Dicha II

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—¡¿Quién es ese?!

Grita Ray revoleando el vaso por el aire, el cual cae al suelo después de golpear contra la pared y no estalla de milagro.

—Dios, Ray... ¿Qué importa?

—A mí me importa. ¡¿Te ves con otros?! ¡¿En serio, Bernarda?!

—Como si vos no te revolcaras con más chicas.

—¡¿Creés que salgo con otras?! ¡¿Mientras estoy con vos?!

—¡No lo creo! ¡Lo sé!

La digo exasperada porque su nivel de violencia me llega a la frente.

—¡No sabés una mierda!

Grita y sale de la habitación en calzoncillos, pero enseguida vuelve a entrar, me parece que nunca sabe cómo hacer las cosas o cómo pelear conmigo, aunque le encante hacerlo.

—¿Creés que soy estúpida? ¿Qué no sé de Laura y de Jess? Acordate que este es un pueblo chico y yo lo sé todo.

Me paso la remera por el cuerpo y ahora soy yo la que sale de la habitación en ropa interior. Abro mi bolso y saco un cigarrillo de mi nuevo paquete, me dirijo a la cocina y busco un encendedor.

—¿Quién te dice esas cosas? ¡Son mentiras, Bernarda!

Termino prendiendo la hornalla y me agacho girando la cabeza para prender el cigarro una vez que noto que no hay ningún encendedor a mano.

Sé que Ray se ve con esas chicas y sé que sigue mintiendo descaradamente porque es de ese tipo. Es como yo, de los que niegan hasta morir. Solo mencioné a Laura y a Jess como ejemplos, pero sé qué hubo más. Eso es lo bueno de ser amiga de Esteban, me mantiene informada de todo lo que hace Ray sin siquiera saber que nosotros somos algo. Por algo no le cuento ni a Cora ni a Esteban que me veo con él. Me conviene. No es que necesite controlarlo, simplemente tengo miedo de caer sin darme cuenta en sus "Te quiero" de alguna forma ignorante. Saber que es una mierda me ayuda a mantenerme al margen.

—Seguí mintiendo Ray, yo puedo seguir haciendo como que te creo.

Él se rasca el pelo con ambas manos y los pectorales se le marcan perfectamente en el pecho. Como salido de película porno, solamente que con cara preciosa ¿Cómo puedo culparlo por estar con otras si es así? Chicos como estos están destinados a ser compartidos de por vida.

—De verdad Jess tiene razón, sos una desalmada.

—¿Jess una de las descartables tuyas?

—¡Decime quién es! ¿Es el rubio del bar? ¡El imbécil que se tiró a la pileta con ropa! ¡Seguro que al nazi de tu viejo le encanta que sea albino!

Ladeo una sonrisa y me escucho a mí misma largando una risita inconsciente. Nunca lo había pensado, pero puede que a mi papá le guste el aspecto de Hüter, no quiero decir que sea nazi, solo que puede ser un poco... racista.

—¡¿De qué te reís ahora?!

—De nada, Ray.

—¡Respondeme, Bernarda!

Alzo la mirada y apago el cigarro en la bacha de la cocina.

—Era Matteo, me lo encontré hace unas semanas y fuimos a tomar algo... pero no coge bien, nunca lo hizo. No sé por qué me llamó, seguro no le quedó claro que la tiene chica... No te preocupes, prefiero la tuya.

Me dirijo a la habitación con el cigarro en los labios, para empezar a cambiarme porque sé que esa última frase, es mi retirada.

—¡No soy tu puto!

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora