11 | Comienza el juego.

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La cara de horror de Anastasia me impresiona por momentos. Sólo tengo que seguir su mirada para ver que es lo que le causa tantas emociones

Hay una chica en el suelo. Bueno, mejor dicho, hay un cadáver en el suelo. 

—No me gusta que me obligues a hacer esto Anastasia. —Dice un hombre mayor con pinta de mucho dinero. —¿Realmente merece la pena ver cómo muere una pobre compañera tuya por simple cobardía?

Por ahora nadie me nota y me alegro. No quiero interrumpir.

—No pensaba que la... que la fueras a matar. —Responde la chica rubia con un poco del maquillaje corrido. —Además juro que no se lo he contado a nadie. Lo hice con absoluta discreción.

Ya no queda nada de la chica que conocí en la puerta hace apenas unas horas. Ahora mismo está alicaída, llorando y sumisa. Es impresionante cómo cambian las cosas en apenas unas horas. Examino la habitación mientras todos están ocupados con el drama. No hay seguridad, pero sé de sobra que todos van armados hasta los dientes. Al único que distingo es a Diego Costa, el primo de Martina. Nunca lo he visto en persona, pero tiene la misma cara de Greta.

Me llama la atención de que esté solo, porque eso me facilita bastante el trabajo. Todos los presentes están acompañados al menos, por una o dos. Hay seis hombres y no conozco a casi ninguno. Eso me pone en bastante desventaja.

—¿Discreción y se ha enterado medio edificio? —Anastasia abre mucho los ojos. —Eso me lleva a pensar a que lo ibas a esconder y no gusta nada, Anna.

—No, no, no —responde con incredulidad. —Sólo me estaba preparando para decírtelo. No quería que te enfadaras, Samuel. Sabes que soy incapaz de ocultarte algo.

«¿Samuel?»

Ahora caigo en quién es ese hombre que está con Anastasia. Se trata del padre de Barbara. Con la favorita de los jefes, se refería a la favorita de Samuel Costa. Se pueden llevar más de cincuenta años y es asqueroso. No quiero imaginarme lo que le ocurriría a esta chica si Greta supiera con quién le está engañando su marido. Suerte que me ha tocado su hijo.

Cierro la puerta con fuerza —que hasta ahora la había tenido sujeta para que nadie notara mi presencia— y entro con seguridad.

—Alguien me ha llamado para sustituir a la otra chica. —recito con voz monótona.

Los presentes se miran extrañados por la velocidad del servicio, pero no dicen nada. Lo apegan a una buena sincronización. Puedo ver como Anastasia me fulmina con la mirada, pero la ignoro. Soy mayorcita para saber dónde tengo que meterme y dónde no.

—Anda, bajita. Justo como le gustan a Diego las mujeres. —dice uno de los empresarios que se encuentran con varias mujeres. —Buen cuerpo y morena de ojos azules. —confirma cómo si le gustara lo que ve. —Parece que esta noche has triunfado, Costa.

Sólo tardo segundos en comenzar a recibir las miradas de asco de sus mujeres. No les ha gustado ni un pelo que su hombre haga comentarios de ese tipo, pero pueden estar tranquilas. Yo no pienso quitarles el trabajo ni por todo el dinero del mundo. Ese hombre lo único que puede conseguir de mí, es una patada bien dada en su sitio.

—No quiero a traidoras entre mi mercancía. —Responde Diego. Puedo ver como Anastasia intenta ocultar el miedo en su cara, pero no es lo suficientemente rápida. —Y eso es aplicable para todas. Sin importar su posición. ¿Qué te parece si nos vamos, Italia?

Asiento mientras avanzo hacia él. Al final, parece que va a ser fácil. Apoya su mano en la parte baja de mi espalda y me aprieta contra su cuerpo. Las arcadas no tardan en llegar, pero las retengo incluso cuando junta nuestros labios. Sabe a puros caros y alcohol. Mucho alcohol. Además, es demasiado violento. Su lengua se abre paso en mi boca a pesar de lo fría que me muestro. No me está gustando esto. Baja las manos hasta mi culo y las aprieta, haciendo que una protesta intente salir de mis labios. Intente, porque antes de que pueda darme cuenta su mano se encuentra con mi mejilla.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora