Contrariedad

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—Dijiste que era un "No-nunca".

—Vamos, Ray, no empieces con la escena de celos.

Ray se acomoda en el auto y estaciona en la puerta de su casa.

—Me cagó la noche, lo sabés.

—Dios, él solo quería buscarte la bronca. No hablé tantas veces con él... apenas lo conozco.

—Pero accediste a tomarte un shot con él, dejándome como un pelotudo solo en la mesa.

—Como si nunca me hubieras dejado sola en una fiesta.

—Solo lo hago cuando no me das pelota Berni, porque hay veces que me sacás, hacés como que está todo bien y después ponés cara de culo. No me podés culpar por calentarme e irme.

Me desprendo el cinturón y ambos bajamos a la vez del auto en silencio, las puertas se cierran y me devuelven a la realidad.

—Como sea, Ray.

—¿Ves? Hacés eso... Te importa una mierda lo que estoy diciendo. Vos me importás, podrías disimular interés aunque sea.

—Tengo interés.

—Sí, tenés interés en mi verga nada más. Hay veces que me pregunto si no es mejor regalártela en una caja para Navidad y dejarme de joder con esto.

Ray avanza por la vereda y abre la puerta de su casa de soltero. No es la gran cosa, pero tiene todo lo que una persona necesita: una cocina diminuta que nadie usa, un living con sillones de estilo y una alfombra de cuero de vaca, y una habitación separada con una cama king. Toda decoración negra, marrón y blanca, demasiado moderna para él.

Dejo la cartera en el sillón y espero a que él busque dos copas de vino en la alacena y descorche una botella. Nuestra pequeña rutina.

—Siempre la tenés que cagar con estos planteos, antes o después.

Ray se acomoda a mi lado en el sillón y me enfrenta con la copa de vino.

—Perdón si no me sale tratarte como una prostituta ¿Es lo que querés?— La verdad, sería todo más fácil. Llegar, ir directo al punto e irme, encima, ganar plata por eso. Se me escapa una sonrisita y Ray bate los ojos exasperado. —Estás mal de la cabeza.

—Ray, ya sabemos cómo es esto. Lo único que querés es que sea exclusivamente tuya, ni siquiera te plantearías salir conmigo. Dejá de ser un nene caprichoso. No me gusta estar atada a nada, tampoco quiero tener la responsabilidad de cuidarme para no hacerte mal.

Él toma de su copa y se relame después de tragar.

—Ya me hacés mal.

—No. Yo te digo la verdad. Una verdad que no te gusta.

—Salí conmigo, Berni, salgamos.

—¿Para qué? No me vas a ser fiel. Eso lo tengo claro.

—Puedo. Te juro.

—Lo que no te gusta es que no me trago tus mentiras.

—Podemos intentar esto.

—No te caigo bien, Ray. Lo sé, lo sabés.

—Me caerías mejor si salieras solo conmigo.

Dejo mi copa sobre la mesa ratona de madera negra y me paro para sacarme la remera.

—Dejá de protestar.

Me deshago de los shorts y me quedo en ropa interior y mis zapatos altos, a él siempre le gusta que me deje los tacos puestos. Cuando ve que ya no hay nada más para decir deja su copa al lado de la mía y se recuesta con brazos cruzados y carita de perro mojado.

—El sexo no me va a callar para siempre.

—Pero te encanta y a mí también.— Meto los pulgares en los finos elásticos de mi tanga y los muevo desafiante. —¿Qué querés hacer?

Con un suspiro y acomodando su mata de pelo que se ondula justo en la parte del flequillo, Ray se desabrocha el cárdigan y se saca las zapatillas con los pies.

—Bailame, chupámela, sentate encima mío, mentime, decime que me querés y cuando acabe, dejame abrazarte.

Me desabrocho el corpiño y se lo tiro en la cara mientras busco el control del equipo de música con el que lo prendo y dejo que suene el último CD que estaba escuchando Ray.

—Puedo hacer todo, pero no sé si es una buena idea.

—Querés las cosas claras. Eso es lo que quiero.

—Te vas a poner peor.

—No importa, mañana lo soluciono conmigo mismo y unas tiradas en la pileta. Ahora déjame fantasear, sé que es lo único que podés darme.

Subo el volumen y doy vueltas por el living en tanga y tacos como a él le gusta para bailar semidesnuda. Me apoyo contra la pared más lejana y meneo las caderas hasta que llego al piso y gateo hasta sus rodillas, me levanto con su ayuda y me giro para que tenga vista completa de mi culo meciéndose al ritmo de la música suave. Me siento encima de él y me froto contra su cuerpo. Ray no me toca, deja que me mueva libremente. Giro por el sillón y me dejo caer por él hasta quedar arrodillada frente a sus piernas, las separo, bajo el cierre de su pantalón y me lo llevo a la boca en un hábil movimiento.

No creo que pudiera salir con alguien, nunca salí con nadie, nunca me enamoré de alguien. No sé qué es que se te mueva el piso y te pongas nerviosa cuando ves a alguien, esa emoción que describe Jimena cada vez que se vuelve la acosadora de algún chico nuevo. Supongo que el amor no es para mí, debe ser para gente como Cora que busca la perfección en los hombres o como Jimena que caen perdidamente como moscas ante chicos sin importarles parecer descerebradas. Muchas veces pensé que tal vez era asexual, el sexo había perdido un poco también su gracia, pero fue Ray quien borró todas mis dudas al respecto. Es por eso que vuelvo con él una y otra vez. Mi cuerpo solo quiere el suyo.

Ray me levanta desde el pelo y me limpio la saliva de la boca con el dorso de la mano, trepo por sus piernas y me saco la tanga de un solo movimiento. Cuando él me ve completamente desnuda y en tacos, se muerde la lengua sacando un forro de su billetera.

—Vení.

Me subo sobre él, que sigue con ropa, y lo meto lo más adentro que puedo de una sola vez. La verga de Ray es la fuente de la juventud, puede hacer milagros. Presiono con los músculos y las piernas y él gime sin contenerse. Apoyando ambas manos en sus hombros, empiezo a moverme mientras él me agarra del culo para hacer más presión.

—Decilo, ahora.— Me ruega cerrando los ojos. Como no le hago caso me mueve más rápido y vuelve a insistir. —Dale.

No sé qué siento más en este momento, si placer o pena. Lo miro insegura y él abre los párpados para rogarme con sus ojos preciosos de actor de película.

—Te quiero.

Le susurro sabiendo que está mal decir semejante mentira en un momento tan crucial y lo peor es que él también sabe que lo es. Tira la cabeza hacia atrás mientras se descarga. Me presiona contra él y su cara me eleva a niveles insospechados, grito y clavo las uñas en sus hombros. Se recompone, me presiona contra su pecho desde la espalda baja y largo un segundo gemido que le arranca una sonrisa. Cuando terminamos los dos sobre el sillón exhaustos, él me rodea con ambos brazos, estoy dispuesta a dejarlo abrazarme. Cuando el efecto del éxtasis se dispersa me alejo de él como un gato asustado dejándome caer sobre el sillón.

Lo miro esperando a que una vez más descargue su frustración, pero su mirada no es de rabia, sino de tristeza y resignación.

—No te preocupes, ya sabía que no ibas a cumplir esa parte.

Susurra y se frota los ojos con la mano.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora