Inquietud

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Llego a mi casa más que cansada, por suerte mi papá no está despierto, pero por desgracia mi mamá me espera con los brazos cruzados dándome la espalda. Controlo la hora en mi celular y me doy cuenta de que es muy tarde para que esté dando vueltas por la cocina. Está definitivamente acá para mí. Seguramente esperándome, para descargar esa frustración que lleva encima para todos lados por ser una reprimida.

—¿Qué pasó?

Le pregunto mientras la veo girar con la bata desacomodada para saltar del susto.

—¡Dios mío, sos como un gato!

Ella derrama la mitad de su infusión al suelo y paso a su lado para abrir la heladera. La cocina es grande y puedo hacerme un lugar en la barra para tomar algo de agua, me siento en la isla de mármol y empino la botella para evitar tener una resaca mañana.

—¿Qué hacés despierta?

Mi mamá me mira agachada desde el suelo con una servilleta en la mano mientras hace movimientos circulares para secar el enchastre que hizo.

—Ese chico... el castaño, volvió a venir, tenés que acostumbrarte a decirles a tus chicos que esta casa no es un telo.

Mezo las piernas que cuelgan de la mesada y dejo la botella. Mi mamá puede ser una completa frígida cuando quiere.

—¿Ray?

—Ese.

—Hace tiempo no lo veo.

—Bueno, ¿no podés llamarlo y decirle que se deje de joder? Es la tercera vez que me despierto a las 4 de la mañana porque llama a la puerta llorando por vos.

—Yo no tengo la culpa de que venga y si lo llamo va a ser peor. ¿Crees que una llamada no va a agregar leña al fuego?

Mi mamá se acomoda la bata y recoge la taza de lo que parece ser té con ambas manos.

—Voy a hacerle una denuncia.

—Si lo crees necesario, hacelo.

Digo levantando los hombros. Salto de la mesada y dejando la botella de agua en su lugar cierro la puerta.

—¿No te importa para nada?

Pregunta sorprendida de que su intento de molestarme no me afecte.

—Lo dejé porque no me importa. Hacé lo que quieras. —Ella me espera entre la división de la cocina y el living con la mano sobre el interruptor de luz. —¿Subís?

Agarro mi cartera y subo la planta baja. Ella me sigue a unos pasos.

—¿No podés calmar aunque sea un poco al pobre chico? Me molesta que me despierte pero después me agarra culpa por echarlo como un perro y me termino preguntando qué mierda le hiciste al pobre para que ande tan mal.

—Yo no le hice nada.

—Supongo que él se lo hizo solo.

—Sí. Yo siempre le dejé las cosas en claro. No soy responsable de lo que le pasa en la cabeza.

—Es en el corazón, Bernarda. Está claramente enamorado.

—¿Y qué querés que haga?

—No sé... escucharlo y rechazarlo como se debe. No a la mitad como siempre haces vos.

—¿Y vos cómo sabés cómo hago las cosas?

—Porque los veo... después golpean la puerta llorando y por último los escucho en tu habitación hasta que te cansas.

Tiene un punto. Pero no le veo nada de malo.

—¿Entonces? ¿Querés que lo haga mi novio porque te da lástima?

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora