Capitulo 40: Deces y Jedal

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Calles de Ciudad Capital. 20 de enero del 880 d.d

Dalya se le acerco con su cuerpo aun desnudo, por el contrario, su compañero se encontraba listo para salir de vuelta a palacio para cumplir con sus obligaciones de soldado. Alargo una mano para acariciar la sudada mejilla de Guildor, quien apenas reacciono ante el contacto, bajó con cuidado hacia su endurecido cuello, rozándole la garganta con la yema de los dedos, él se removió ligeramente, excitado ante el suave cosquilleo.

Deslizo la palma a través del plano pecho, notando la firmeza de sus músculos, ardiendo en deseos por sentirle sobre ella una vez más. Comenzó a girar alrededor de su cuerpo, deleitándose con su esbelta figura.

‒ ¿Volverás?

Le pregunto deteniéndose tras él. Sus cuerpos se estrecharon tanto que Guildor pudo sentir como los pezones de ella le acariciaban la espalda, la presión de sus senos volvía a despertarle el deseo, llevándole a desear poseerla una última vez antes de retirarse.

‒ ¿Tu qué crees? ‒Le respondió con una sonrisa que ella no pudo ver.

‒ No lo sé. ‒En su voz podía percibirse cierto atisbo de duda.

‒ Muero de ganas por encontrarnos de nuevo. ‒Dijo al cabo de unos segundos pensando su respuesta.‒ Pero la próxima vez será uno de mis días libres, así me podre quedar todo lo que yo quiera.

‒ Yo no te dejaría marchar nunca.

Dalya le acariciaba el cabello con su mano izquierda, la otra se encontraba recorriéndole la ingle.

Guildor se giró para quedar de frente a la mujer.

Se enlazaron en un apasionado beso cargado de placer y deseo, ella le mordisqueaba el labio con cariño.

Se separaron al cabo de un largo rato, ya casi sin aliento.

‒ Estaré esperándote.

Le prometió mientras observaba como se marchaba.

No comprendía la razón, pero aquel cliente habitual despertaba en ella un sentimiento que llevaba muchos años enterrado.


Posada, Ciudad Capital. 20 de enero del 880 d.d

Tuvo que pasar un largo rato para que Alexandra pudiera conciliar el sueño. Ciara se mantuvo a su lado en todo momento, abrazándola con el afecto de una madre mientras le acariciaba el cabello, algo que a la muchacha siempre le había encantado.

Esperó a que pasara un buen tiempo antes de siquiera moverse, aguardando a que la joven entrase en la fase de sueño profundo.

Retiro el brazo con lentitud, sin necesidad de prisa.

Una vez en pie se aseguró de cubrirla bien con las pieles, era una noche fría y no deseaba que tomara un resfriado. Observo por última vez su angelical rostro, parecía descansar tranquilamente, sin sueños ni pesadillas que le pudiesen incomodar.

‒ Descansa.

Pronunció en voz baja mientras cerraba la puerta tras de sí.


Thiser. 21 de enero del 880 d.d

Rescataron ocho de los diez caballos pertenecientes a quienes poco antes protagonizaran el fallido y lastimero asalto contra la granja de Teur, se trataba de animales fornidos, entrenados desde su nacimiento para desempeñar en el oficio de la guerra, capaces de aguantar prolongadas cabalgatas sin probar gota de agua. Deces comandaba a su reducido escuadrón de caballería desde el centro mismo, desempeñando como la punta de una pequeña pero mortal flecha; tras ellos venia el resto de la tropa, corriendo con todas sus fuerzas mientras levantaban sus armas al cielo, siendo la mayoría de ellos de origen casero y poco eficientes a la hora del combate cuerpo a cuerpo: debilitados tizones ya apagados, cuchillos de cocina, grandes piedras, arcos de caza y tan solo unas pocas espadas, la mayoría de ellas arrancadas de los recientes cadáveres.

Padres e hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora