Euforia II

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—Trajimos comida, compramos algo con Teo y yo traje mantas.— Sonrío y señalo el auto. —Están en el baúl.

La laguna está completamente desolada, no hay ni un alma dando vuelta más que los dos chicos altos que se giran para verme y mi amiga quien se toma de los brazos con ambas manos. La costa está repleta de piedras, musgo y césped que se extiende a lo largo hasta llegar a la calle, algunas flores crecen esparcidas por el lugar, pero no hay más vegetación que un par de arbustos y un par de tristes árboles que crecen torcidos. Solía venir cuando era chica a la laguna cuando mi mamá quería hacer algo veraniego y en la naturaleza, algunas veces la noche caía sobre nuestros hombros y los autos hacían fila para salir del paraje entre bocinazos y gritos. Ahora, es solo silencio. No escucho nada más que un par de grillos a la distancia.

—¡Trajimos torta!

Le pego a Jimena en la cabeza e intenta sonreír para disimular, no sé si los rulos le crecen hacia el cerebro y se lo absorben o lo hace a propósito. Mi intento es un fracaso y todos me miran sorprendidos.

—¿Torta?

Pregunta Ian extrañado sentado al lado de una fogata que empieza a generar pequeñas explosiones. Se gira solo en jeans y una campera de cuero sobre el pecho desnudo. La luz tenue del fuego le acaricia la mejilla y tengo que apartar la vista antes de sentir el torbellino de emociones.

—Para soplar las velitas... Es el cumpleaños de Cora a las 12 ¿O no? ¿No estamos acá por eso?

Jimena mira a los chicos como si todos ya supieran, pero por la cara de Andy me doy cuenta de que nadie tenía idea que estábamos acá por eso.

—¿Es tu cumpleaños?

Pregunta al fin Andrés a Cora y les doy su espacio para pelearse o lo que crean necesario hacer en esta situación. Camino hacia la costa y tomo asiento extendiendo mi campera sobre el pasto viejo que rodea la laguna. No muy cerca de la fogata, pero lo suficiente como para sentir el calor en mi brazo.

—¿Tenés fuego?

Le pregunto a Teo que se desploma a mi lado, él se revisa los bolsillos y se para tan rápido como se tumbó al suelo.

—Voy a buscar cervezas de paso.

Salta para dirigirse al auto que está estacionado a un par de metros sobre el camino de tierra.

—¿Nunca tenés fuego encima?

Ian me extiende su encendedor y lo alcanzo con desconfianza, esperando alguna indirecta, pero me sorprende cuando se queda callado mirando a la nada. Enseguida me doy cuenta de que en realidad poco le intereso. Se insinuó, lo rechacé y esa transacción en su vida está completamente cerrada.

—No fumo.

Respondo, prendiéndome el cigarrillo y guardando la caja en mi bolsillo.

—¿Sos de esas que dicen que no fuman, solo porque no tienen cigarrillos ni fuego encima?

Revoleo los ojos con una sonrisa y recibo la lata de cerveza que me extiende Teo. Ian aprovecha y se sienta un poco más cerca mío, por inercia recojo mis pies intentando generar distancia. Él quiere seguir nuestra pequeña discusión y yo no estoy muy segura de lo que necesito en este momento.

—No sabés nada, tendrías que dejar de abrir la boca solo para decir cosas imbéciles.

—Mmh.

Está a punto de apartarse, de girarse sobre su costado para levantarse e irse, dejarme atrás, seguir con su vida. Noto como recarga el peso sobre una mano, pero lo detengo, sorprendiéndolo a él y a mí a la vez.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora