Orgullo II

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—Tenés que dejar de ser posesivo, no te queda bien, Ray.

Le susurro en la ronda que consta principalmente de hombres y Jimena en el medio sirviendo tragos y haciendo de anfitriona. Antonio amaga a tocarle el culo cuando ella se agacha para dejar un trago en las manos de Nicolás y extiendo la pierna para pegarle una patada en la rodilla separándose levemente de mi asiento. Él se tambalea y cae de costado sobre Ray, quien se lo quita de encima de un empujón seco. Antonio cae finalmente al suelo y Ray se limpia levemente las gotas de alcohol que cayeron sobre su pantalón.

—¿Quién fue?

Antonio se recompone mientras todos se ríen de él y me enfrenta. Yo levanto la mano y espero su próxima reacción. Debería pegarle entre las piernas ahora que puedo, pero estoy cansada. Recuesto mi mejilla sobre mi mano.

—Sentate, Tonio.— Le dice Leo entre risas. —Deja de joder.

Antonio me mira con odio y se acomoda en los sillones.

—Volvé a hacer algo y te meto el taco por el culo.

Le digo con una sonrisa.

—Solo te cuido. Ya te dije que de la única persona que me tengo que cuidar es del nazi que por suerte no está acá.

Susurra Ray, volviendo a captar mi atención.

—Estás enojado con él porque te pegó lindo.

Él se rasca la nuca y hace expresión de exasperación.

—No, se terminó la pelea porque se fue corriendo, y tiene ventaja sólo porque te compra cosas.

Dice ladeando la cabeza, acercándose a centímetros de mi cara. Me lo quito de encima empujándolo de la mejilla.

—¿Te creés que es así? ¿Qué estoy con él porque me compra cosas?

Él se mete ambas manos en los bolsillos con esa carita que dice que domina al mundo solo y se recuesta en el sillón de cuerina blanco.

—¿Qué más hace? Que yo sepa no te coge.

—¿Cómo sabés qué hago con él y qué no?

—Si lo hubieras hecho ya me lo hubieras refregado en la cara.— Me quedo callada y le doy un sorbo a mi bebida intentando no responder. —Él te compra cosas pero yo tengo algo que él no y es tu bombacha... la tengo bien metida en el fondo de mi bolsillo.

Detesto que lo diga así. Tiene razón y es inútil negarlo cuando probablemente en un rato me voy a estar abriendo de piernas para él si no termino esto. Él lo sabe, yo lo sé. Veo cómo la mano de Leo acaricia la rodilla de Jimena.

—Él me quiere.

Le digo solo porque me siento acorralada con su comentario y es algo estúpido de decir, me siento una nena de cinco años.

—Nadie te quiere como yo.

—Vos no me querés, Ray.

—¿Y él te quiere de verdad? Por favor.

Chista la boca, su saliva explota en el aire cuando lo hace. Me desagrada, pero intento no pensar mucho en eso. Él se limpia con el dorso de la mano y se lleva su trago a la boca.

—No hables si no tenés puta idea de lo que estás diciendo.

Y por primera vez Ray lleva la batuta de nuestra conversación, por primera vez soy yo la que flaqueo, la que se enoja y pierde el control.

—Yo creo que tengo razón y por eso te enojas.

Enrosco un dedo en mi pelo, pero enseguida paro, dejo mi pelo de lado.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora