Me quito los tacones y continúo el camino descalza. Estoy tan cansada que creo ser capaz de caerme al suelo dormida. Además el quemazón de la espalda sigue haciendo acto de presencia y duele mucho, aunque nunca lo admitiría ante mi padre o nadie. No llevo dieciocho años alardeando de mi resistencia sin motivo alguno.
-Deja de hacer eso, Dafne. -Dice Apolo a mis espaldas, pero acelero el paso apretando los dientes y lo ignoro. -Cada vez que humilles a tu padre, él te humillará diez veces más.
«Wow Apolo, te has superado. No me había dado cuenta»
-En serio, para. -Sin que me dé cuenta, ha avanzado la distancia que nos separaba quedando a tan solo centímetros de mí.
-¿Y qué propones? ¿Qué me calle y actúe como una sumisa?
-Sí.
Doy la vuelta encarándolo con la ceja levantada. Claro que he pensado en hacerlo, pero no soy capaz. Es como si él supiera exactamente que hacer o que decir para que explote. Y por mucho que lo intente, antes de que pueda saber que es lo que estoy haciendo, mi boca y mi cuerpo ya están en movimiento. Es como un acto reflejo. Inevitable.
-He tomado ya una decisión. El tiro que ha dado, iba a una parte concreta de mi cuerpo. -Paro para darle mayor énfasis. -Iba a la cabeza. Quería matarme.
Ahora el que levanta la ceja es Apolo. -¿Y? Es algo que ya sabías, ¿no?
Claro que lo sabía, pero intentaba negarlo diciéndome que eran imaginaciones mías. Que mi padre no podía querer verme muerta. Que aunque fuera en el fondo del fondo de su corazón, conservaba una pizca de compasión por la hija que había visto durante dieciocho años en su vida. Pero no. Me equivoqué, como parece que hago siempre. Hacerlo todo mal.
-Creo que tu problema no está en lo impulsiva que eres. Está en tu orgullo y eso no es bueno. Hay que saber cuando dejarlo de lado.
No se vuelve a hablar en el camino porque yo no me digno en contestarle. ¿Orgullosa yo? Sé de sobra que lo soy, pero no en este caso. Si tan bien me conociera o tanto quisiera ayudarme, sabría de sobra que lo único que quiero es ser libre. Tener yo misma la capacidad de decidir que cosas hacer o que permitir. No de trata de cuestión de orgullo, porque cuando hago algo mal, soy la primera en admitirlo.
-Creo que ya hemos llegado.
Ignoro la obviedad que ha dicho Apolo y abro la puerta de una patada. Al hacerlo, mi cara se nubla de dolor por dos cosas. La primera, porque soy tan idiota que le he pegado una brutal patada descalza a una puerta de hierro en un intento de quitarme alguna rabia de encima y la segunda, es que tengo la espalda hecha una mierda. Todavía no hace ni una semana de lo de la paliza y estirar la pierna de tal forma, me ha provocado un tirón. Necesito otro parche o algún calmante muy fuerte.
Avanzo rápido hacia el interior de la celda para que no vea mi cara, cuando él me frena poniéndo la mano en mi cadera. Justo donde tengo el dolor tan terrible. Me muerdo el labio para ahogar el grito que sube por mi garganta hasta que siento la sangre en la boca. Nunca antes me había pegado de una forma tan fuerte.
-¿Ves? A este tipo de orgullo me refiero. -Su cara se vuelve como una máscara, siendo imposible descifrar algo. -Fingiendo que nada te afecta no te hace más valiente o más dura, si no todo lo contrario.
-No ha sido un día fácil para mí ¿ok? -siento como el ácido corre por mis palabras, pero no me siento culpable. Sabe que estoy apunto de explotar y lo único que hace es presionar. -No estoy de humor para tus psicologías de mierda. ¡Déjame por un puto segundo en paz!
-A la mierda.
-Eso. -Digo alentándolo para que me deje tranquila y pueda descansar. Bueno, lo que se haga en el asqueroso colchón que hay en la esquina. Pensándolo mejor, creo que dormiré en el suelo. -Lárgate y hazle la pelota a mi padre un poco.
ESTÁS LEYENDO
Lo prohibido en la mafia
ActionEn el momento en el que la bomba estalla, Dafne Bianco se encuentra bebiendo champán, discutiendo sobre memeces y pensando en lo genial que se ve con su vestido de alta costura. Cuando la adrenalina desaparece, su prometido está muerto, su cumpleaño...