejor la cartera al hombro.

—¿Por qué me llevarías?

—¿Me dejaste solo para caer de nuevo en esto?

Dice decepcionado y algo en mí que debería ser inamovible se revuelve sobre sí mismo.

—No estoy con ganas de ponerme a filosofar de la vida en este momento, Ian. Solo me quiero ir a mi casa y...— Las palabras se atascan en mi garganta, me sorprende que de repente no pueda hablar, me llevo la mano a la garganta y presiono con mis dedos tragando todo lo que quiere subir, pero es tarde, una lágrima recorre mi mejilla. —Y...

Ian corre delicadamente los mechones de mi pelo para ver mi rostro. Me siento desarmada, me siento sucia, me siento completamente rota por dentro. Como si no hubiera nada que me pudiera arreglar en este momento. Tengo las mejillas llenas de sangre seca, el pelo revuelto, la ropa arrugada, los brazos llenos de marcas. Debo ser un fantasma de lo que era cuando él me conoció. Pocos rastros quedan de la chica a la que él llamaba "Princesa".

Me giro con fuerzas para salir disparada, avergonzada de mí misma, pero Ian me detiene tirando de mi muñeca, impacto con el hombro contra su pecho, con el mismo movimiento me toma de la barbilla para levantar mi rostro y dejar mis ojos evitando los suyos. Entierra ambas manos en mi pelo con delicadeza y me besa. Me sostengo de su pecho con ambas manos y empiezo a perder el eje de la tierra. Siento cómo sus labios rozan los míos con cuidado, abre su boca y sus manos recorren los laterales de mi cuerpo hasta llegar a mi cintura. Ian me rodea y se agacha para pegar todo su cuerpo contra el mío.

—No te quiero más lejos.

Dice entre besos, besos que continuo aunque sé solo van a hacer que todos los sentimientos que tengo por él adormecidos vuelvan a la superficie clavando sus garras en mi piel. No quiero estar enamorada de Ian, no quiero que él sepa cuánto lo necesito, pero dejo todo a flor de piel esperando que él no se espante con mi reacción. Poso mi mano sobre su cuello e invado su boca con mi lengua. Es siempre tan suave para besar que me descoloca cuando siento algo voraz en los rastros de crudeza que deja sobre mis labios.

—¿Qué vamos a hacer?

Pregunta después de inhalar y exhalando con sus palabras, simplemente niego porque no tengo una respuesta.

—Haces lo que querés con las chicas de tu vida, no sé si te das cuenta, la pregunta es... ¿Qué vas a hacer conmigo?

—¿Qué querés, B? Decímelo y te lo doy. Siempre te voy a dar todo lo que me pidas, princesa.

—Decilo y soy tuya. Solo decilo, Ian.

Lloriqueo entre besos, aunque sé que Ian me dijo que no quería que nadie fuera de él nunca, así como él no quiere ser de nadie. En este momento estoy completa y absolutamente enamorada de él, desesperada. No tengo otra forma de llegar a él.

—Te amo. Y lo voy a seguir haciendo hasta que quieras que no lo haga más.

Ian siempre me deja confundida con su elección de palabras, con la soltura que toma todo, con la liviandad que les da.

—No va a pasar.

—¿Qué necesitas para no alejarte más de mí?

—No quiero que estés más con Rocío, mierda, no quiero que estés más con otra nunca mientras estés conmigo, aunque no te pueda dar nada más que esto.

Ian no lo medita ni un segundo.

—Hecho.

Me deja completamente helada, otra lágrima se asoma por la comisura de mi ojo izquierdo, la quiero detener pero Ian me gana con su pulgar, la limpia con firmeza mientras apretuja mi mejilla sana entre sus dedos.

—Te amo, Ian.

—Lo sé.

Dice seguro de lo que está diciendo. Me toma de la parte de atrás de las rodillas y me lleva a cuestas por el frente del auto para sentarme en el asiento del acompañante. No me deja ponerme el cinturón, él lo hace por mí. Una vez en su lugar detrás del volante se estira por el asiento para llegar a los traseros y dejar una bolsa de madera sobre mis muslos.

—Comé.

Ordena.

Abro la bolsa para ver un desayuno, hay masas finas, un sándwich y un jugo de naranja. No lo tiene que pedir dos veces, me llevo la comida a la boca muerta de hambre, voy directo al sándwich y le ofrezco un pedazo que él rechaza. Noto como Ian maneja sin sentido mientras trago mi comida como si fuera que no como hace días. La resaca, la pérdida de sangre y la pelea me dejaron completamente derrocada y famélica. Me recuesto sobre el asiento y siento su mano posarse sobre mi muslo.

—Esta vez no te voy a dejar ir, no después de lo que vi, incluso si no lo querés.

Asiento con la cabeza levemente mientras mis párpados se empiezan a cerrar de a poco, no es como si no hubiera dormido nada, pero, aún así, necesito más. La oscuridad me invade y no me acuerdo cómo es que todo a mi alrededor desaparece. Olvidándome de que Ian detesta manejar y debería estar yo detrás del volante.

Cuando me despierto, probablemente horas después, Ian sigue detrás del volante, manejando sin sentido, dando vueltas por las calles anchas de las avenidas aunque lo odie.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora