Ansiedad

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Ian tira de mi mano y entrelaza sus dedos con los míos con un peso que nunca antes sentí con nadie, una responsabilidad nueva, una necesidad nueva. Sé que Ian va a darme todo lo que le pida, ahora entiendo por qué, ahora entiendo cada uno de sus recovecos, sus puntas filosas, los filos que la muerte de su hermano dejaron en él. Siento los míos, cada espacio vacío que necesita ser completado, cada herida que ruge ser lamida, cada rincón de oscuridad volviéndose aún más negra. Siento cómo él me completa, absolutamente todo lo mío se completa con lo suyo y como si fuera el polo que nos mantiene juntos, siento a ese chico que nunca pasó los dieciséis.

Mi mano recorre su pelo rubio y me concentro en las pintas celestes de sus ojos grises, me concentro en esa melancolía que necesita ser acunada. Tener a alguien roto entre mis manos me hace sentir inexplicablemente menos rota. Mis labios se estampan contra los de él. Cuando beso a Ian siento eso nuevo, algo extraño, hay algo nuevo. Lo hay. Esa invasión de algo externo, ahora lo siento también, esa presencia, esa noción de que en nuestra relación no somos dos. Él siempre lo supo, para mí es algo nuevo.

Está tácito, pero está ahí.

Dije una vez que me gustaría que Ian y Hüter no fueran la misma persona, y ahora que mi deseo se cumplió no sé cómo sentirme al respecto. Me siento enferma, pero a la vez siento cómo el veneno de Ian es lo único que puede aliviar el nuevo dolor.

—Sé que va a ser difícil.

Dice él por lo bajo.

—Sí, lo sé.

—Quiero ser tu repuesto.

Me dice con completa sinceridad, tal vez eso también es una forma de mantener a Aarón vivo.

—Yo lo quiero absolutamente todo.

Ian se agacha para estar a mi altura y sonríe por primera vez en la noche. Con ojos hinchados y la nariz roja, pero es una sonrisa al fin.

—B, yo te adoro.

La distancia de Ian desaparece cuando abro la boca y consigo atrapar su labio inferior con mis dientes. Tiro de él y cuando se escapa de mi boca nos quedamos en completo silencio. La luz de la calle y la luna se filtran por sus pestañas largas, casi invisibles. Sus ojos grises, celestes, cristalinos, me recorren el rostro.

—No es todo él ¿Lo sabés, no?— Asiento con la cabeza, pero no estoy muy segura. —Sos la chica más preciosa que jamás me crucé en la vida. No era justo que él no te compartiera ahora que no está.

Abro la boca y él hace lo mismo esta vez, sintiéndome el ritmo. Su lengua invade mi boca y sus manos se deslizan hacia mi sur y norte, para sujetarme firmemente de la cadera y de la cabeza. Mis manos encuentran su pecho y sin dejar de poner intensidad para que no pare, atrapo su remera de algodón entre mis puños. No puedo dejar que me suelte porque si lo hace me voy a terminar de derrumbar por completo.

Los besos se convierten en mordidas, en lamidas necesitadas y sin darnos cuenta nos estamos dejando sin aire. Lo empujo levemente y no llego a apartarme de él por completo, termino mirando su nariz y sus labios hinchados.

—Nadie más odia él amanecer como yo.

Susurro antes de que me vuelva a atrapar en sus besos despreocupados, desmedidos. Como si se hubiera roto esa caja de cristal que nos mantenía contenidos. La ilusión se desarma, pero algo nuevo aparece entre todo el trauma y es una obsesión enferma por el otro.

De la cadera me gira y termino casi sentada en el capó del auto mientras él hace un leve baile con los pies para no pisarme, acomodarse y agacharse para que su boca esté a la altura de la mía sin que yo tenga que hacer puntas de pie. Quiero sentarme en el metal para que no haga esfuerzo y después de acomodar mis brazos, Ian lee mi mente, me levanta y me sienta en el capó. Mis piernas se enroscan en sus muslos trayéndolo lo más que puedo a mí y sus manos caminan por el auto para dejarme casi recostada por completo.

Cuando siento su erección se me crispa la nuca.

—Dejame.

Dice él y yo no tengo que dudarlo por primera vez.

—Cogeme.

Digo ya tirando de su remera para sacársela de un tirón. Él se recompone con el pecho desnudo, bailando pálido, contrastando con la oscuridad de la calle.

—¿Acá?

Pregunta mirando hacia mi casa.

Hay muchas cosas que considerar en este momento, como que mi familia está a unos metros, que puede pasar cualquiera y denunciarnos por exhibicionistas, pero no me importa sinceramente.

Rodeo su cuello con la remera que tengo en la mano y me encanta verlo con su pelo revuelto, sin cara de muerte, sino que confundido y con sus ojos hinchados. La tristeza lo hace ver vivo, ahora por lo menos sé que tiene algo más de emociones que el limitado abanico de irritación y placer. Tiro de la tela y lo vuelvo a tener a milímetros.

Siento como siempre la explosión de mi ventana en el fondo de mi mente, pero no me dejo dudar, no dejo que eso me gane. No esta vez.

Sus manos se meten por debajo de mi remera, una hacia mi espalda y la otra por debajo de mi corpiño mientras yo ya estoy tirando de él, desabrochando su cinto. Cuando su pantalón está desarmado, una de sus manos recorre mi muslo con urgencia, gimo cuando mis puntos se tensan una vez más y mi muslo se contrae con un espasmo de dolor.

—Mierda.

Dice él. Pero no lo dejo pensarlo mucho, tomo su mano y la poso sobre mi cadera. Se escurre por la tela de mi falda para pasar un dedo por el borde de mi tanga que me obliga a apretar mi pierna sana contra su cadera para que no tiemble.

Termina por correr mi bombacha con poca delicadeza y preparada presiono su cuello, respirando contra su oreja y pasó mi lengua por su lóbulo. Él libera su verga y cuando me la mete gimo contra su oreja, mientras crece todavía más dentro de mí.

La primer embestida ya me hace tirar la cabeza hacia atrás, lo que me da una pequeña noción de que lo estamos haciendo en medio de mi calle sobre su auto, pero enseguida me olvido cuando sus labios rozan mi cuello y lo mordisquean de a poco llegando a mi clavícula mientras se mueve lentamente dentro y fuera, saboreando cada segundo. Vuelvo a gemir y como si él se despertara empieza a acelerar el ritmo hasta que el auto empieza a rechinar porque se mueve con nosotros al compás, llenando el odioso silencio que envuelve la respiración agitada de Ian.

Su lengua empieza cada vez a invadir más mi boca hasta que siento que solo puedo pensar en él y nada más... en ellos.

Entierro las uñas de mi mano derecha en su espalda y con la otra sujeto la remera todavía colgando de su cuello.

Aprieto los talones contra su jean y con sus manos me sostiene de la cadera por debajo de mi falda, para no perderme arriba del capó con tanto movimiento, el golpeteo del auto y los condenados amortiguadores delanteros.

Ian muerde mi labio inferior y me quedo sin aliento cuando siento los aros de su boca contra mi piel. Mi adrenalina sube a niveles que no puedo contener, tiro de su pelo y él sigue golpeando contra mí con cada vez más fuerza, el ruido es más intenso y se me hace cada vez más difícil contener los gemidos teniendo a Ian entre mis piernas.

Muerdo mis labios cuando veo que ya no puedo aguantar la sensación y la cara se me empieza a llenar de una leve capa de sudor y me alejo para verlo, también cerrando los ojos con fuerza, como queriendo no acabar. Me desliza por el capó hacia la punta para poder agarrar mejor mi cintura y cuando siento que estoy a punto de morir en vida escucho la puerta de entrada de mi casa.

Yo me asomo por detrás de la espalda desnuda de Ian, aferrándome a su brazo y él solo gira sobre su eje atajándose el pantalón para que no caiga al suelo y nos exponga más todavía. Mi mamá abre la puerta y se queda atajada en su lugar con los ojos abiertos como dos faroles y su mandíbula cae hasta el suelo.

—¿Necesitas algo?

Pregunto como si no fuera que estoy abierta de piernas sobre el capo del auto con la hermosa esperanza de que nuestra ropa puesta disimule lo morbosos que estamos siendo cogiendo en medio de la calle.

Mi mamá revolea los ojos e Ian se rasca la nuca.

—En un rato la devuelvo, ya terminamos.

Dice él con su cara neutral. Mi mamá revienta la puerta de entrada claramente enojada y yo simplemente devuelvo a Ian a mi boca para que termine lo que empezó. 

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora