Abrumamiento II

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Están los tres en el patio: estrellita azul, el tipo con el que supuestamente perdió la virginidad Cora y él, que está con la vista clavada en su celular. Los tanteo y me hago paso de la mano de Matteo, mi acompañante de la noche, con la excusa de fumar un cigarrillo. Con cada paso que doy mi corazón se acelera más y más. Matteo lo toma como buena señal, pero costaría mucho hacerlo entender que mis nervios no tienen nada que ver con él. Ni siquiera fumo mucho, cada tanto me prendo un cigarro cuando salgo si alguien quiere invitarme uno. No me gusta comprarme paquetes para mí sola.

Tomo valor, hincho el pecho y me escurro sin pedir permiso por la masa de gente.

Los veo riéndose del morocho que tiene los brazos empapados en tatuajes, él niega divertido y enseguida clava los ojos en mí cuando me apoyo contra la pared a pocos metros de él. Matteo me extiende el cigarrillo y cuando me lo llevo a la boca lo prende. En todo momento evito el contacto con Ian. No sé si puedo volver a mirarlo a los ojos. No tan repentinamente. Tengo que estar preparada y todavía no lo estoy.

—¿Te parece bien dejar que ella se vaya sola? ¿O sos de esos poco caballerosos?

El chico tatuado de ojos azules se sorprende cuando murmuro por lo bajo. Me escucha y duda un poco en responder.

—¿Qué?

Me enfrenta en un segundo, con la intención de ser intimidante. Pero no sabe todavía con quién se está enfrentando si cree que separar las piernas en el lugar me va a hacer hundirme en mis hombros.

—Sabés cómo se llama, ¿no? ¿O ya no te acordás?

—¿La chica con pecas? ¿Ya se fue? Qué lástima.

Dice, aunque se nota que no siente lástima para nada.

—Sola y caminando.

Me llevo el cigarro a la boca y alzo la ceja. Gira y se frota las manos en los jeans, vuelve a girar, me mira con cara confundida, al final empieza a moverse.

—Teo, mandame esa foto.

Dice a la pasada y me esquiva para salir detrás de mi amiga. Por suerte, los hombres son predecibles.

—Yo te puedo llevar a tu casa también si querés, yo sí soy de los caballerosos.

Matteo mete la nariz detrás de mi pelo y me besa el cuello debajo de la oreja, el muy patético necesita de otros para congeniar frases. Después de tanto tiempo parece que lo único que cambió en él fue su corte de pelo.

Nuestra historia fue bastante corta, nos conocimos unos años atrás, compartimos el auto, un baño público y la parte oscura de una fiesta. Pasó poco tiempo hasta que me viera en una fiesta con otro y después de eso, dejó de escribirme. Orgullo de hombre. A los meses volvió a aparecer, pero nunca respondo los mensajes de un sábado después de la una de la mañana. Espero que el otro tenga la decencia de por lo menos disimular un poco de interés... y esto, el beso en el cuello no me está cayendo para nada bien. Lo aparto y apago el cigarrillo en el suelo después de tres simples pitadas.

—Siempre fuiste muy arisca.

Me dice todavía sujetándome del brazo.

—Me gusta tener mi espacio personal.

Me zafo del agarre fácilmente y mi mirada sin querer se cruza con la de Ian. Estuve todo el tiempo consciente de que él estaba ahí, pero concentrándome en no voltearme hacia su dirección. Me quedo helada. Me quedo contemplando sus ojos claros que se quedan fijos, tan particulares como los recuerdo, algo perturbadores y del color de la luna. Matteo dice algo, pero no le presto atención. Finalmente, Ian empieza a recorrer mi figura, de arriba a abajo, por un segundo pienso que está recordando algo por cómo se mueven sus ojos, pero en realidad, lo hace porque le molesta el humo del cigarro que tiene casi apagado en la boca.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora