Vergüenza

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No solo camino con un vestido estilo princesa con escote en corazón, hombros de gasa caídos, de corsette y tiro a la cintura con 4 capas de gasas y tules desarmados que con el color beige viejo le dan un aspecto roído y mágico que remata con las flores a la cintura, sino que también camino sobre tacos altos y la confianza de Ian.

Sé que es estúpido e infantil pensar así, pero su confianza me hace pensar que nada malo me puede pasar. Camino con seguridad y no me molesto en intentar sonreír porque no es lo mío.

Los flashes me acosan la piel y empiezo a distinguir en cada paso a la gente que conozco. Micaela, Jimena, Thiago y Cris están a mi derecha entre un tumulto de gente, en lo que parece la zona para alumnos, donde pueden ver sus obras de cerca. A mi izquierda distingo a la madre de Ian mezclada entre la gente y noto un par de caras conocidas del pueblo. Cuando hago un esfuerzo logro ver lo que creo que es la cabeza de Esteban, y no me sorprende que haya querido venir de incógnito para ver el trabajo de Cris.

Pero no es hasta que llego a la punta de la pasarela que siento un mini infarto cuando veo casi en primera fila, de brazos cruzados, molesto, con un gesto compungido y pelo revuelto, a Ray, que me mira como si le doliera verme. Sus ojos se clavan en los míos y aguanto el gesto de sorpresa y la casi trastabillada que me genera el susto.

Cuando estoy volviendo y recibiendo los aplausos del final del show, una voz masculina suena en los parlantes para darle cierre a la presentación.

No voy a mentir, el último metro casi lo hago corriendo, si es que no corrí. Espero que la atención en la voz masculina y los aplausos hayan difuminado la atención en mí para que nadie haya notado mi paso veloz y las ganas de que todo terminara.

Es ridículo creer que esta gente trabaja por meses solo para después dejarle su trabajo en manos de una modelo que en los 30 segundos que tarda en recorrer la pasarela pueda cagarla rotundamente, y esa es una presión en la que no había contado hasta hoy.

Paso la pared negra y encuentro a Ian parado donde lo dejé con un gesto de aprobación, y como no sólo estoy aliviada, nerviosa y con la sensación de realización corro hacia él.

Él me ataja sorprendido de la cintura.

—Estuvo genial. Tranquila, ya pasó.

—No sé por qué mierda accedí a hacer esto.

Digo en un suspiro. Ian sonríe contra mi cuello.

—Te dije que lo ibas a hacer bien, falta la vuelta final.

Dice con aspereza.

—No me hagas volver a salir ahí.

—No te preocupes, esta vez salís conmigo.

Y así es como, después de unos 15 minutos de horror y nervios, tengo que volver a salir, esta vez de la mano de Ian, quien recibe los aplausos por el grupo y como creador del diseño. La segunda vez no es tan mala como la primera, ya que no estoy sola y no suelto en ningún momento la mano de Ian, cosa que a Ray en la primera fila no le hace mucha gracia.

Me pregunto ¿Qué mierda está haciendo acá? Temo que esté planificando una especie de atentado en su lugar, solo se queda sentado, viendo cómo Ian me hace dar una vuelta para el público y cómo una vez que estamos en el final de la pasarela hace una última hermosa maniobra para ponerme todavía más nerviosa y en frente a todo el público se inclina lentamente sobre mí. Yo confundida por los flashes y aplausos, no entiendo lo que está haciendo hasta que está a centímetros míos. Rodea con su mano mi cuello delicadamente y me besa la frente, con su mano entre mi pelo ondulado y con trenzas por doquier me empuja hacia su pecho en una especie de semi abrazo, levanta la mirada con una sonrisa de victoria y le muestra el dedo del medio al final de la pasarela donde se encuentra el público, aunque no quiero creer que es verdad, tengo una leve noción de a quién va dirigido el insulto.

—¿Estás loco?

Pregunto cuando estamos detrás de la pantalla.

—¿Recién te das cuenta?

—¿Tanto te gusta usarme como carnada para tus peleas?

Digo furiosa.

—No pensé que me ibas a recriminar que ofendí al chico dinamita.

Dice dejándome atrás, levantándose el pantalón ligeramente.

—Sabés que no hablo más con él.

Él empieza a caminar entre los improvisados camerinos hacia donde tengo mi ropa de persona normal y yo lo sigo pisando fuerte con los tacos llena de ira.

—... ¿Qué hace acá?

Pregunta él ignorando mis ojos de odio.

—¿No lo invitaste vos?

Pregunto ya que no sería extraño que la presencia de Ray se debía a algún plan retorcido de Ian.

—Sí... Porque somos mejores amigos... No seas ridícula B, supe que estaba ahí ni bien llegamos al final de la caminada.

—Bueno, claramente yo no lo invite para que me tirara miradas de furia mientras modelaba.

—¿Por qué no me dijiste?

—¿Qué? ¿Qué estaba acá? ¿Para que hicieras algo estúpido como mostrarle el dedo en frente de todo el mundo?

Llegamos al pedazo de cortina que nos corresponde y empiezo a quitarme los zapatos mientras Ian empieza a desabrocharme el corsette no tan delicadamente y esa es mi señal para notar que está irritado.

—Consiguió casi primera fila... ¿Qué hacía ahí si no conoce a nadie en este puto instituto?

—No sé, Ian... No insinúes que yo lo invité. No lo hice.

De un tirón me saco la falda y él termina de desabrochar el corsé que cae al suelo y empieza a desarmarme las trenzas.

—No es eso.

—¿Qué es entonces?

—Si está acá, es porque viene a matar a Cris... Pero no creo que se quedaría a ver el desfile para eso. Quedan tres opciones, o se enteró de que la de las fotos fuiste vos, no te superó o las dos anteriores juntas.

Cuando termina con mis trenzas me agacho para subirme los jeans dando saltitos para que mi culo pase por ellos mientras él me alcanza la remera con gesto preocupado.

—Me importa una mierda cualquiera de las opciones.

—Sé que creés que sos invencible, pero no lo sos. Ese tipo... es un enfermo.

Me pongo el corpiño y la remera rápidamente dándole la espalda y me ató el pelo con una colita alta.

—No va a pasar nada, Ian.

—Sí, va a pasar.

Alzo la ceja y me quedo pensativa, enojada porque sé que tiene razón. Ray es tan tóxico que puede pasar cualquiera. Igual necesito siempre tenerlo cerca para envenenarme con él cuando quiero, casi como una ex-drogadicta que guarda la droga debajo del colchón para sentirse segura de que está ahí por cualquier cosa, aunque no la use.

—No lo quiero cerca tuyo.

Dice con voz firme y todavía sujetándome empieza a pasarme una toallita húmeda por la cara para sacarme el maquillaje exagerado.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora