Capítulo XLIV

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CAPITULO XLIV

—No se va a casar, ¡No sé va a casar! —se repetía una y otra vez en su habitación después que don Rodolfo se había ido.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas, la diferencia era que la emoción y el sentimiento habían cambiado, ahora estaba más sorprendida que siempre, se daba cuenta de todo el esfuerzo que hacia Damián para con ella. Cada detalle, cada mirada, cada gesto y cada mirada ahora representaban y tenían un valor mucho más grande del que en su momento tuvieron.

Damian se había esmerado tanto, incluso fingió no poder hablar con tal de tener una forma de llamar su atención. Pero ahora en ese momento, aquél hombre tierno y dulce, se encontraba luchando entre la vida y la muerte, aunque los doctores no lo dijeran, nadie sabía cuándo despertaría y mucho menos sabían si iba a despertar.

—¡Buenos días doña Leticia! —saludaba Abigail quien a buena mañana había ido al hospital.

—¡Qué bueno que viniste hija! Ayer, aunque no lo creas me quede muy apenada por lo que pasó, según me conto Rodolfo.

—No sé preocupe doña Leticia, todo quedo en ayer, vine a ver a Damian ¿Puedo verlo?

—Sí, ¿Sí quieres te acompaño?

—Gracias, pero si no le importa me gustaría tiempo a solas.

—Está bien hija, entiendo —sonrió doña Leticia entre aquel rostro tan demacrado por tantos días de desvelo y preocupación.

—¡Buenos días amor! —sonrió Abigail entrando a la habitación— vine a visitarte muy de mañana porque no te imaginas cuanto me hacía falta verte, ahora que puedo hacerlo.

Su sonrisa desapareció al instante que su realidad volvió, y se dio cuenta que el estado de Damian era el mismo y él no le iba a responder.

—Esto será muy difícil —le tomo de la mano— pero estoy segura que juntos saldremos adelante, ¡sabes! Ayer me enteré que nunca le propusiste matrimonio a Tatiana, y en mi inocencia pensaba que sí y te casarías con ella, creí que te había perdido, pero ahora me doy cuenta que no es así, me enamoraste en todo momento, y ahora veo que eres tú en verdad el amor de mi vida; porque me enamoraste cuando no podía ver y lo estabas haciendo ahora que te miraba sin poder saber que eras tú, y me sentía tan culpable por eso— sonrió— pero eso era ¡eras tú! Y por eso sentía lo que sentía, el corazón no se equivoca.

—¡Abi! —interrumpió don Rodolfo llamándola hacia el pasillo.

Abigail se levantó muy cuidadosamente y cuando se disponía a salir un pequeño quejido de Damian la detuvo.

—No te sorprendas, lo ha estado haciendo ya hace tres días —dijo Don Rodolfo.

—¿Es normal que lo haga?

—Los doctores dijeron que es porque está soñando y que sí, pero yo más creo que está a punto de despertar.

—¿Lo cree? —susurró Abigail.

—Quizás son ideas mías, pero sí, creo que, si lo hará, un muchacho joven como él no puede quedarse así.

Abigail solamente volteo su vista hacia la cama para poder verlo y con nostalgia suspiro, en su interior guardaba la esperanza que las palabras de don Rodolfo alimentaba, sobre la idea que en algún momento despertaría y que, al fin, serían felices.

—Saben ¿cómo fue el accidente?

—En teoría, solamente sabemos que fue cuando iban a una presentación, en una vuelta un camión los envistió, fue lo que Raúl, Tatiana y otro joven dijeron, lamentablemente solamente Damian quien iba manejando fue quien sufrió las peores consecuencias, y el chofer del camión quien murió. Raúl solamente se quebró una pierna y Tatiana tiene unos cuantos rasguños.

—Sí creo que los noté.

Ese día Abigail se fue temprano para resolver algunos asuntos de la academia y así poder concentrarse los próximos días en Damian. Y justo cuando revolvía unos papeles se encontró con un sobre.

Al tocarlo sus manos la llevaron a un recuerdo.

<<—Vine a traerte esto

—¿Qué es?

—Tienes que descubrirlo por si sola, tienes una academia muy hermosa.

—¡Gracias!

—Bien, Me tengo que ir, me dio mucho gusto verte Abigail.>>

Era el sobre que Damian le había llevado y que por vueltas del destino nunca lo había abierto, así que saco el disco y con mucha delicadeza lo colocó en el tocadiscos, una melodía muy suave y romántica se comenzó a escuchar. ¡era su melodía! Las notas dejaban al descubierto aquella armonía escrita especialmente para ella.

Su sentimentalismo, se hizo presente y con ello una sola inspiración ¡escribiría una letra! Así que cuando llegó a su casa lo único que hizo fue subir a su habitación y dejando que la luz de una lámpara le ayudará con sus ganas de escribir escribió toda la noche.

Una semana pasó rápidamente después, Abigail se había empeñado tanto en concentrarse en la canción que estaba escribiendo, se le había metido la loca idea que si Damian escuchaba esa canción despertaría. Pero la vida le estaba jugando otra vuelta y para felicidad después de tres semanas y antes que pudiera entonarla Damian despertó.

—Hija, hija —subía las gradas corriendo doña Elia.

—¿Qué pasa mamá? —preguntaba Abigail muy desconcertaba por el timbre de voz de su madre.

—El chofer de los Door está afuera, vino a buscarte porque según dice Damian despertó esta mañana.

—¡¿Qué dices?! —preguntaba Abigail muy emocionada.

—¡Damián despertó!

—¡Despertó, despertó! —gritó Abigail.

—¿Qué son esos gritos? —preguntaba Cecilia.

—¡Damian despertó Ceci! —seguía gritando Abigail.

—¿Y qué haces aquí? —deberías ir a verlo.

Las palabras de Ceci hicieron que Abigail entre su felicidad notará que en efecto más que gritar de felicidad tenía que arreglarse para ir al hospital, los Door habían sido muy amables en mandar por ella, y por lo mismo lo menos que podía hacer era darse prisa.

—Doña Leticia, doña Leticia —sonreía Abigail— dígame que es cierto y Damian despertó.

—Sí, así es hija —dijo doña Leticia con la voz entre cortada y ceño fruncido.

—¿Pasa algo? —preguntó Abigail extrañada.

Doña Leticia guardo silencio, y en el desasosiego de Abigail por saber que pasaba y más que eso ver a Damian, se apresuró para ir a la habitación. Don Rodolfo se encontraba adentro con don Martin y en efecto Damian estaba despierto, estaba reclinado en el respaldo de la cama sonriente.

—¡Buenos días! —Sonrió.

—¡Buenos días hija! —dijo don Rodolfo un poco desorientado.

Abigail trato de ignorar la actitud tan indiferente que sentía por parte de don Rodolfo y don Martin así que sin decir más nada se apresuró para saludar a Damian.

—Damian —sonrió dándole un fuerte abrazo.
Pero la sonrisa de Abigail desapareció inmediatamente al sentir como las manos de Damian la alejaban de él.

—¿Quién eres? —preguntó.

-Paola

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