—Sé quien eres—afirmo sin pensar en lo que estoy diciendo—, eres Alessandro, Alessandro Russo.
No lo conozco de nada —excepto de habérmelo encontrado en el pasillo en mitad de una crisis de identidad— pero a la vez siento como si lo conociera de toda la vida. Mi cerebro activa todas las alarmas cada vez que mis ojos reparan en él y repite sin cansancio aquel nombre que en su día tuvo un gran significado y ahora mismo, ninguno.
Supongo que tras esta afirmación podrían haber ocurrido miles de cosas, sin embargo, no ocurre nada. Aquel chico moreno de pelo desastroso y brillantes ojos azules parece paralizado por alguna cosa que yo desconozco, por no añadir el tono de piel tan pálido que se le ha quedado.
Si en estos momentos alguien me dijera que acaba de ver un fantasma, me lo creería.
—¿Qué? —murmura con la mandíbula desencajada y los labios convertidos en una dura línea.
¿Se lo debería repetir? Quizás, pero ahora mismo lo único que puedo hacer es perderme en ese océano azul que tiene por ojos y observar la expresión de su cara mientras sostengo en alto la pistola. No sé porque he dicho eso, pero el caso es que estoy aquí en mitad de la habitación con el corazón destrozado y sin recordar una puta mierda. Perder la memoria es lo peor que puede pasarte en el mundo.
—Baja la pistola, Dafne —me ruega el chico con una expresión de dolor antes de que yo sea capaz de contestar a su pregunta—. Y te lo explicaré todo, lo juro.
Me gustaría decirle que eso es precisamente lo que quiero hacer, pero no puedo. Si bajo la pistola y me rindo, volveré a estar en aquella habitación encerrada y manipulada por mi padre. Lo único que quiero es ser libre sin que nadie me diga qué hacer, no obstante parezco destinada a permanecer como un maldito muñeco con dueño.
Seco las lágrimas que han comenzado a caer sin que me dé cuenta con la manga de la camiseta de seda tan cara que llevo y retrocedo sin dejar de apuntar hasta que mi espalda choca con el cristal de la puerta de la terraza.
—Por favor, aléjate de ahí —vuelve a decir el chico, pero esta vez con miedo. Como si pensara que en cualquier momento podría dar la vuelta y saltar al vacío—. Necesitas calmarte. Por favor, escúchame.
—Tú no eres nadie para decirme qué hacer o qué no.
El desconocido demasiado familiar que hay ante mí se lleva con brusquedad la mano derecha al pelo y lo despeina como si aquello realmente pudiera darnos la solución a nuestros problemas. Si me pongo en su lugar puedo llegar a entender que debe de duro y no muy común tratar con una demente amnésica que se te ha colado en la habitación, pero yo lo único que quiero es que me ayude a escapar de esta cárcel.
De nuevo nuestras miradas chocan de forma irremediable y me veo arrastrada al revoltijo de emociones que expresan sus ojos. Siempre he escuchado que los ojos son las ventanas del alma y sinceramente creo que quien lo dijo se inspiró en el ser que tengo delante. Es imposible encontrar algo más perfecto que aquel caos.
Entre tanto desorden mi pulso se descontrola, provocando que el corazón bombee sangre tan rápido y fuerte que el pecho me duela al respirar. En estos momentos con la guardia baja y perdiéndome en aquellos agujeros que parecen no caer nunca en la monotonía, no me soy cuenta de que el desastre andante que hay frente mía va avanzando hasta que finalmente el cañón de la pistola se encuentra con su frente y sus manos terminan en mis caderas.
No hacen falta las palabras.
Con extrema lentitud, sus brazos viajan por toda mi espalda hasta que llegan a su destino, el arma que sujeto entre ambas manos. Una vez allí como si no estuviera demasiado seguro de quitármela, abandona la tarea e inclina la cabeza para mirarme a través de las largas pestañas que posee y transmitirme que está conmigo y no contra mí. Puede ser eso lo que me incita a derribar las decenas de barreras que he creado en mi mente, permitiéndome cerrar los ojos y llorar en silencio. O quizás es simplemente porque estoy demasiado cansada de luchar contra algo que ni siquiera sé lo que es.
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Lo prohibido en la mafia
AksiEn el momento en el que la bomba estalla, Dafne Bianco se encuentra bebiendo champán, discutiendo sobre memeces y pensando en lo genial que se ve con su vestido de alta costura. Cuando la adrenalina desaparece, su prometido está muerto, su cumpleaño...