Correspondencia

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—No quiero salir, estoy cansada.

—Se nota, te dormiste en la pileta.

Ian acomoda nuestra ropa en un sillón blanco y tira la toalla que tiene en la cintura sobre una silla que da a un pequeño escritorio. La habitación tiene vista al patio del hotel, donde está ubicada la pileta techada. Es espaciosa, es todo lo que se espera de un lugar como este: batas, un frigobar, un baño extenso, un sillón marrón moderno acompañado de una mesa ratona y un ventanal con cortinas automáticas. El cuadro encima de la cama es de un atardecer con pintaladas desprolijas. Lo contemplo sintiendo la ironía.

Siento cómo la única cama se siente como el elefante de la habitación del mundo en el que vivo, no en el de Ian, ya que en el mundo de Ian, no hay nada lo suficientemente importante para ser hablado con anticipación.

Me acerco a la ventana para correr las cortinas por completo y aprovecho para abrir la puerta, cuando noto que la habitación tiene un pequeño balcón con dos sillas. Ian pasa a mi lado y se prende un cigarrillo cuando sale.

—No se puede fumar.

Le digo apuntando el pequeño cartel colgado en la baranda del balcón.

—Me da igual.

—¿Siempre ganás esta cantidad de plata en las peleas?

Me acomodo contra el marco y veo la extensión de mesetas que se extienden con un par de viñedos que desaparecen en la oscuridad.

—Sí, es bastante.

Dice. Girando y sentándome en la punta de la enorme cama y sobre la toalla para no humedecer las sábanas, me quedo viendo cómo fuma con paz.

—¿Qué hacés con tanta plata normalmente?

Hablo alto para que pueda escucharme desde afuera.

—La quemo con Andy y Teo. Soy el sustento económico de nuestras salidas.

—¿No preferís ahorrar y hacer algo más productivo que emborrachar a tus amigos los fines de semana?

—No se me ocurre nada mejor. Si tenés alguna recomendación, soy todo oídos.

—No sé... ¿Abrir un local de ropa?

Digo aunque suene ridículo hablando de él.

—Tengo el taller, es todo lo que necesito.

Dice mirando hacia el interior de la habitación con sus ojos cansados y totalmente disociados, por encima de su hombro. El cigarro cuelga de sus labios.

—¿Por qué diseño de indumentaria?

—Es lo que me gusta.

Confiesa apagando el cigarrillo que deja a la mitad en el suelo de baldosas.

—¿Y cómo descubriste eso?

—Me gustaba sentarme con mi mamá a ver desfiles por televisión. Me gustaba ver a las chicas y terminé interesado en eso de vestir modelos.

Él dibuja una sonrisa y camina hacia el baño.

—Me voy a sacar el cloro. ¿Te molesta?

—No.

Yo me cruzo de brazos en la entrada del baño y recargo mi peso contra la pared para observar cómo una mampara de vidrio separa el jacuzzi de la ducha.

—¿Querés ir primero?

—No, me meto después.

Él sin avisarme o sin vergüenza, se saca la malla para quedar completamente desnudo y abrir la ducha midiendo la temperatura. Corro los ojos para no ser evidente y me muerdo el interior de una mejilla.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora