Lástima

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La pelea es de lo más dolorosa para mis ojos. Odio ver a Ian pelear y más odio verlo con esa sonrisa sádica y adrenalínica, pero preferiría estar viendo eso a Ian siendo golpeado una y otra vez.

Desde que lo conozco nunca lo vi recibir un golpe tan fuerte, pero ahora es evidente la diferencia física que hay entre él y el tipo que parece salido de una película de terror. Ian es rápido, tiene algo de técnica y es preciso, pero tiene que acertar tres golpes para equivaler uno del gigante y para ello tiene que moverse mucho, lo que lo cansa rápidamente.

Un golpe más en la mejilla de Ian y tengo que cerrar los ojos, no entiendo por qué me quería viendo esta abominación.

El ruido me aturde y la sangre me ciega, cuando siento que voy a estallar en un ataque de nervios y pánico retrocedo unos pasos y me meto entre el cúmulo de gente, donde por lo menos no tengo que ver cómo masacran a ninguna persona. Sin darme cuenta y retrocediendo llego a chocar con una de las paredes del granero donde a mi costado hay un par de borrachos que no llegaron en pie a la pelea y otro par intercambiando cosas por plata. Tal vez drogas, tal vez alguna de las cosas robadas que usan como apuestas.

—¿No sos el culo más bello que vi en mi vida? ¿Cuánto?

Pregunta un hombre que debe estar en sus 30. Giro la cabeza y entiendo que debe estar hablándome a mí.

—No tengo nada.

—Decime cuánto... dale.

Tardo un rato en entender, pero cuando se relame los labios la última pieza cae en su lugar.

—No me vendo.

Carraspea la voz y mueve la muñeca decepcionado. Miro mi ropa, no entiendo por qué me confundió con una prostituta cuando hay tantas chicas casi en tanga por ahí.

—Tengo plata.

—Yo no quiero plata.

Me muevo incómoda y él saca su billetera para mostrarme un montón de billetes apilados.

—Tengo mucha más, en casa.

—No me interesa ni la plata, ni los viejos. ¿Qué pasa? ¿No podés levantarte una chica que tenés que pagar por sexo?

Apoya su mano a centímetros de mi cara contra la madera podrida y sonríe de mala manera, a la vez escucho cómo el tumulto de gente se empieza a inquietar. Pasó poco tiempo como para que la pelea ya haya terminado y rezo porque Ian no haya quedado redondo en el piso.

—Te ves cara solamente.

Se inclina levemente y me toma de los muslos para levantarme unos centímetros del piso a pesar de mis quejas.

—Imbécil.

Digo entre dientes mientras me acomodo el vestido. La cara del tipo se transforma y rechina los dientes, lo que me da un buen indicio de que estuvo consumiendo.

—¿Qué dijiste?

—Im-bé-cil.

Digo pronunciando cada sílaba a centímetros de su cara todavía sujeta en el aire.

—¿No te enseñaron a respetar a los mayores, nenita? ¿Quién mierda te creés que sos? ¿Sabés con quién estás hablando?

Intento no achicarme para no perder poder, pero sé muy bien hasta dónde llegan mis limitaciones: palabras y nada más.

—Saber que pagás por sexo creo que es suficiente como para saber quién sos.

Un borracho en el piso pronuncia un "uuuuh" ahogado festejando mi insulto, lo que pone al cocainómano todavía más radiando en rojo. El tipo me empuja contra la pared del granero y mantengo la mirada para que sepa que no tengo miedo de él ni de su estúpida cara que parece una pasa de uva por tanta droga. Lo empujo y finalmente se aparta dejándome nuevamente en el suelo.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora