Capítulo VI

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Durante la poca hora que aún quedaba en la casa de la señora Eva parecía que iba a ver una fiesta, todas corrían para un lado y para el otro, Estefania le preparaba el baño a Abigail, y doña Eva trataba de convencerla que le comentará sobre la conversación que tuvo con Damian, pero Abigail simplemente callaba, no era buena con sus emociones, nunca lo había sido y mucho menos lo iba a ser con su tía, así que solamente evadía el tema preguntándole sobre los colores y diseños de su ropa, para si quiera imaginarse con el vestuario y así elegir bien.

Pero al final simplemente optó por unos Jeans negros y una blusa de un solo color “amarillo”, zapatillas color beige y un pequeño suéter de franela color negro.

Damian fue sumamente puntual, no llego ni siquiera un minuto antes, mucho menos un minuto después. Las 6:00 p.m. marcaba el reloj cuando el toc, toc, en la puerta se escuchó.

Como de costumbre fue doña Eva, quien lo recibió haciéndolo pasar a la sala.

—Pase, señor Damian.

—Gracias, doña Eva, pero por favor quíteme el señor, Abigail pensará que soy demasiado mayor cuando no es así  y eso me preocupa en gran manera —sonrió— quizás le llevaré unos dos o tres años pero no más.

—Perdone usted joven Damian de hoy en adelante procuraré hacerlo, de igual forma quisiera agradecer su muy notorio interés sobre mi sobrina, no se imagina cuan agradecida me siento con usted al igual que mi sobrina Estefania.

—Gracias a usted doña Eva por la hospitalidad y el buen carácter que ha tenido conmigo desde la primera vez que tuve el encuentro tan imprevisto con Abigail.

—Bien, estoy lista —se escucharon las palabras de Abigail.

Han visto a un novio esperando a su novia en la iglesia, así era el rostro de Damian al ver a Abigail, doña Eva y Estefanía eran completamente testigos de aquél romance que demostraban los ojos de Damian, pero para su infortunio Abigail no podía notarlo, así que con ella si tenían que haber palabras y hechos para lograr demostrárselo.

—¡Qué linda te ves!

—Eres muy amable, y qué gusto que lo digas, porque yo no tenía ni idea de cómo había quedado —dijo Abigail sin dejar su tono sarcástico,  mientras caminaba un poco más hacía él.

—Sí tu hermana sigue con esa actitud no habrá más Damian que la soporte —dijo doña Eva después que se fueron mientras acomodaba una frazada en el sofá para descansar del trajeteo que había tenido toda la mañana en los quehaceres del hogar.

—¿Viste cómo la veía tía? Fue tan romántico, ni siquiera Thomas me vio así el día que nos casamos, quizás si tenía una mirada parecida, pero la de él era tan inexplicable —decía Estefania mientras se servía un vaso con agua.

—El joven Damian tiene la luz en los ojos que a tú hermana le falta por si no lo notaste —mencionó doña Eva con un tono esperanzador.

—¿A dónde me llevas?

—A mi casa —respondía Damian volteando la mirada hacia el lado del copiloto para ver a Abigail sin que ella si quiera lo notara.

—¿Para qué a tú casa?

—Quiero presentarte a alguien para que entiendas un poco a qué me refería cuando dije lo de las estrellas.

—¿Por qué haces esto?

—¿Hacer qué?

—Todo esto que estás haciendo por mí.

—Ya te lo dije, porque eres especial

—¿Qué tengo de especial?

—Ser tú, solo eso Abigail ¿Acaso no lo has notado? Bien, llegamos.

Abigail se había quedado en silencio mientras esperaba que Damian la ayudara a bajar pero cada palabra que seguía escuchando la hacía sentirse de una forma que ya hace tanto tiempo no se sentía ¡viva!

—Hola, hola, ya llegamos —decía Damian mientras entraban a su casa, ella es Abigail. 

—Hola, qué gusto que hayan llegado, por un momento creí que no vendrían —se escuchó la voz de un hombre —Bienvenida jovencita ¡soy Rodolfo el abuelo de Damian! —dijo él mientras le estrechaba la mano a Abigail.

—Mucho gusto señor, desearía poder conocerlo pero lamentablemente no tengo esa dicha.

—¿A qué te refieres jovencita?

—A qué no lo puedo ver, señor.

—Discúlpame entonces por no haberlo notado, pero entonces el gusto es el mismo.

—¿A qué se refiere? —Preguntó Abigail confundida.

—Qué yo tampoco tengo la dicha de poder verte, pero para mí con escucharte se me hace suficiente.

—Mi abuelo es ciego Abigail —dijo Damian.

—Perdón señor, disculpe mi mala educación por mi comentario —dijo ella muy apenada.

—No te preocupes, pero pasa, pasa, siéntate —decía él mientras la tomaba de la mano.

Para Abigail todo aquello le parecía muy extraño, nunca hubiese imaginado que el abuelo de Damian fuera ciego porque no lo parecía, la estaba guiando como si pudiera ver, cosa que no era así.

—Perdone, mi curiosidad jovencita, ¿Pero me gustaría saber si le gustaría ver con nosotros las estrellas?

—¿Qué cosa?

—Sí, ¿Si le gustaría quedarse a ver las estrellas con nosotros? Según mis números estamos en horario de invierno y por consiguiente a esta hora ya debería estar un poco obscuro y disfruto tanto hacerlo.

—Perdone usted pero sigo sin entender —replicaba Abigail con mucha duda.

—¿Qué si quiere ver las estrellas? ¡Acaso hablo otro idioma! —Replicó don Rodolfo con un tono risueño.

—No señor, pero aún no comprendo, estoy muy confundida al respecto porque no sé si lo ha olvidado pero no puedo ver si quiera mis manos mucho menos puedo ver las estrellas.

—¡Eso crees! Ven conmigo te mostraré —decía don Rodolfo mientras la tomaba de la mano y Damian caminaba tras de ellos.

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