Desconsideración II

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—Hoy no parecés monja.

Dice Ian cuando bajamos del auto alzando una ceja. Desde la primera vez que lo vi, esta es la primera vez que veo una emoción en su cara, esta y la vez que criticó a Cora y su falda. Y lo digo yo, que la gente dice que soy una cerrada y desalmada que coge por deporte.

—Mi obra maestra.

Digo sin pensar, como una chica de trece años que quiere que el chico que le gusta la reconozca.

—¡Fue mi idea!

Discute Jimena y revoleo los ojos, primero por mí y segundo porque se porta como una malcriada a veces.

—Sí, me rompiste las bolas, ya sabemos.

—¿Te gusta ahora Cora? ¿Cuál de nosotras te gusta más? Ah no, es verdad, Cora es de Andy... ¿Entre Berni y yo? ¿Quién?

Ian se muerde el labio inferior en un acto reflejo de irritación y mira el suelo cuando se pone a andar.

—Ambas y si es a la misma vez, mejor.

Dice sin dudar a la pasada. Enseguida se me aflojan las piernas. No llegamos al bar y ya somos las putas fáciles. ¿En qué estaba pensando? El comentario me trae de una buena vez a tierra y todos los nervios desaparecen. ¿Por qué me puse nerviosa? Él es un tipo común, igual a todos, que ya viene con manual de instrucciones, uno que me sé de memoria.

—Como si pudieras ganarte ese privilegio.

Lo contraataco de una sola vez. Él camina unos pasos delante de mí, por suerte, sus ojos están lejos mirando hacia adelante. Me concentro en su espalda, en cómo tira un hombro hacia adelante y cómo su pelo rubio se mimetiza con su piel en la nuca.

—No creo que sea difícil.

Susurra.

—Me subestimás.

—O tu ropa te sobrestima.

Dice sereno, se retrasa un poco y veo su perfil en diagonal, noto como juega con una de las argollas que tiene en el labio inferior con la lengua.

—¿Cuál es tu puto problema con la ropa?

—Ninguno, no tengo problema con la ropa. Solo cómo la gente la lleva puesta.

—Porque vos la llevás increíble... Supongo.

—No me jodas.

—Vos empezaste.

Me cruzo de brazos y me concentro en las pisadas de mis tacos para no caer entre las grietas de la calle.

—Yo no empecé nada. Respondí una simple pregunta.

—Como un imbécil.

—Sólo dije que no elegiría a ninguna de las dos. No quería elegir.

Nos adelantamos hacia el bar mientras los otros se quedan unos pasos más atrás de nosotros.

—Políticamente correcto con las mujeres.

Respondo sarcásticamente.

—Si tuviera que elegir, te elegiría a vos. ¿Es lo que querés escuchar?

Lo dice con tan poca convicción que creo que yo podría ser cualquier persona en el planeta en este momento. A él le daría igual.

—Me lo decís porque estamos a solas, vas a decirle lo mismo a ella cuando veas que conmigo no tenés chances.

—No, para nada. Es porque hablas menos. Me gusta más la gente que no hace ruido.

Ian finalmente se gira levemente, me mira y hace girar uno de los aros de su boca. Como su cara relajada no transmite nada, considero que lo dice en serio, pero no puedo estar completamente segura. Hay algo en él que me deja desconcertada, es como si él estuviera flotando por la vida, como si nada pudiera alcanzarlo para afectarlo o como si todo le afectara demasiado. Tanto para dejarlo adormecido.

CínicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora