09 | Chantajes.

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Todas las luces de la casa se encuentran apagadas. Con cuidado, cierro la puerta sin hacer demasiado ruido. Milo se encuentra en el pasillo de mi cuarto, lo que significa que lo tengo que enfrentar sí o sí y ahora mismo no tengo fuerzas para ello. Lo único que quiero es un baño de burbujas que haga que me olvide de todo.

Pero no todo en esta vida es posible.

En cuestión de segundos veo cómo aparece mi padre con una pistola detrás mía. Sabe que lo estoy viendo a través del cristal y eso solo hace la escena más espeluznante.

Papá creo que ya eres un poco mayorcito para estar jugando con pistolas ¿no? —pronuncio lentamente mientras me voy dando la vuelta. Intento verter el máximo de veneno en la palabra papá. Sé de sobra que ni me a va disparar ni me va a hacer daño, o al menos, físicamente. Me tiene preparado un montón de trabajo y tengo que estar perfecto para ello.

—Soy treinta años más mayor que tu, Dafne, así que mejor deja tus vaciles para los chavales ordinarios con los que te acuestas todos los viernes. —dice con toda la arrogancia que es capaz de unir. —A éstas alturas de tu vida, creo tú mejor que nadie deberías saber que no soy de los que se andan con juegos. —Dispara y la bala atraviesa el cristal con menos de un espacio de cinco centímetros entre mi cabeza y la ventana. Con tranquilidad, va dando paso por paso hasta que queda justo enfrente. Con los zapatos bajos que llevo, me saca más de dos cabezas. —¿En serio piensas que puedes ir a mi altura siquiera?

Posa el cañón de la pistola en mi clavícula y aprieto los dientes por el daño que me está causando. Está ardiendo y me está quemando la piel. Esto si que me va a dejar una cicatriz, aunque no demasiado grande. —Puede que no esté a tu altura, pero hay alguien que te sobrepasa. ¿Conoces a Greta Costa? —Murmuró con los dientes apretados. Él en su lugar, aprieta el cañón sobre mi cuello. —He esta... estado hablando con ella y tiene unos planes muy interesantes que no incluyen irse de putas todos los viernes con Paolo. —Con la mano que tiene libre, me pega un tortazo que hace que me desestabilice. —Nos van a matar a todos, papá y te juro que cuando lo hagan, yo seré la primera en celebrarlo.

Cuando termino siento que me he soltado un peso de encima, pero antes de que reaccionar, alguien me da un golpe en la cabeza con la culata de la pistola. Intento permanecer consciente y eso lo único que hace es empeorarlo. Resbalo hasta caer de rodillas al suelo y recibo una patada en las costillas de parte de mi padre. No las tengo curadas todavía de la pelea del otro día. Giro sobre mí misma para intentar respirar mejor y al hacerlo, quedo sin conocimiento. Lo último que siento es un fuerte olor a colonia que ya he olido en otro sitio. Es inevitable que una sonrisa sarcástica se forme en mis labios. Al fin y al cabo, parece que ha elegido el bando ideal.

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Cuando despierto me encuentro tumbada en el suelo sobre una sábana blanca. Me duele todo. Es como si una apisonadora me hubiera pasado por lo alto y cada hueso de mi cuerpo estuviera roto. Después estar segura de que las náuseas se han pasado y el dolor de cabeza ha disminuido algo, consigo sentarme con la espalda apoyada en la pared. Eso me da suficiente visión como para ver un cubo de agua caliente y varias toallas al alrededor.

Será capullo. Me ha dado una paliza mientras estaba inconsciente. Nada mejor que las toallas con agua caliente para que no quede ni un misero rastro de la tortura que se ha empleado. Encima, cobarde. A mi izquierda hay un vaso de agua y un ibuprofeno. Es subnormal si piensa que voy a tomármelo.

—¿Señorita Bianco? ¿Es usted? —pregunta alguien desde el otro lado de la verja. Me encuentro en los calabozos y creo que hoy es el día de la limpieza. De ahí a que Lucy se encuentre frente mía con un cubo y un cepillo.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora