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A la mañana siguiente me despertó una de las tantas enfermeras que me habían atendido durante mi estadía en la Clínica para darme el desayuno y revisar que todo estuviera en orden. Una media hora después entró otra, la de los remedios. Tenía que diferenciar a cada una de alguna forma y sería imposible aprenderme el nombre de cada una en tan poco tiempoporque hay literalmente una persona para cada puta función, por muy pequeña y simple que parezca. Pero sí me acordaba de sus caras y de qué hacían, por lo que la mejor idea fue ponerles el nombre de su función a cada una y ya. Entonces, como decía, la enfermera Remedios entró en la habitación y me apagó el televisor, diciendo que comenzarían a prepararme para volver a casa. —¡Al fin! —pensé inocente, sin saber que era algo más complejo que eso. 

Me hizo sentar sobre la cama, quitó las sábanas que me cubrían y me ordenó encorbar la espalda igual que el día anterior. No estaba entendiendo por qué lo estaban haciendo otra vez, si supuestamente eso había sido para ponerme la anestesia que, obviamente, era sólo para la operación. ¿Se estarían equivocando de persona? ¡No quiero ser operada de nuevo!

—Ya me operaron ayer, aquí tengo mi cateter. —Mencioné, mostrándole la maquinita en mi pecho. —¿Lo ves?

—Claro que lo veo, cariño. —Respondió ella, muy amable, pero no dejó de preparar la agujita y volvió a pedirme que me encorbara. 

—¿Por qué tenemos que hacer esto de nuevo? No necesito más anestesia, ya no me duele. 

—No es anestesia, cielo. Es una inyección. —¡No de nuevooooooooo! 

Y en el mismísimo instante en que lo mencionó, sentí un pinchazo en mi columna vertebral, que me provocaba tener un millón de escalosfríos en un sólo segundo, pero temía moverme y arruinarlo todo... de sólo pensarlo me moría del susto y se me venían imágenes a la mente como de la aguja rompiéndose en mi espalda, o pinchando en donde no debía. Miraba mis piernas, casi sanas de los moretones, pero con la piel de gallina. ¡Dios! sólo quería que me la quitara de una vez. 

—Listo. —Volví a respirar con normalidad y mis músculos se relajaron. —Te presento a tus tres nuevas amigas: Prednisona, L-asparaginasa y Vincristina —dijo, estirándo sus manos con tres cajas blancas en ellas. 

No supe qué preguntar, pero claramente no estaba comprendiendo lo que quería decirme y sentía que tenía un enorme signo de pregunta sobre la cara. Ella se rió y me explicó que eran tres remedios diferentes que tenía que tomar todos los días, uno en la mañana y otro por la noche, comenzando hoy. 

Después de eso descansé un rato; no más de 20 minutos y me enviaron a darme una ducha, luego ordenar mi cosas y volver a casa. Entremedio de todo eso apareció papá, que me ayudó con todo, siempre exagerando y diciendo que no hiciera mucho esfuerzo. Que estoy bien, hombre. Yo sólo reía y decía que no exagerara, que seguía siendo una persona normal. 

Volvimos a casa, donde me esperaban con un rico plato de mi comida favorita: Lasaña y un gran lienzo que colgaba desde las escaleras lleno de adornos y letras de colores que ponían "Bienvenida a casa, Key". Tengo a los mejores hermanastros que podría pedir. 

—Como sabían que no podrían verte antes de ir al colegio, te dejaron ésta pequeña sorpresa. —Dijo papá cuando lo ví. ¡Qué lindos!

¿Podía pedir algo más? Sólo había desaparecido una noche y al volver me esperaban con cosas así. 

Por la tarde Mike y Toffee volvieron a casa, pues la dirección del instituto les había dado permiso para salir un día martes debido a mi operación. Me imaginé que Niall no lo había logrado al ver que no venía con ellos, pero llegó una hora después, sorprendiéndome como siempre. 

Los cuatro nos pasamos toda la tarde viendo películas y comiendo porquerías, hasta que comencé a sentirme afiebrada por la noche, entonces papá me mandó a la cama y me dormí al instante. Nadie estaba preocupado, porque dijeron en la clínica que las cosas que me habían inyectado podían provocar efectos colaterales, como vomitos, fiebres o cosas por el estilo. 

Para ser mi primer día como paciente de cáncer, no había estado tan mal. Claro, aterrador en un principio, pero supongo que ya podré familiarizarme mas con todo esto. O eso espero.

Muchas veces siento que en realidad aún no sé de qué se trata tener cáncer, quiero decir.. la parte cruda, a la que todos le temen. No me siento más enferma que como me he sentido muchas veces en mi vida al pescar un resfriado, o tener alguna pequeña infección; no me siento como si tuviese una enfermedad terminal. Suele pasar que oyes a alguien decir "Oh, tal persona tiene cáncer, qué lastima" e inmediatamente te imaginas a una persona deslgadísima, con ojeras, sin cabello, qué se yo. Sientes lástima al oír hablar sobre enfermos de cáncer, quieres ponerte a rezar en ese preciso instante para que puedan dejar de sufrir, para que reúnan fuerzas y puedan vivir, para que la muerte no les gane. 

Pero yo... yo sigo aquí, con mi cuerpo, con mi familia y mis amigos. No siento ese horroroso miedo a morir, en absoluto, no me siento ni cerca de la muerte, no tengo ojeras, no peso diez o veinte kilos menos de lo que debería, no doy lástima. Es más, ni siquiera pensarías "oh, esa chica debe tener cáncer" al verme. Nada de eso. Yo sigo sintiéndome como una chica normal y eso es lo que no me calza dentro de todo esto. ¿Es una historia engañosa? ¿Acaso me he saltado una parte del proceso? ¿Acaso Leucemia es cínica? ¿Qué diablos? ¿Cómo me explico el que mamá haya muerto por ésta enfermedad, si yo estoy aquí como si nada? 

Tenía mil preguntas rondando en mi cabeza, incluso dormida seguía pensando en cosas. Pero todas esas respuestas comenzaron a mostrarse a través del tiempo, a medida que avanzaba mi tratamiento. Entonces comencé a conocer a la verdadera Leucemia y cada día me convencí más de lo perra que podía ser. 


Eternidad (corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora