Sumisión

1.2K 206 18
                                    

Dicen que la violencia es como una droga y que una relación tóxica es amar de la peor forma posible.

Cada vez que me peleo con Ray siento que necesito más, nos encanta, nos fascina, estamos tan cagados de la cabeza que lo repetimos una y otra vez. Es la adrenalina, la atención y el choque de egos. Cada vez necesitamos más, cada vez vamos más lejos y cada vez es peor. El sexo cada vez es más desagradable y cargado de odio, porque somos estas criaturas amorfas y grotescas que necesitamos canalizar el estrés de nuestras peleas.

Todo empezó con el cenicero, lo siguió él reventando la botella contra la pared cuando volví a mencionar a Ian, yo golpeando la ventana de su auto con una piedra cuando quiso dejarme tirada, él partiendo mi celular pensando que Ian llamaba, yo tirándole un trago en la cabeza cuando miraba a otra chica, él metiéndome en su auto a la fuerza, yo gritándole en un bar, un chico del bar que le pegó a Ray por mi culpa, él tirando de mi pelo para meterme en un baño para pelear, yo dando vuelta la mesa ratona de su casa, él golpeando la puerta del baño intentando entrar.

Esto no es amor, esto es veneno puro, nos consume, nos mata, pero lo volvemos a hacer una y otra y otra vez porque en el fondo nos encanta y lo necesitamos.

Llegan veces en las que no tenemos nada para pelear, pero buscamos las mínimas cosas para hacerlo, porque es nuestra dinámica y porque ya estamos acostumbrados. Y hoy presiento que es una de esas noches.

—¡Te dije que no golpees el puto auto!

—¡No lo hice!

—¡Reventaste la puta puerta!

Revoleo los ojos y acelero el paso todo lo que puedo en mis tacos de dos metros.

—Como digas.

Susurro.

—¡Mi auto no tiene la culpa de que seas una malparida!

Giro a mitad de la calle para enfrentarlo y le muestro el dedo del medio. Vuelvo a girar y sigo caminando hacia el bar. No sé por qué vinimos, últimamente nos echan de todos lados por estar gritando o revoleándonos cosas.

Cuando entramos, yo adelante y Ray siguiéndome de cerca, empezamos a rastrear una mesa vacía. La única que hay está en el rincón del fondo, donde nos sentamos y nos quedamos ambos callados, enojados, mirando la carta.

Una vez que pedimos los tragos, las cosas se aplacan, Ray me empieza a contar de su futuro en natación y todas esas mierdas de competencias y demás cosas. Yo lo escucho con el trago en la mano tanteando de reojo cuántas chicas lo están mirando. Alto, bronceado, castaño, torneado, con esa sonrisa para morirse, Ray es un bombón. Ray es sexy.

¿Cuántas serán?

Me inclino levemente para disimular que lo sigo escuchando y para tener más rango de visión del bar. Empiezo a contar y me sorprendo con el número, hasta una chica con su novio no deja de mandar miradas hacia nuestro lado.

Sigo rastreando el bar cuando me detengo en el perfil de una chica. La nariz, la forma de reír, sus ojos... Cuando gira noto que es ella, Rocío. Ella frunce el ceño y después alza las cejas, gira una, dos veces y se corre para que la persona que está detrás de ella pueda verme. En caso de que no me haya visto, Rocío me señala insistente.

Se me hielan las venas cuando veo a Ian enfrentándome completamente, duro como una estatua y con las dos manos sobre el vaso. Cambia el rumbo de su mirada para verme y me queda contemplando unos minutos. Nuestra conexión visual se corta con la mano de Rocío que empieza a agitarse entre nosotros en modo de saludo.

Trago saliva fuerte y evitando el saludo, miro mi vaso y después a Ray intentando volver a captar el hilo de su historia.

—¿Qué pensás?

—Mhm.

Respondo sin saber a qué se refiere.

—No me estabas prestando atención.

Dice revoleando los ojos.

—Sí, sí... Natación.

Susurro y mis ojos se desvían sin querer. Cuando noto que Ray está prestando atención a mi mirada, la desvío de la nuca de Rocío y vuelvo a mi acompañante de mesa.

¿Qué hacen acá? ¿Cerró el antro? Una cosa es cruzarme a Ian en un bar-pub donde la música y la gente nos separan, en cambio, tenerlo en este bar diminuto a tres mesas es horrible. No hay forma de que no nos crucemos cuando salgamos y no hay forma de que Ray no diga nada.

Ray empieza con la discusión de siempre, con que no le hago caso y demás, mi mente divaga entre esa mesa y está, intentando declarar si la están pasando bien o mal, de qué hablan, si se van juntos después de tomar algo mientras sostengo media pelea con Ray.

—Uh Bernarda, siempre sos igual, no puede ser.

Escupe Ray y yo con mi sexto trago y toda la situación, intento mantener la calma.

Resoplo harta de nuestras peleas y le pongo la mano en la cara para que deje de hablarme por lo menos por un rato. No quiero que nos echen de este bar estando Ian presente.

Ray, enojado porque golpeé la puerta del auto, un poco borracho e impaciente, me agarra la mano con fuerza y la corre.

—No me hagas esas pendejadas.

—Lo dice un pendejo.

Digo intentando librar mi mano pero en lugar de dejarla ir, aprieta todavía más fuerte.

—Soltame, Ray.

—Tené cuidado con quién hablas.

Sacudo mi mano levemente para recuperarla y él me mantiene inmóvil. Como llamo la atención de algunas de las mesas de nuestro alrededor, me quedo callada e intento recomponerme. No vamos a pelear hoy.

—Pedime perdón.

Alzo una ceja y me río con sarcasmo.

—¿Yo?... Ray, la puta madre, me estás lastimando.

Digo como si ya no tuviera un millón de moretones y él no tuviera un par de rasguños míos.

—Me importa muy poco, ¿sabés? Sos insoportable, bastante, no hago nada más que intentar que nos llevemos bien.

—No haces una mierda. Soltame.— Vuelvo a tirar y pierdo la paciencia. — ¡Soltame!

—No tendría que hacer nada, no te lo mereces.

Y el vaso rebalsó. Y no lo digo figuradamente, rebalsó por un costado y hacia la cara de Ray. Por suerte estaba medio vacío, hubiera sido una pena desperdiciar todo un trago en él.

Ray suelta mi mano al fin y yo me paro preparándome para lo que viene. Estamos cargados, cada vez nuestras peleas llegan a nuevos niveles de demencia. No sé qué va a pasar esta vez, solo sé que es malo y que tengo que estar preparada.

No es ni bien me paro que Ray corre la mesa haciendo un sonido que retumba en todo el bar, sumado a los dos estallidos de nuestros vasos de vidrio, y se abalanza encima mío.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora